Capítulo 25: Ajuste De Cuentas (Parte 2)

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En cuestión de segundos, Jill por fin se detuvo y poco a poco abrió los ojos, mirando frente a ella la cabeza destrozada de su padre, incluso viéndose algo del cerebro. El cenicero estaba roto a la mitad con pequeños pedazos de sesos.

—Le has metido más de 120 golpes —comentó Charlie.

—Mierda —se levantó.

En su desconcentración, Emma apareció detrás de la joven sujetando un jarrón a punto de estrellárselo, pero Charlie reaccionó a tiempo, tomando del suelo el revólver, para de un tiro en la cabeza derribar a Emma, cayendo esta inmóvil al piso.

Jill se volteó, suspirando sorprendida.

—Eres muy confiada, Jill, ya me empiezo a dar cuenta. Si no eres cuidadosa te puede salir el tiro por la culata —bajó el arma—. Bueno, ya están listos. Creo que es hora de poner a prueba la siguiente parte del plan.

—No, espera. Aún falta alguien —se quedaron en silencio, sin embargo, ambos lograban escuchar algo: el llanto del bebé en el otro cuarto.

—Pero es solo un bebé, ¿qué puede decir?

Jill dibujó una sonrisa malévola en su rostro y salió del cuarto matrimonial, dejando a Charlie solo ahí.

Segundos después, los llantos del bebé de la familia parecieron parar, dejando un gran silencio en toda la casa. Entonces, la chica regresó a la habitación de William.

—Ahora sí —dijo aún con su perversa sonrisa, apoyándose en la puerta— es hora de continuar con el plan.

-

—Mierda, Jill, creo que te pasaste con eso último —opinó Charlie, saliendo junto a ella por la puerta trasera.

En el exterior, la lluvia parecía ir escampando, así que ambos se dirigieron entre húmedas pisadas a un coche oculto alrededor de árboles y arbustos. Abrieron el maletero, mostrando a un amordazado Richard. El par de delincuentes lo cargó en conjunto con el propósito de llevarlo a la residencia Kessler, más específico, al pasillo cerca de las escaleras.

—¿Por qué tenía que ser específicamente Richard? —preguntó Charlie al mismo tiempo que lo dejaba en el suelo.

—Cosas personales, tú me entiendes. Él fue amigo de Adrian Allen antes de que este se fuera del colegio. Es lo más cercano que tendré a haberlo matado.

—Pensándolo bien, él también me había fallado alguna vez —observó al amordazado joven en el suelo—. Probablemente hasta estemos haciendo un bien al eliminar a este pequeño traficante —inclinó un poco su cabeza aún mirando a Richard— ¿Sabes? Puede que los Kessler se hayan defendido un poco antes de morir —dijo Charlie, para acto seguido meterle unas fuertes patadas al indefenso chico.

—Iré colgando la soga —avisó ella, dirigiéndose al segundo piso.

Charlie se agachó y le quitó la cinta de la boca al amordazado.

—¡¿Qué demonios, Charlie?! ¿Por qué me haces esto? Creí que éramos amigos.

—Cállate, idiota —le dió un puñetazo en la boca, haciéndolo sangrar.

Por su parte, Jill amarró la soga a la barandilla de la escalera.

—Listo, Charlie. Súbelo.

El nombrado sujetó a Richard de su ropa, arrastrándolo hacia el segundo piso. Una vez llegó con Jill, esta se empezó a quitar el disfraz.

—Bien —sacó la revólver de su bolsillo y le disparó a Richard en la pierna izquierda, para después dispararle en una mano—. Con eso no intentará nada —limpió con un trapo sus huellas en la revólver y luego tiró el arma al primer piso—. Desátalo.

Su melenudo cómplice comenzó a desatar a Richard, para acto seguido, obligarlo a ponerse la sudadera y la máscara.

Una vez vestido, Charlie le colocó la soga en el cuello a la víctima y, entre él y Jill, la sujetaron hasta tirarla por la barandilla al primer piso, acabando con Richard ahorcado, columpiándose en el aire; todo en lo que el par de asesinos solo se quedaba contemplando su obra.

—Y como cereza sobre el pastel... —el chico sacó de su bolsillo una nota— Cuando ingresé a su casa, logré encontrar cuadernos de él. Perfecto para copiarle la letra y crear una nota de suicidio.

—Me sorprendes cada vez más, Charlie.

El mencionado dejó caer la hoja al suelo, para ahora junto a su cómplice salir huyendo de la casa a los bosques, donde Charlie tenía aparcado el coche de sus padres. Ambos se subieron y procedieron a abandonar el lugar.

—Eso fue tan genial, me siento tan viva —expresó feliz ella mientras se limpiaba con toallas húmedas.

—He logrado cometer mis primeros asesinatos. Este día es tan especial —observó a su compañera— ¿Quieres hacer algo para celebrar esto?

—Sí, pero creo que será algo personal.

—¿A qué te refieres con personal? —volvió al frente.

Ella sacó su celular y le comenzó a escribir mensajes a Trevor:

—"¿Estás despierto aún, mi ninja?"

—"Claro, los ninjas nunca duermen, nena".

—"¿Quieres venir a mi casa?"

—Bueno... estoy esperando una respuesta —reclamó el melenudo.

—Mmm... simplemente es algo que tengo que hacer conmigo misma, ¿ok? —lo miró—. Este día supone algo muy especial para mí también, y creo que cada quién debe celebrar a su manera las cosas.

—Tal vez tengas razón, lo siento —asintió.

Jill regresó a su teléfono.

—"Por supuesto, nena" —contestó su pareja.

Ella sonrió de oreja a oreja luego de leer el mensaje.

-

Llegando a la residencia Roberts, Jill se despidió de su amigo y bajó del coche, dirigiéndose a su casa.

—Una lastima que tengas que andar con ese idiota de Trevor —murmuró en voz baja, viendo a la chica entrando a su hogar. Charlie arrancó el vehículo y se esfumó de ahí.

-

Jill entró a su cuarto y vió a Trevor acostado en su cama. Él al notar la presencia de su pareja, se levantó y la saludó con un beso.

—¿Cómo estás, nena? —susurró coqueto.

—Feliz sería muy poco decir.

—¿Y eso por qué?

—Digamos que hoy ya me quité un tremendo peso de encima —besó a su novio— Trevor... —lo observó directo a sus grises ojos—. Llevemos esto al otro nivel, por favor —susurró.

—¿Estás segura de esto?

—Estoy preparada, amor —se acercó y lo vuelve a besar, esta vez con más pasión.

Mientras se besaban, Trevor se fue desabrochando los botones de su camisa. Jill se separó brevemente para quitarse su franela, quedando en sostenes.

Trevor se había quitado por completo su camisa. Él se acercó de nuevo a su chica para continuar besándola. Esta vez la encaminó hasta la cama, donde la recostó y continuaron besándose.

Jill le acarició la espalda al chico, mientras que por otro lado, él le rozaba sus cálidas manos por la cintura, subiéndolas con lentitud, hasta que sintió algo en el estómago de su amada. Despegó sus labios por un instante para observar, dándose cuenta de que ella tenía una cicatriz redonda en un costado.

—¿Y esto? —la miró confundido.

—Todos tenemos nuestras cicatrices. Esta es la mía, producto de un asalto —explicó muy confiada.

—Eres increíble, debí haber abierto los ojos contigo desde mucho antes.

—Gracias, amor. Tú me has hecho muy feliz.

Trevor se acercó, colocándole sus labios en el cuello para proseguir besándola ahí.

«Nada me puede joder la felicidad ahora» pensó en su excitación. «Nada...»

Jill: La Historia de "La Nueva Sidney" (SCREAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora