Capítulo 2

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El taller de arte

No iba a poder estar tranquilo en toda la noche si sabía que Mérida había estado derramando lágrimas por él... Bueno, por esa pelea, no es que tuviera la culpa en sí. Inevitablemente, ella seguía esperando que fueran a hablar más tranquilos.

Como sea, al peliblanco no le atraía la idea de dormir en el sofá por culpa de otra pelea y que, claro, que su mujer estuviera ofendida con él.

Después de hacerle de cenar a su hijita, la observó hacer sus tareas que por culpa de su abuela debía estar realizando hasta las nueve y media de la noche. Su niña estaba bostezando en la mesa, con sus ojitos peleando por no cerrarse de una vez, cuando terminaba su última multiplicación.

— Ya... — abrió su boca grandemente bostezando como una osa bebé, mientras frotaba sus ojitos con sus puños — Ya terminé papi...

— Te felicito, guerrera — el padre se agachó a la altura de su niña y la tomó en brazos. La pobre criatura no soportó un segundo más y terminó por recostar su cabeza en el hombro de su papá — Bien, vamos a dormir, princesa.

La acostó en su cama, le quitó los zapatos y arregló su mantita favorita sobre ella. Besó su frente antes de salir cerrando la puerta con sumo cuidado. Recogió sus lápices, los cuadernos y colores para meternos a su mochila que tenía al frente una estampa de un oso rosado con un tutu.

Le costaba seguir con su política, pero eran pocas la veces que ayudaba a su hija para hacer tareas. Le explicaba cuando se lo pedía, sin embargo, creía un completo error ver a padres haciendo ellos la tarea en lugar de los pequeños. ¿Cómo pretendían que aprendieran? Luego era culpa del profesor supuestamente no enseñar bien a sus hijos. Evangeline sabía que su papá no la ayudaría en todo, así que se esforzaba en poner atención. Sus notas eran un orgullo para sus padres, y ella solita lo lograba.

A continuación, Jackson dejó escapar el aire acumulado en sus pulmones, sabía que ahora debía obligarse a lidiar con el carácter de Mérida. Estaba cansado de todo, era lo último que quería, pero aun así se levantó de su sillón favorito y decidió caminar escaleras arriba a su habitación. Sin embargo, tuvo que detenerse a mitad de las escaleras completamente pasmado al notar que su esposa salía de su habitación.

Por un segundo se hizo a la idea que quizá iba por un vaso con agua... o quizá querría ver a Adi, pero por supuesto no esperaba que bajara hasta donde él estaba y le besara. Lo besaba como si estuviera arrepentida de algo. Pero la cosa es que ella nunca parecía arrepentida de nada.

En cuanto sus labios se separaron acompañado del sonido un leve chasquido, ella sonrió al ver la cara que Jack había puesto — ¿Confundido?

— Ah... — el peliblanco parpadeó un par de veces antes de centrar sus pensamientos — Demasiado. ¿Qué pasa? ¿Qué hiciste con Mérida?

— Yo... lo siento, ¿sí? No quería sonar como si toda la culpa de nuestros problemas la tuvieras tú.

Ladeó la cabeza, advirtiéndose a sí mismo que probablemente estaría viéndose como un bobo — ¿De verdad?

Lo golpeó levemente en el hombro, tratando de no reírse ante su estado de bobería. Aunque ella estaba consciente de que ella tampoco se disculpaba muy seguido — No haces que disculparme sea fácil, Jack... Sí, lo digo en serio.

— No me culpes, nunca pides disculpas.

— Lo sé... Sabes que me enojo rápido. Tú eres mucho más paciente que yo, aunque no es justo que por eso yo no lo haga tampoco... Lo siento, ¿sí?

Sonrió a medias, tomando las exuberantes caderas de la pelirroja atrayéndola a él — Está bien... Solo tratemos estos temas más tranquilos, sabes que con el dinero nadie sale contento.

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