Capítulo 20

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Que pesadilla

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Que pesadilla. ¡Qué maldita pesadilla!

—¡Luego te quejas y haces lo mismo y mucho peor! —protestó el peliblanco esperando que su esposa contestara su teléfono. Lo envió de nuevo a buzón—. ¡Maldita sea, Mérida!

Enojado, frustrado y preocupado, era poco más de las tres de la mañana y ella seguía sin aparecer. No sabía si era parte de una venganza de su parte, pero incluso la buscó en los bares más cerca sin encontrarla, arriesgándose a dejar a Adi sola por un momento en casa bajo llave. Se encontraba a nada de un colapso nervioso. ¿Y si le pasó algo? ¿Qué tal si él estaba enojado y le había sucedido algo? ¿Un accidente? ¿Se la llevaron a alguna parte? ¿Habría ido a algún lado sin decirle? ¿Qué tal si tenía algún evento de su trabajo y no le dijo? No, pero ¿y si sí le había sucedido algo?

Comenzó a llamar a la línea de emergencia, sin tener ya muchas opciones de qué hacer, cuando un auto que desconocía totalmente se aparcó fuera de su casa mientras tocaba la bocina un par de veces.

Al ver por la ventana pudo divisar a su esposa saliendo recargándose del hombro de una de sus amigas, riendo a todo pulmón mientras aquella compañera la ayudaba a mantenerse de pie.

—¡Jaaack! —gritó la pelirroja—. ¡Me esperas, esperaaaaste despiertado!

La mujer a su lado le dijo—: Lo siento por traerla tan tarde, fui la conductora designada y éramos siete.

El peliblanco presionó sus ojos fuertemente, asintió en dirección de aquella mujer y tomó a Merida, quien no paraba de cantar alguna canción que no reconocía. Le agradeció a esa amiga antes de que ella se marchara dejándolos solos.

Mérida cayó sentada en el sillón, observando el cuadro decorativo que posaba sobre el televisor.

—Son casi las cuatro de la mañana —reprochó Jack, pasando las manos por su cabello y el rostro—. Si es una clase de venganza por lo que hice hace un par de días, créeme que incluso te has pasado, Mérida. Fui a buscarte, te llamé, ¡estaba a punto de llamar a la maldita policía!

En respuesta, la pelirroja solo lo observaba con una diminuta sonrisa en el rostro, haciendo el intento de levantarse sin lograrlo. Le agarró la mano a su esposo, esa donde él ya no llevaba su anillo.

—¿Yo... tú Jackecito, preopupado por mí? —se rió tropezando con sus palabras inexistentes, jalándolo para ponerse de mí, lo cual él tuvo que poner resistencia para no caerse—. Bebí mucho, mucho, mucho por tu culpa y te preopupas por mí, mí, mí —se rió canturreando—, que tiernocito Jackecito.

—¿Por mi culpa? —la sostuvo cuando estuvo a punto de caerse—. Yo nunca te envié a embriagarte, es más, odio cuando lo haces. Nunca regresas a casa consciente.

—Pero te quieres ir muy lejos de mí y yo quiero que te quedes —pegó su frente al pecho de su esposo, el cual se calló súbitamente—. ¿Piensas en irte muy lejos, Jax?

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