Capítulo 9

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Trago duro y respiro hondo, observando desde la calle de enfrente a la prestigiosa agencia de modelos que maneja Darío D´Angelo; se trata de un enorme edificio cristalizado en pleno centro de la capital. Una edificación lujosa e imponente a la cual no quiero entrar. Sé lo que habrá ahí dentro, el tipo de personas que me cruzaré y aunque sólo sean unos pocos minutos los que estaré allí, sé que me mirarán  como se mira a un bicho raro. La ropa desaliñada, rengueando un poco, el cabello atado en una coleta baja y unas ojeras que me llegan hasta el suelo, en un sitio de este nivel, nunca puede ser bienvenido.

Vuelvo a respirar hondo y junto valor. Que sea rápido. Sólo buscaré a la secretaría y le diré porque voy y me iré a la velocidad de un rayo sin darles tiempo a sentir lastima por mí.

Cruzo la calle cuando el semáforo vuelve a ponerse en  rojo y antes de entrar observo mi reflejo en el cristal de la puerta giratoria. Vuelvo a dudar de lo que haré. Si no retiro ese cheque, no tendré que ir a esa cena y tampoco perderé mi dignidad.  Pero también estaré dejando la salud de Alexis a la deriva y podría morir. Y yo no podría perdonármelo si eso pasara.

Pensar en ello me da fuerza para atravesar esa puerta.

El tipo de seguridad de la puerta me ve mal, como era sabido. Los dos de seguridad que se encuentran dentro, también.

El interior del edificio es tal cual lo imaginaba, tal cuál como se ve desde afuera. Horriblemente lujoso, horriblemente de clase alta. Muy alta. Camino con temor, porque no quiero cruzarme con nadie y hasta ahora voy teniendo suerte.

Supongo que es un poco tarde. O no hay nada en el primer pasillo.

Llego a la recepción, pero no veo a  nadie allí. Miro hacía los costados, pero no veo nada. Luego el ascensor se abre captando mi atención. Dirijo hacia allí mi mirada.

Tres chicas descienden de él, charlando y riéndose  a carcajadas. Una de ellas tiene pinta de ser secretaria; camisa blanca, con los tres botones de arriba desabrochados y pollera tubo color negro, por arriba de las rodillas. Y como no, los infaltables tacones. Las otras dos chicas que la acompañan, son dos morenas esbeltas que visten demasiado bien, y me hacen sentir una mendiga comparándome con ellas. Creo que ni siquiera la chica más elegante que vi en mi vida, que fue una  tipa que entró a comprar masas finas a la panadería hace un tiempo atrás, se veía así de elegante.

Trago saliva cuando las tres advierten mi presencia y me ven de pies a cabeza con una cara de horror que no se molestan en disimular.

La cara de horror de la rubia de camisa blanca, rápidamente cambia para convertirse en una sonrisa artificial. 

—¿Necesitas algo?— me pregunta utilizando ese típico tono agudo que usamos todas las personas que trabajamos atendiendo gente.

—Sí— digo—. Bueno, yo vengo por…

Miro a las otras dos chicas, sus caras de horror siguen ahí.

La rubia se da cuenta y voltea hacia ellas.

—Chicas las veré luego ¿Sí?

Le sonríen y le dicen que sí, dicen algo de ir a una fiesta, vuelven a reír y luego se van caminando con desenvoltura, con elegancia y firmeza. A pesar de las plataformas en sus pies.

La rubia se sitúa detrás del mostrador y ahí vuelve a otorgarme esa sonrisa falsa.

—Dime ¿En qué te puedo ayudar?

—Vengo porque Darío D´Angelo me ha hecho un…

Trago saliva. Me da mucha vergüenza decir la palabra “cheque”.  Espero que Darío no haya olvidado dejarle dicho a esta señorita que yo vendría, o si no llamará a seguridad para que me saquen por impostora. Además de que los nervios me han hecho  formular una oración un poco rara.

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