Fin de la escuela.

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¿Recuerdan a mi profesor jefe? El que me prometió ayuda y luego no volvió a hablarme. Pues, a medida que iba pasando el tiempo, sus sentimientos hacia mi se volvieron hostiles. Siempre quería hacerme ver mal.

Mi curso había tomado mejor de lo que esperaba mi destape, ya nadie me llamaba por mi death name y en general recibí mucho apoyo de su parte.

En la clase de mi profesor jefe, siempre me sentía incómodo. Amaba la asignatura (filosofía) pero él no dejaba de llamarme en femenino. Incluso recuerdo una vez en la que una de mis compañeras lo corrigió y el se enojó. Nunca me llamó Matías.

Con el tiempo fui comprendiendo que las personas, sin importar su edad, merecen respeto al igual que los demás. Comencé a defenderme de sus comentarios y ahí fue cuando mis notas comenzaron a bajar.

"Mati, ¿qué nota te sacaste?" Dijo un amigo.

"Un cuatro. ¿Y tu?"

"Un seis. A ver, en qué te equivocaste..."

Luego de hablar y comparar nuestras respuestas, notamos que estaban bien las mías pero los puntos eran demasiado bajos. Fui a preguntarle al profesor.

"Profe, ¿por qué tengo esta nota?"

"De seguro porque no estudiaste"

"Yo ayudé a varios de mis compañeros a estudiar"

"Pero tus respuestas están incompletas"

"¿cómo van a estar incompletas? Si tengo más de diez líneas escritas"

"Yo ya entregué las notas"

"Voy a ir a hablar con la rectora entonces"

"Vaya"

Fui.

Mi amigo y unas amigas más, me acompañaron con sus pruebas en mano. Comencé a hablar con la rectora sobre mi problema y ella revisó las notas.

"Mira, no puedo hacer nada con estas notas porque ya están en el sistema pero para que te quedes tranquila voy a revisar tus pruebas de ahora en adelante"

"Tranquilo, se llama Matías"

Frunció el seño. Pronto sabría qué tan intolerante puede ser un colegio católico.

En Chile hay una actividad que se celebra en los colegios para la semana de la independencia. Se llama la fiesta de la Chilenidad. Cada curso baila una danza típica de cierta región del país y al último año (mi curso), nos tocó bailar cueca.

Estaba tan estresado con tener que ponerme un vestido y bailar como una niña que comencé a tener dolor de estómago todos los días. Cada vez que tocaba clases de educación física tenía más y más miedo de tener que practicar el baile. Mi papá se dio cuenta.

"¿Qué pasa?"

"Es que me toca educación física mañana"

"¿Y qué?"

"Estamos practicando el baile"

"Yo voy a hablar con tu profesora, no te preocupes"

"¿De verdad? Gracias papá"

Lo abracé.

Mi papá fue a hablar con mi profesora el día siguiente. Ella no lo tomó bien.

"Aquí todos los niños tienen que bailar, no hay excepciones para algunos. Aquí no tenemos favoritos"

"De acuerdo, pero va a bailar con ropa de hombre"

"No puede bailar con ropa de hombre". La directora intervino.

"¿por qué?"

"Porque vendrán los papás de todos los alumnos y después me reclamarán. Usted sabe que no van a entenderlo"

"Mi hijo no va a bailar con un vestido"

"Pero caballero, su hija es una niña. No puede venir vestida de hombre"

"¿qué pasaría si yo estuviera grabando todo lo que estamos hablando?" Sacó su celular "¿Usted cree que a los medios les gustaría saber de un caso de discriminación dentro del colegio?"

"No señor, usted me entendió mal. Yo no quise decir eso. Mire, yo le ofrezco que pueda cerrar el año ahora para que no tenga que estresarse con las notas"

Yo estaba en clases mientras que todo esto pasaba así que cuando vi entrar al inspector, supe que algo había pasado.

"Huerta, a la dirección"

La directora me llamó cuando mi papá se había ido y me hizo pasar a su oficina. Me mostró unas pruebas que había firmado con mi nombre y me dijo que no podía hacerlo más. Que no permitiría a los profesores que entregase algún documento con un nombre qué no era mío.

Sentí mucha impotencia. Tantas cosas que tenía que aguantar y superar por mi cuenta y ahora, el lugar en el que me sentía más tranquilo se habia vuelto un campo de batalla. No dejé que me viera llorar.

Le expliqué mis derechos y le dije que no me iría. Que me quedaría hasta el fin de año.

Al llegar a la sala algunos compañeros me preguntaron qué había pasado y yo contesté. Sinceramente yo pensé que no me apoyarían en acciones, pero ellos querían protestar.

Es increíble como los valores de las personas jóvenes son tan fuertes, como son capaces de quemarlo todo por lo que es justo, como arriesgan sus vidas por dignidad para los demás.

En ese momento el estallido social en Chile había comenzado y yo fui testigo de como los jóvenes, esos que todos pensaron que no tenían futuro, fueron los que cambiaron el presente. Después de tantos años de opresión silenciosa, vi como gritaban, como hacían ruido con cacerolas, como los de la primera línea arriesgaban sus vidas por una vida más justa y digna.

Y nosotros en aquel momento también ardimos. Vi a mis compañeros unirse para que uno no fuera discriminado, los vi dejar de lado su licenciatura por llamarme por mi nombre. Los vi luchar hasta el último momento.

Y finalmente pude graduarme con mi uniforme masculino. Fui con mi papá. Mi mamá no quiso ir ni dejó que mi hermano fuera. Pero nada de eso importó. Porque por fin había alcanzado lo que hace unos años parecía imposible.

Ahí estaba yo con mi traje subiendo al escenario a buscar mi diploma, mientras escuchaba a mis compañeros al unísono: ¡Matías! ¡Matías! ¡Matías!

Miedo y valentíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora