Capítulo 19

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Adivinó que por la mañana ella iba a actuar como si por la noche anterior no hubiese pasado nada

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Adivinó que por la mañana ella iba a actuar como si por la noche anterior no hubiese pasado nada. Por la mañana la pelirroja solo fingió que la conversación no existió y su comportamiento era el mismo que tenía como cuando terminaban bien alguna discusión. No hubo malas miradas ni mucho menos reproches de algún tipo. Preparó el desayuno para su hija y para él, siendo educada y gentil. Su hija comió tranquila así lado, hablándoles de que en su clase jugarían a disfrazarse de animales para la otra semana en su clase de ciencias. Justo ahora no tenía escuela porque su maestra estaba enferma. Ambos la escucharon atentamente, porque se veía mucho mejor, saludable; eso les daba una tranquilidad absoluta.

Mérida siempre se iba antes que él a su trabajo, cuando ella pretendió irse sin más, su esposo le recordó que esa noche tenían una conversación pendiente. No pretendió ser duro, y no lo fue, pero quería recordarle que eso no quedaría en el olvido. Lo cual, de nuevo, ella fingió que no pasaba nada y solo ignoró ese hecho.

—Papi, ¿puedo ir a tu trabajo?

—Preciosa no podré ponerte atención, estaré ocupado —acarició su cabello, cargándola junto con su mochila de oso—. ¿Llevas todo?

Ella asintió, tirando un poco de su cabello sacó su labio inferior, sus ojitos brillantes dieron justo en el corazón de su papá.

—Sí, pero yo quería pasar el día contigo, no con mi abuela.

Oh, esa carita. No podía con esa carita.

—¿Y si vamos al parque esta tarde? —ofreció otra alternativa, sabiendo que, aunque no fuera todo el día, no podía hacer mucho por su trabajo—. Solo tú y yo, jugaremos lo que tú quieras. O podré enseñarte a andar en bici, ¿qué dices?

—Mmm —ella recostó su cabeza en su hombro, abrazándose a él y riendo cuando él la hizo carcajearse con sus cosquillas.—. Está bien, pero promételo por el meñique.

Jack enrolló su dedo con el pequeño meñique de su hijita, realizando una promesa sagrada entre los dos.

Fue así que pasó su día como cualquier otro, pensando en lo que aclararía con Mérida esa misma noche. Ciertamente había sido intenso, no creyó que fuera a decirlo de verdad. Su truco de pretender alcoholizarse, en lugar de dejarlo callado cual un muerto, le dio un impulso que la sobriedad le quitaba. Y que horrible era eso, no se sentía orgulloso de nada de lo que hacía. Sabía qué hacía mal. Quería charlar con Mérida, para terminar esa relación de la mejor manera posible y no tener rechazos entre los dos, Adi necesitaría que ambos se llevaran bien si se daba la separación. Y pretendía que pasara, no podría pasar un año o si quiera varios meses en ese matrimonio. Ambos debían estar de acuerdo de firmar papeles y pasar ese proceso.

En el descanso fue como siempre al salón de Elsa, el lugar tranquilo y donde encontraría silencio. Encontró a la platinada realizando una nueva obra, lo saludó amable como todas las mañanas, pero no tardó mucho en silenciase y llevar su mirar de zafiros al lienzo. Su mano era precisa y tan elegante cuando regaba la pintura en el tejido. Tenía el cabello recogido bastante descuidadamente, sosteniéndolo solamente con uno de sus pinceles. Sus dedos ya estaban manchados de algunos pigmentos que usaba y también la pintura aparecía por su cuello y su cabello. Otras veces la vio pintar, inconscientemente se movía demasiado con los pinceles llenos de pintura y esta terminaba en cualquier parte que llegara a tocar.

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