Capítulo 4

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—América ¿Qué estás haciendo aquí?

Me paro derecha y lo miro desafiante. Esa es la postura que debo adoptar con este tipo millonario, que cree que puede convencerme de algo, que aún no sé qué es, pero estoy segura que no es nada bueno.

—¿Debo darle explicaciones de lo que hago, o a dónde voy?— inquiero con el ceño fruncido, burlándome.

Sus ojos claros e intimidantes me ven de pies a cabeza, con una lentitud que me hace poner la piel de pollo, acelerar el ritmo cardiaco y sentirme extremadamente impaciente. Una parte de mí, se siente un poco avergonzada de la pinta que llevo, y de que él esté viéndome con esta pinta.

—¿Vas a una fiesta?— pregunta con un tono burlesco.

Cierro los ojos y respiro hondo.

—A donde voy no es de tu incumbencia— espeto, intentando pasarle por al lado.

—¿Pensaste en mi propuesta?— le oigo decir.

Vuelvo a girarme y lo miro.

—No tengo nada que pensar. Ve a hacer tus obras de caridad, a otra parte, porque yo no las necesito.

Nos mantenemos la mirada unos segundos. Segundos que me son suficientes para apreciar su elegancia, la verdadera elegancia. La belleza, una belleza que jamás había visto en mi vida. Y esta vez sí, puedo asegurar que nunca antes vi alguien tan atractivo a mis ojos. Pero su atractivo no importa; como dije antes, es un desconocido, que prácticamente me está acosando.

Me doy la vuelta con el peso de su mirada puesto en mi nuca, haciéndome sentir inquieta y sosa al caminar, por lo que apresuro el paso para perderme de su vista.

Regreso a la mesa, en dónde las miradas se posan nuevamente en mí cuando llego. Están hablando sobre las vacaciones del verano pasado. Luis está contando sobre las playas brasileras, y Ana y su marido asienten, porque al parecer también han ido allí. Miro de reojo a Alexis, que está callado, porque está comiendo. Es un alivio que esté callado, al menos la comida sirve de algo.

Tampoco puedo aportar mucho a la conversación, porque jamás he ido de vacaciones fuera del país, y menos con Alexis. A penas si he salido con él hasta la esquina de la casa en la que vivimos. Y supongo que debo sentirme afortunada de poder salir a la esquina.

Risas, anécdotas divertidas y románticas, predominan en el foco de la conversación, pero yo no me hago participe, porque en todo este tiempo no he tenido nada que sea digno de presumir. Y si en algún momento hubo cosas buenas, en mi relación con Alexis, lo he dejado en el pasado. S esfumó de mi mente, porque ya no lo recuerdo. Es como si nunca hubiese habido época dorada en nuestra relación. Los altibajos lo dominan todo, en lo que respecta a los recuerdos que tengo.

—América, todavía me muero de amor al recordar las flores y los chocolates que te envió Alexis al trabajo— dice Sofía repentinamente, mirándonos a Alexis y a mí.

En los rostros de todos puedo observar una sonrisa, pero Alexis y yo estamos muy lejos de sonreír. Él, porque sabe que jamás, pero jamás en todo el tiempo que llevo trabajando en la panadería, me ha enviado algún regalo o algún presente. Ni siquiera un mísero caramelo. Y yo, yo no sonrío porque sé quién fue la persona de ese obsequio, y porque no le he dicho a nadie sobre lo que sucedió con el tipo del BMW. Y es que nadie me lo creería tampoco, ni siquiera yo me lo creo. Es una ridiculez. Cómo decirle a Alexis que me persigue un tipo millonario, y quiere proponerme algo que no tengo idea de lo que es porque soy una cobarde que no quiere ni siquiera preguntarle.

—Fue un detalle tan bonito— comenta Ana suspirando.

Alexis se pone muy serio, me mira y yo no sé qué decir o hacer.

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