Capítulo 19

3.3K 341 5
                                    

Dos horas después de mi encuentro con Teresa aun siento la sangre hervir en las venas. Elena en su curiosidad no dejaba de preguntar por el cliché de ramera, lo que me sacó más de mis casillas, aunque al final termine contándole de donde la conocía. Elena intento aparentar seriedad, pero sé que en el fondo disfrutaba de la situación. Luego de despedirme de mi amiga regrese a casa para continuar trabajando, sin embargo, por más que lo intentaba no lograba concentrarme. Finalmente, pasada una hora de vanos esfuerzos, terminé dándome por vencida. Era preferible parar ahora que echar a perder tantos días de trabajo por una mala decisión.

A pesar de haber tomado un baño antes de salir en la mañana, necesitaba otro ahora, quizás de esta manera relajase mi mente y olvidará lo sucedido con la idiota de Teresa. Nunca he sido una mujer que discuta con otra por un hombre, pero eso no significaba que permitiría que me intimidase con sus palabras. Una sensación en mi interior gritaba a todo pulmón que Teresa no anunciaba más que problemas ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar para sacarme del camino? El simple hecho de armarme una escena tan rastrera y baja en público me confirmaban que esta mujer no era trigo limpio. Por unos segundos, considero hablar con Alex esta noche de lo sucedido, pero rápidamente expulso esa loca idea de mi cabeza. No arruinaría la noche al colocar a Teresa como centro de atención de la conversación, si lo hacía le prevería de más importancia de la que se merece, le daría lo que desea. Esta decidido, a partir de este momento ese encuentro jamás sucedió, me prohíbo volver a pensar en ello nuevamente.

Salgo del baño ya más relajada que minutos atrás, voy a la cocina al sentir mis tripas sonar, no soy consciente del hambre que tengo hasta este momento, he estado tan abstraída en el trabajo y el encuentro con Elena que olvide por completo comer algo. Pienso en cocinar un poco de pasta, pero considerando el hambre que tendrá mi amigo y actual compañero de piso al regresar, me decanto mejor por un salteado con carnes, fideos y verduras. Es algo sencillo pero sabroso y la mejor parte no demoraría mucho ni causaría suciedad en la cocina, nunca he soportado una cocina sucia.

Sirvo una porción mediana en un plato y lleno hasta la mitad una copa de vino que aún tengo guardado en la nevera, me siento en el sofá y mientras como reviso algunos de los correos enviados por las suscriptoras de Buenas Vibraciones, me es irónico la cantidad de consejos que les brindo a estas personas sobre sus vidas personales y ni siquiera sé qué hacer con la mía.

Sobre las cuatro de la tarde, escucho como la puerta se abre y aparece Mario al otro lado, yo aún me encuentro recostada sobre el sofá con la copa de vino entre las manos y el ordenador entre las piernas.

— ¿Qué tal el primer día de trabajo? —pregunto nada más mi amigo se sienta agotado a mi lado.

—Excelente, no me sentía tan bien desde hace mucho tiempo—Mario se me queda mirando de manera fija y pregunta— ¿Dónde diablos esta tu delicadeza?

Me quedo atónita unos segundos hasta que me percato que se refiere a mi ancho pijama.

—Debió quedarse en la barriga de mi mama cuando nací—bromeo.

—No seas tan descuidada, te recuerdo que vives con un hombre.

—No te considero un hombre, para mi eres más como un hermano metiche.

—Malcriada.

Me dice y suelto una carcajada, habíamos tenido esta misma discusión tantas veces que ya me era divertido, mi relación con Mario era como la de dos hermanos que se quieren y se matan al mismo tiempo, pero siempre desde el respeto. Era el tipo de amigo que, si yo necesitaba ocultar un cadáver, ya él tenía a mano una pala y el lugar adecuado.

—Hay comida en la cocina por si te apetece.

—Gracias a dios, muero de hambre—se sirve un plato y vuelve a sentarse a mi lado.

Perfecto Canalla Donde viven las historias. Descúbrelo ahora