—Adiós América, nos vemos. Está precioso ese ramo, tu marido es divino— dice Sofía besando mis mejillas.
Ana también me saluda, y me da un abrazo. Están contentas por mí, y me siento mal por jamás ser sincera con ellas.
—Saludos a tu chico, el detalle fue precioso— me dice ella sonriéndome.
Le devuelvo la sonrisa y asiento, pero sin decir nada más.
Espero pacientemente a que se alejen, y me doy la vuelta, caminando con mi ramo y con la caja de chocolates, que no me ha dado Alexis, porque él no tiene cerebro para este tipo de detalles. La idea de que sea del sujeto que me crucé en la noche, cuando estaba en el peatonal, cuestionándome la vida; me da escalofríos.
¿Cómo sabía mi nombre? ¿Cómo es que sabía dónde ubicarme?
Un BMW negro, pasa por el frente mío, cuando estoy por cruzar la calle. Me lo quedo observando, y casi olvido que el semáforo ya se ha puesto en rojo, dándome el paso.
Hay algo extraño en ese coche, es idéntico al coche del tipo millonario que se fuma un cigarro frente a la panadería. Y no sé porque razón reparo en ello, cuando tengo cosas más escalofriantes rondándome la mente, como por ejemplo el ramo que me llegó al trabajo, que no sé quién me lo ha enviado y podría tratarse de un psicópata que sabe cómo me llamo y donde trabajo.
Doblo en una esquina, dónde hay un callejón, y hay un contenedor de basura. Arrojaré allí el ramo, y los chocolates, y olvidaré este asunto. Pero si vuelve a suceder hablaré con la policía. El mundo está jodido, y los hombres aún más.
Abro el contenedor, estoy a punto de arrojar el ramo, cuando su voz me detiene:
—¿No te gustan las rosas?
Doy un respingo y dejo caer la tapa de fierro, causando un gran estruendo. Me doy la vuelta rápidamente, y lo veo.
Hay un hombre frente a mí, a unos pocos metros, un hombre que viste sumamente elegante, y parece sacado de un anuncio de relojes para tipos de clase alta. Un hombre que bien podría ser un actor de cine, debido a su belleza. Un hombre que he visto antes, de hecho lo veo todos los miércoles, junto a su BMW, vistiendo de traje y fumándose un cigarrillo.
Me quedo sin habla, no sólo porque ese sujeto acaba de hablarme y se ha aparecido de la nada preguntándome sobre algo que nada tiene que ver con él, ¿O sí?, la razón que me deja muda es que su voz es la misma que la del sujeto que me crucé en la noche.
—A las mujeres siempre le gustan las flores, creí que serías una de ellas, pero veo que… no es así.
Su voz causa que mi sistema respiratorio se acelere, que mi sentido de la razón se nuble, y que se calle el mundo entero. Su voz es grave pero armoniosa, inquietante a la misma vez.
—¿Tú? ¿Tú fuiste?— pregunto con incredulidad.
Su respuesta es un leve asentimiento. Sus ojos de gato se clavan en mí de una manera que me hace sentir indefensa.
—Tengo una propuesta para ti América.
La manera familiar en la que pronuncia mi nombre me disgusta. Es un desconocido, no sé nada de él, ¿Por qué me habla como si me conociera? ¿Qué sabe de mí?
Doy un suspiro y reúno mi valor. Camino firme hacía él a pesar de los latidos de mi corazón. Extiendo el ramo y los chocolates hacía su persona.
—Toma tu regalo— digo mirándolo a la cara—. No sé qué es lo que esperas de mí, pero no me gusta recibir presentes de gente que no conozco.
Una sonrisita se asoma en sus finos labios rosados.
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¿Qué necesitas?
Teen FictionDarío D'Angelo, apuesto, millonario y generoso. Era un hombre con muchas virtudes, y unas costumbres un poco raras. América, era una jovencita desdichada, que tuvo la suerte de ser vista entre tantas mujeres y ser elegida por Darío. Pero... ¿Ser ele...