Capítulo 8

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El médico asiente con la cabeza, nos dice que preparará todo para realizar el traslado de Alexis y luego se aleja dejándonos solos. Los padres de mi novio y yo no salimos del estupor; ellos porque no  entienden lo que acaba de suceder, porque soy una muerta de hambre y se deben preguntar “¿Con que piensa pagar la operación esta imbécil?”. Y yo, aun no sé si esto está bien. No tengo la menor idea de dónde me estoy metiendo.

—¡Estúpida! ¿Estas drogada o que mierda tienes en esa tonta cabeza?— espeta la madre de Alexis, tomando de mi brazo, y sacudiéndome.

Sus dedos se clavan en mi piel, y levanto la mirada hacia el rostro furioso de la mujer.

—Linda, déjala. Quizá América puede pedir un préstamo. ¿Es así América?

Me sacude nuevamente, cierro los ojos aguantando mi rabia y le respondo a su marido con un asentimiento. Bueno, no tengo en realidad demasiada rabia. Ya a estas alturas, no me preocupa que Linda esté tratándome como escoria. Me preocupa lo que me espera a partir de esto.

—¿Acaso quiere dejar morir a su hijo?— pregunto con frialdad.

Afloja el agarre bajo mi mirada.

Suspiro con cansancio.

—Como lo dijo usted— apunto a mi suegro, luego miro a mi suegra—. Puedo pedir un préstamo, y pagaremos esa operación.

Me ven con desconfianza.

—Iré a arreglar este asunto, hay que movernos rápido para hacer ese traslado cuanto antes.

Dicho esto me voy, y ellos no me detienen. Los oigo que se ponen a cuchichear, seguramente discutiendo sobre mí. Pero no tengo tiempo de escucharlos. Tengo que conseguir el bendito dinero.


Salgo afuera unos segundos, para respirar un poco de aire fresco. Me siento en una banquina de madera y  aprieto los parpados. Necesito unos segundos de paz, lejos de ese horrible aire que se respira dentro del hospital y lejos de mis suegros. No es que afuera la panorámica sea mucho más digna de ver, estoy en el parque de un hospital estatal, y la gente que está aquí no está feliz. Por ende la energía es mala. Pero no tan mala como la que hay dentro. Y en estos momentos agradezco cualquier tipo de ocasión a solas que se me pueda presentar. Aunque tenga la cabeza repleta de problemas. Aunque esté a  punto de sumarme un problema más.

Tomo mi celular y respondo a Ariel, primero voy por lo más sencillo de hacer.

Alexis no está bien, lo apuñalaron y tienen que operarlo. Me quedaré aquí con él. No me esperen. Gracias por preocuparte. También te quiero.”

Lo envío y largo un suspiro largo y tendido. Ahora viene lo complicado.
Hago una mueca al ver la hora. 5:30 am. ¿Estará despierto? Busco en los registros de llamada su número.  Y cuando lo encuentro me lo quedo mirando, vacilante.

“¿Qué necesitas?”

No sé si confiar en él. Siento que no debería hacerlo. Pero no tengo ahora otra salida más que recurrir a ese hombre que dice querer ayudarme por alguna razón. 

Bloqueo el celular y lo aprieto, al tiempo que cierro los ojos y lanzo una maldición. Detesto pedir ayuda a las personas. Detesto depender de la ayuda de los demás. ¿Por qué no puedo sola? Quiero poder sola.

Dejo de lloriquear y prendo mi celular para enfrentarme a ese número telefónico y hacer lo que pretendo, porque ya abrí mi boca y ahora necesito ese dinero y Darío es el único que puede ayudarme con eso.

Toco la pantalla, para llamar, y me llevo el celular a la oreja esperando con impaciencia. En parte quiero que no atienda, que sea para él demasiado temprano y esté ahora dormido. Pero la llamada entra y suena, y espero…

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