El vestido fucsia con escote en forma de corazón queda definitivamente descartado, después de probármelo y mirarme en el espejo con la prenda puesta, me doy cuenta de que no es algo que yo usaría. Un día de semana acostumbro a usar vaqueros, zapatillas viejas y camisa cuadrille. Y ese es mi outfit perfecto para comenzar una jornada laboral. El asunto aquí es que mi jornada laboral ya no se lleva a cabo en una ordinaría panadería sino en una agencia de modelos. Y mi outfit perfecto para una agencia de modelos no sirve.
De todas maneras me rehúso a darle una oportunidad a ese vestido tan llamativo.
Me siento en la cama y tomo la única blusa que he elegido yo misma. El único pantalón que encuentro entre mi nueva ropa, es un jean blanco que parece muy pequeño. Decido usarlo, de todas maneras.
Me visto rápido, y hago el intento de acabar mi estilo con mis zapatillas de siempre; color negro, viejas y gastadas en la suela. Pero contrastan tanto con la blusa y el jean blanco, que me veo en la penosa obligación de usar uno de los calzados que Bárbara ha comprado.
Los calzados son hermosos, eso no lo niego. Pero se ven más bellos que cómodos y nunca he sido buena usando en los pies algo que no sean zapatillas.
Con ansiedad y frustración, terminó de arreglarme.
Salgo del cuarto y voy en busca de Darío, que seguramente ya está desayunando. Todavía no he recorrido el pent house de punta a punta, anoche hemos llegado tarde y me quedé dentro del cuarto de huéspedes. Quiero molestar lo menos posible. Al menos mientras viva bajo su techo.
En la cocina está Laura, la mujer prepara el desayuno mientras canta una vieja balada, que me recuerda al tipo de música que solía escuchar mi abuela.
—Oh querida ¿Qué haces ahí escondida? ¿Qué vas a querer desayunar? — pregunta amablemente sin darme tiempo a responder su primera pregunta.
Yo sonrío y salgo de atrás de la puerta, en dónde efectivamente parecía estar escondiéndome, aunque esa no era mi intención. Supongo que es nato esconderme de la gente por tener vergüenza. Un tipo de vergüenza injustificable.
—Buenos días. Yo, no sé si voy a desayunar porque…
—Tienes que alimentarte bien. Ahora que serás una modelo, tienes que tener energía para soportar esas largas sesiones de fotos y a toda esa gente perfeccionista, que te van a volver loca.
Se me escapa una risita incomoda. Sé que no es su finalidad asustarme, pero me asusta. El trabajo ya comienza a sonar más difícil que trabajar en atención al cliente.
—Voy a prepararte algo liviano— me dice Laura, guiñándome un ojo—. El señor Darío está en la sala.
Le agradezco a Laura la amabilidad y salgo de la cocina para ir hasta la sala, en dónde está Darío.
Lo encuentro sentado a la mesa, desayunando en abundancia pero todo sano y nutritivo.
La comida frente a él, parece encontrarse intacta, y mantiene una expresión seria. En cuanto me ve, pronuncia:
—Encárgate de eso. Hablamos luego.
Acto seguido se lleva la mano derecha a la oreja y retira un auricular.
Estaba en una llamada.
—Lo siento, te interrumpí— Me disculpo, acercándome un poco, con pasos lentos.
Llevo puesta la ropa que él ha pagado y esa sensación de culpa en mí no se quita. Después de todo lo que dije, y de todas las veces que me negué, me siento una tonta por ahora estar en su pent house, y por estar vistiendo ropa que él me ha pagado.
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¿Qué necesitas?
Novela JuvenilDarío D'Angelo, apuesto, millonario y generoso. Era un hombre con muchas virtudes, y unas costumbres un poco raras. América, era una jovencita desdichada, que tuvo la suerte de ser vista entre tantas mujeres y ser elegida por Darío. Pero... ¿Ser ele...