Miro mi rostro frente al espejo, no puedo creer que haya pasado todo un año desde la confesión de Alex en la galería. Como bien predije, a la mañana siguiente estuvimos en la primera plana de todos los periódicos de la ciudad, la nueva pareja del año. No perdí mi trabajo, resulta ser que mi jefe en conjunto con Robert había ayudado a Alex a montar la exposición, Mario sabia de todo y su trabajo había consistido en llevarme hasta allí. Alex había enviado a cambiar el parabrisas de Aston Martin, decía que, aunque podría tener otro carro ese era su bebe preferido. Había sido un divertido año en el que nuestras personalidades nos habían traído una que otra discusión de terquedad, pero siempre terminábamos arreglándonos de la mejor manera posible.
Mi madre entra en la habitación donde me encuentro, hecha una loca.
—Pequeña, no te demores más, todos están esperando, tu padre ya está listo para acompañarte.
Asiento con la cabeza y salgo de la habitación, mi padre espera afuera, ansioso. Habían llegado hace un mes a Nueva York sin decirme nada para sorprenderme. Siento todo un terremoto de emociones en mi interior, los nervios me pueden. Comienzo a caminar de la mano de mi padre por el largo pasillo viendo a ambos lados las caras de todos mis amigos queridos.
Mario había formalizado su relación con Karla y llevaban ya todo un año saliendo también, Catherine tenía un nuevo novio: alto, de piel pálida y lleno de tatuajes. Sara y Robert también estaban aquí, estaban muy próximos a tener un bebé, la panza de Sara ya comenzaba a crecer. También se encontraba Elena, familiares de Alex, mis compañeros de trabajo e incluso mi jefe, pero mi atención ya no está en ninguno de ellos, sino en los ojos azules zafiro de Alex que me espera con una sonrisa al final del pasillo. Llego a su lago, mi padre me da un beso en la mejilla y ocupa su asiento. Puedo ver como lucha por contener las lágrimas de felicidad.
—Estas muy hermosa—dice mi futuro marido.
—Estoy feliz—contesto.
El cura comienza la ceremonia, Alex jura sus votos ante la sagrada Iglesia, y cuando finalmente llega mi momento, mis ojos se llenan de lágrimas de la emoción, pero puedo hablar sin problemas. Es hora de decir la palabra que sellara nuestra eterna unión.
—Acepto.
Alex sonríe y me besa, y sé que estoy en el lugar donde seré feliz por el resto de mi vida.
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