Debo reconocer que hace una semana atrás llevaba una vida monótona y sin rumbo fijo. Estaba tapada de problemas y no tenía como salir de ellos. No hallaba soluciones, ni a corto o largo plazo. Era un ser humano sin gracia, sin aspiraciones, que sólo respiraba porque no tenía los ovarios necesario para cometer suicidio. Ahora puede decirse que tengo una meta. Ahora tengo nuevos propósitos, que me alejan un poco de mi estado de depresión continua.
Me centro en la ventanilla, y observo; las personas con dinero se distinguen fácilmente de las que no. En eso mi tonto ex novio, tenía razón. Por estas calles nadie parece ser como yo, todos parecen ser como Darío: Asquerosamente millonarios.
Darío se mete con el coche por una cuadra, en dónde abisman los restaurantes de alto lujo, y las personas que se ven, tienen una apariencia casi perfecta. No es en sus rostros, operados, rejuvenecidos, o genéticamente atractivos. La perfección que tienen se encuentra en sus ropas, en sus joyas, que brillan desde la distancia y en esa manera de moverse, como si el mundo estuviese bajo sus pies y ellos fueran inalcanzables.
—¿Te encuentras bien?— pregunta Darío, deteniendo el coche, frente a un restaurante pequeño, pero sumamente distinguido.
Luces de colores llamativos lo iluminan, haciéndolo más atrayente, con sus luminosos carteles en chino.
Asiento.
—Sí— respondo, para luego preguntar algo un poco evidente—¿Es aquí?
Mueve su cabeza arriba y abajo, y se desabrocha el cinturón de seguridad. Quiero hacer lo mismo, con su misma rapidez, pero me hallo luchando con el cinturón sin poder quitármelo.
Me muero de vergüenza, porque es idiota no poder ni siquiera desabrocharme el cinturón de seguridad. Darío me mira y sonríe de lado. Se acerca a mí, demasiado. Instintivamente al tenerlo tan cerca, dejo de respirar. Lo miro a los ojos, y él me mira también. No entiendo cómo puede tener un color de ojos tan bonito. A veces son extremadamente verdes, y otras veces, se vuelven grisáceos. Pero pocas veces he visto el cambio, de la forma en que lo estoy viendo en este instante. Es una maravilla, que parece de otro planeta.Bueno, debo no pensar en eso. Puede que tal vez este exagerando. Sólo es un hombre.
Darío desabrocha el cinturón, en un abrir y cerrar de ojos. Así como estuvo cerca de mí, ahora se encuentra nuevamente lejos.
Y no quiero pensar, pero termino pensando en lo que hubiera sucedido sí este hombre estuviera buscando algo más que sólo ayudarme con mis problemas económicos. Pienso en lo que podría haber pasado, si le hubiese dicho que sí a lo que sea que quería, aquella vez que cenamos juntos.
Me abre la puerta del coche, y me invita a bajar. Estoy por decirle que no es necesario que me abra la puerta, cada vez que bajo o subo al coche. Pero me veo interrumpida por un joven asiático que sale a nuestro encuentro.
Como es de costumbre un cochero se lleva el auto de Darío para estacionarlo, y a mi esa acción me sigue pareciendo de lo más peligrosa. Siempre imagino que el cochero quizá es un estafador y se acaba robando el auto, el cual se lo dejan servido en bandeja. No es imposible que suceda, pero tal vez yo debería dejar de ser tan paranoica. Sólo un tonto le robaría a un hombre tan poderoso, y en un lugar tan lleno de gente.
El hombre asiático que nos ha recibido, nos escolta hasta adentro, hacía una de las mesas. Se me dispersa la mente observando todo. No puedo evitar la comparación, con el intento de restaurante chino en el que trabajé durante mi adolescencia. Este sitio no se le parece en nada: aquí huele bien, la comida se ve refinada en los platos del resto de comensales, la decoración es diferente y exótica, como una espera que sea. El rojo abunda, al igual que las estatuas de buda y estampados de dragón rojo. Es lindo, me gusta.
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¿Qué necesitas?
Novela JuvenilDarío D'Angelo, apuesto, millonario y generoso. Era un hombre con muchas virtudes, y unas costumbres un poco raras. América, era una jovencita desdichada, que tuvo la suerte de ser vista entre tantas mujeres y ser elegida por Darío. Pero... ¿Ser ele...