Capítulo 11

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Los ojos de Ariel dejan de mirar el hermoso vestido negro que tengo en las manos para mirarme la cara, la cual intento que sea vea lo más indiferente posible.

Nunca fui muy buena actuando y él me conoce demasiado bien, así que las posibilidades de que se dé cuenta de que algo oculto son altas.

—Vaya, ¿Y eso de dónde ha salido?— inquiere con una sonrisa entrando al cuarto.

Dejo el vestido sobre la cama, y comienzo a balbucear una respuesta.

—Ah es de una amiga— miento—. Me pidió que se lo guardara por unos días.

Suena a mentira de aquí a la china. Ariel frunce el ceño. Se sienta en la cama y comienza a toquetearlo.

—Es de marca. Esto no salió de la feria americana— me dice examinando la prenda.

—Sí, lo sé. Supongo, se ve lindo— digo con indiferencia.

Todo mundo se sorprende por lo hermoso que es el vestido. Sí lo admito, es bellísimo ¡Pero vamos! ¿Qué nunca vieron un vestido caro?

Ariel me observa a la espera de que le dé más información de esa supuesta amiga.

—¿Y por qué tienes que guardarle el vestido?—  pregunta.

—Porque no lo puede tener ella en su casa— miento.

Ariel frunce el ceño.

Un poco de verdad hay. Sólo que esa amiga que no puede tener el vestido en su casa: estaría siendo yo.

—¿Y por qué?— vuelve a preguntar.

Pongo los ojos en blanco.

—No lo sé, es que no quiso decirme.

Ariel resopla y ladea la cabeza.

—Estas mintiendo Mer, si va a pedirte que le guardes el vestido, porque no puede tenerlo en la casa, mínimo tiene que contarte la razón — dice Ariel—. Creo que no quieres decirme.

Le quito el vestido de la mano y comienzo a guardarlo dentro de la caja.

—No es mi asunto. No me corresponde decírtelo, además ¿Para qué quieres saberlo?  Ni siquiera la conoces.

—Tienes razón, no la conozco— admite—. No me importa.

Se levanta de la cama y  cruza los brazos mirándome fijamente. Finge estar ofendido. Pero se ve tierno y sé que en realidad no está molesto. Aunque también sé que si supiera la verdad, mi verdad sobre Darío; el vestido y como pagué la operación de Alexis, se enfadaría y no precisamente poco.

—¿Quieres pizza para cenar?

Asiento.

—Sí— sonrío—. Ya quita esa cara de enojado. Te ves feo— le digo bromeando.

Suspira y cambia la expresión de su rostro.

—Okey, pediré pizza. Ven al comedor, con Jairo estamos por ver una serie. No seas aburrida y únete.

—Bueno, guardaré esto y en un momento voy.

Me queda mirando con cierta desconfianza hasta que sonríe, y decide dejarme sola nuevamente. Una vez que la puerta se cierra, largo un suspiro. En realidad mentirle fue estúpido, debí haber aprovechado y confiarle lo que en verdad me está sucediendo. Pero volví a dejar pasar una oportunidad por temor.

 
—¿Qué pasa qué estás tan distraída? ¿Estás preocupada por tu novio?— me pregunta Ana mientras le entrega el medio kilo de pan a un cliente.

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