Capítulo Vigésimo Segundo

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Lecuim

Siempre creí que mi mayor tesoro sería tener la misma esposa durante la eternidad, es por esa razón que la primera vez que conocí a Ariel; Sellé un pacto para seguir atado a ella por el resto de mis vidas, quién iba a creer que en ésta vida ella iba a cambiar tanto. Caminando en cuatro patas, con mi pelo blanco y ojos azules, me dirigía hacia la casa de Ariel, si lograba que ella me quisiera; Aunque fuera sólo un cariño de humano a mascota bastaría para romper la maldición.

Seguía caminando totalmente cansado de ser un gato, si tan solo no fuera sido un idiota, si tan solo fuera crecido humilde, nada de esto estuviera pasando: Treinta, cincuenta, cien, trescientos, quinientos años eran los que habían pasado esperando a que Shania o Ariel, volviera a rencarnar. Entre tantos pensamientos, lamentaciones y una que otra bola de pelos, al fin había llegado a la casa de mi ex esposa, por suerte había una ventana abierta por la cual me había metido hacia el interior — Que casa tan maravillosa — Era lo primero que había pensado al ver la lujosa casa en la que vivía Ariel.

- ¡¿Cómo entraste aquí?! - Su grito hizo que mis pelos se erizarán y le empezará a gruñir - Ja, tras de ladrón altanero.

- Miau - Relajé mis músculos y me fui hasta sus piel dispuesto a ofrecerle cariño. Mis ronroneos y pelos en su pantalón me daban a entender que lo estaba haciendo bien - Miau 

- ¡No me toques! ¡¿No vez que me llenas de pelos gato asqueroso?! - Me tomó del lomo, sacó sus llaves y salimos de la casa - Sé que eres el gato de Helery, tal para cual. Son igual de tontos.

Caminamos de la misma manera en la que me cogió, sentía mi lomo adolorido y cansado; Según ella no quería llenarse de pelos, era ropa nueva y se vería mal ¿Esa era mi esposa? ¿Cómo era posible? Yo solo quería que me quisiera como lo había hecho todas sus vidas ¿Qué te pasó Ariel? Después de ese incómodo paseo, al fin llegamos al departamento de Helery, Ariel tocaba como una loca desquiciada haciendo que las personas cercanas nos mirarán con desprecio.

- ¡¿Quién mierda te crees para venir a tocar de esa manera a éstas horas de la madrugada?! - Los gritos de Helery no le afectaban en nada a Ariel, en cambio a mí, al verla sentía que se me iba a salir el pecho.

- Sinceramente me dan igual tus gritos, solo vine para que encierres a ese estúpido gato - Masculló entregándome a Helery - Odio a los gatos, creo que en mi otra vida fui uno y me fue fatal, si no lo encierras lo votaré por ahí - Era increíble lo que había dicho, creo que mi destino era quedarme como gato para toda la eternidad.

- No tienes sangre en las venas.

- Claro que sí querida, no estuviera viva siendo así ¿Por qué estás con tan mal humor? ¿Poco sexo en tu corta vida? - Soltó una carcajada la cual Helery calló tirándole la puerta en la cara.

Podía sentir la ira que emanaba de ella, podía ser muy tierna y dulce, pero también era una chica que no se dejaba de nadie; Esa hermosa dualidad era la que le hacía perder la cordura. Me encontraba en una jaula totalmente hipnotizado por la figura majestuosa de mi pequeña, esas horas que adornaban su cuerpo me hacían calentar más que el sol de verano, si tan solo no fuera un gato, cambiaría esas gotas de agua por gotas de sudor, la haría mía hasta hacerla gritar mi nombre, que me susurre al oído cuanto le gusta tenerme entre sus brazos. Dios.

- Miau.

- ¿Por qué me miras así gato? - Cuestionó acercándose a la jaula, con una mano traté de tocar uno de sus pechos, pero se levantó tras una llamada de su hermana.

- Miau.

Candy Cat (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora