Epílogo

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Dedicado a todos los que me leís, no sería posible sin vosotros

El mercado estaba abarrotado de gente por lo que tuvo que ir esquivando a los transeúntes mientras mantenía a salvo la bolsa de papel que contenía su bien más preciado. Había tenido que buscarlo por todas partes, había pasado horas enteras dando vueltas por la ciudad hasta dar con él y no iba a dejar que las prisas le impidiesen llegar a su casa con su tesoro. Justo cuando estaba a punto de llegar a la salida, un hombre salió de la nada y chocó con él. La bolsa salió despedida y vio como volaba con impotencia. Un hombre bien formado y musculoso que parecía sacado de Terminator se interpuso en el camino, deteniendo la bolsa de una caída estrepitosa. Miró su interior y sonrió antes de acercarse para ayudarle a levantarse.

— ¿Estás bien? —Le dio la bolsa y le guiñó un ojo—. No te preocupes, la tarta de cumpleaños está intacta.

— Muchas gracias, es la favorita de mi marido y me ha costado mucho, no quedaba en ninguna parte.

— Tu marido tiene que ser un hombre muy afortunado si te tomas tantas molestias.

— Créeme, el afortunado soy yo —Le tendió la mano como saludo y sonrió de oreja a oreja como si quisiese competir con el mismísimo sol—. Encantado, soy Soonyoung.

— Ares, un placer —Sacudió su mano y sin nada más que decir, se despidieron y continuaron sus caminos separados.

Por alguna razón, Soonyoung sentía que había visto aquel hombre antes. Lo mismo le había ocurrido en la panadería. El hombre atractivo que le había atendido le resultaba familiar, tanto que incluso había sentido una opresión de su pecho y la tristeza embargarle. En la etiqueta colgada de su delantal, estaba escrito su nombre: Apolo. ¿Qué probabilidades había de que se cruzara el mismo día con dos personas con nombres de dioses? Sonriendo por la casualidad y feliz de haber salvado la tarta, regresó a su casa.

Cuando abrió la puerta, le recibió la risa contagiosa de su hija y la voz dulce de Jihoon que trataba de hacerla reír imitando historias con sus muñecos. Con cuidado de no ser escuchado, dejó la tarta en el congelador y fue hasta el salón. Apoyado contra el marco de la puerta, sin borrar la sonrisa de su rostro, observó como el hombre que le había cambiado su vida jugaba con su hija que aplaudía y reía pidiendo más. Sin poder resistirlo, cogió la cámara y les sacó una foto, inmortalizando el momento. Cuando se dieron cuenta de su presencia, sus rostros se iluminaron. Se sentó en el suelo con ellos, tomó a la niña en su regazo y besó a su marido con dulzura.

— ¿Le has dado problemas a tu padre? —Le preguntó con una ceja alzada recibiendo una negación rápida como respuesta.

— Beso, papi, beso —Ante su petición no pudo resistirse y besó su mejilla antes de hacerle cosquillas.

— Se ha portado muy bien —Añadió Jihoon sin borrar su sonrisa—. El doctor ha dicho que es la niña más buena del mundo y le ha dado un caramelo.

— ¿Qué te ha dicho? —Le preguntó, su rostro transformándose por la preocupación.

— La prótesis se adapta bien, así que esta es la definitiva ¿Eso que huelo es chocolate? —Inquirió con una ceja alzada provocando que riese sin poder evitarlo.

— Ven, cariño, es hora de tu sorpresa de cumpleaños.

Volvió a besarlo en el suelo del salón, frente a la pared llena de fotos. Los dos de traje el día de su graduación, Jihoon con su uniforme militar antes de que la guerra lo complicase todos, la madre y la abuela Lee abrazándolos, los dos besándose frente al mar en Atenas, mirándose el día de su boda, sonriendo a su bebé cuando la adopción se completó... Cada momento memorable había pasado a formar parte de aquel mural y sabía que seguirían llenándolo de fotos, de momentos que recordar.

¿Quién dijo que ser dios fuera fácil? (Seventeen) #Wattys2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora