21. Séptimo mes. Parte 1.

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Apenas la puerta se cerró, entraron a trompicones a la pequeña recepción del departamento. Robert le sacó el abrigo rosa de lana satinada de Armani que se amoldaba perfecto a su cuerpo, abriéndole la camisa blanca de manga larga de algodón, y bajándole el pantalón del mismo material de la marca de su autoría. Hizo lo mismo con sus zapatos para así acorralarlo contra la pared presionando sus labios a los suyos. Mikey sonrió en todo el proceso, disfrutando del tacto ajeno, asegurando de envolver su boca con parsimonía, jugueteando con su lengua hasta entre abrir su cavidad bucal e intrometerse demandante. Lo arrastró más hacia él, despojándole de ese estorborso chaleco que le había diseñado, para que negarlo, exclusivamente, pensando en la forma de sus biceps y como estos resaltarían enseguida. Sus manos traviesas jugaron con la bragueta de sus pantalones y sus dedos rozaron la notoria erección bajo su fina ropa interior, esa de satín y algodón que le había obligado a usar ya un par de días atrás. El trasero se le veía increible con eso, si se lo preguntan. 

Una risita se le escapó ante su notable crecimiento, sintiendo sus besos bajar por su cuello, suspiros ahogados y sonrisas gloriosas. Mikey gimió cuando el mastodonate se abrió paso a él y le extendió las piernas, pegándose y frotándose a él. Como todo hombre que quería hacerle saber su posición, mordió su labio y sintió como le tomaba para empezar a caminar por el pasillo principal de la casa. No soltó su cintura y de nuevo volvió a besarle los labios, jugando con su lengua, pasando por su paladar, degustándole, gruñendo de forma suave haciéndole saber que lo estaba disfrutando. 

Chocaron con uno de los muebles de pino que estaba cerca de la entrada a la cocina. El jarrón nuevo color menta con flores de loto artesanal que le costó un par de miles de dólares, cayó estruendoso, oyendo como quizá, solo quizá, no se había destrozado del todo. Una de las lámparas de la entrada a la sala que compró en una subasta en línea de una tienda de París cayó contra el sillón de cuero negro importado de USA, y casi resbalan por la alfombra persa de colores que daba paso al pasillo de las habitaciones. Es ahí cuando sintió como sus manos, algo ásperas, pero fuertes y duras, le sujetaron son sutilesa de los glúteos, alzando su cuerpo como si fuese una pluma. Por incercia enrrolló sus piernas a sus caderas, sintiendo la dura superficie de la puerta de la que logró divisar era la habitación de Robert. 

El cambio brusco de ambiente, más cálido, junto al beso que este le dio. Uno más apasaionado, conciso, cargado de deseo. Bob se aferró a sus piernas, apretando con sus dedos su nivea piel, abriéndole más, como si no tuviera suficiente de su elasticidad. Gruñó dejándo que su espalda se pegara de apoyo a la pared, llevando una de sus manos a entre sus glúteos, y otra a su nuca, con delicadeza, tomando esta y estirándole de lado. Sus labios hinchados, el jadeo de sentir sus dedos sobre su entrada. Los ojos se le nublaban. 

—Bobby—tembló. Sentía su preseminal y el de Bob chorrearse juntos y, cuando el mastodonte se relamió los labios, metiendo a la vez el primer dedo en él; se contrajo enseguida arremetiéndose contra este. 

Sus uñas se clavaron a su espalda y abrió de lleno los ojos, soltando más jadeos desesperados. 

—¿Estás seguro?—pero Robert, oh Robert, el dulce mastodonte le veía con ternura, mientras arremetía otro dedo, el de en medio acompañando al índice, relamiendo sus labios, suspirando en su boca, pasando suave y lento entre los suyos. Se iba a correr ahí mismo. 

Gruñó clavando más las uñas a su piel, asintiendo con el gesto afligido, el cuerpo le temblaba, y boqueaba cuando sentía a sus dedos ir más profundo. Se acercó a él besando de forma fugaz sus labios, bajando con la lengua por su manzana de Adán, hasta su pecho, donde mordisqueó con delicadeza pero de forma sublime sus pezones, sacándole más gemidos obscenos. 

Dios, debía ser el maldito cielo. 

Y cuando sacó sus dedos de su interior, dispuesto a protestar, se quedó sin aire a media palabra antes de que pudiera procesar lo que había ocurrido. 

Era grande, enorme. Le llenó completo sin chistar, sin perder ni un centímetro. Casi cae si no fuera por que le sostuvo con tranquilidad, dejando que se acomple a él, para después arremeter casi enseguida, un vaivén rítmico que le hizo gruñir, gemir, jadear, maldecir. Robert le besaba tierno y el le devolvía el gesto de forma ruda y sucia. Tomaba su lengua con la suya, le oía gruñir y decir su nombre de forma grave, y él desesperado complacía sus deseos, gimiendo el suyo. 

Sintió como le movió hasta llevarle a la cama, donde se colocó encima suyo, sin dejar en ningún momento de embestirle. Jugaba con la piel sensible de su cuello, sabía que dejaría marcas, y Mikey metía los dedos entre su pelo, aferrándole con las piernas al rededor de su cuerpo. 

Volvió a besarle, aumentando cada embestida que le daba, mas deseo por oírle lloriquear, disfrutar el momento y la sensación, la forma en la que seguía llamándole por su nombre. 

Supo que iba a correrse cuando el vientre se le contrajo, y tuvo que alzar la pelvis abrazandose más a él. Gimió alarido y llevó su cabeza hacia atrás, gritando su nombre como broche de oro final, por si no le había escuchado las primeras cien veces. Robert sonrió genuino, viendo el hermoso desastre que estaba hecho, el líquido blanquesino entre sus abdomenes, sin dejar de arremeter contra él, sintiendo la sensibilidad de su reciente orgasmo plasmada en sus gestos, sublimes gestos de placer, apretando su interior. 

Se corrió al poco tiempo y gimió sobre la piel de su cuello, donde respiró profundo el aroma natural de su piel. Mikey se mareó entonces, absorto de tanto en tan poco, sin dejar de sostenerle, parpadeando lentamente hasta cerrar los ojos cayendo en los brazos de morfeo. 

Robert alzó la mirada preocupado y, cuando corroboró que el estado del pequeño rubio era solo muestra de cansancio, salió de él de forma delicada, se encargó de ír por papel, ignorando galante el desastre que habían dejado en el departamento, limpiándolo y a sí mismo antes de acostarse a su lado, sintiendo al poco tiempo como se acurrucaba a su pecho, encaramando sus piernas, la respiración pesada sobre su cuello. 

Miró al techo y lo meditó un largo rato. 

Sí, puede que estuviera jodido.


*

Hola, hola. 

Moría por escribír esto.

ME ENCANTÓ. Díganme que igual les gustó... :(

All my love. <3

Pao. 

p.d: 9 capítulos y contando para el final. 

Embarazado -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora