Carta a mi agresora del metro

70 9 3
                                    

Me permitiré no saludarte, me ahorraré el querida agresora, me ahorro las formalidades y las palabras pensadas, tal como tu te ahorraste la empatia y decencia.

Hoy estoy aquí después de darle mil vueltas a la almohada, después de llorar con manos en el agua, después de temblar de miedo y de no poder cerrar los ojos sin recordar tu rostro.

He tratado de entender cómo es que en alguien cabe la idea de agredir a una persona solo por el hecho de existir. Cómo es que eso te hizo sentir, me pregunto qué sentiste al verme temblar de miedo buscando ayuda en los ojos apagados de los demás transeúntes. ¿No pensaste en que yo tenía una familia que me esperaba en casa? ¿No pensaste que yo también soy amado? ¿No pensaste en los problemas que me traerían tus palabras y lo hirientes que fueron? No lo hiciste.

Claramente para ti no tuve la importancia suficiente como para que me consideraras humano. Persona. Que siente, que piensa, que sufre.

He estado evitando decir en voz alta los insultos que me dijiste, evitando pensar en lo que pasó, viviendo con el miedo de sentirme tan miserable como tú me viste.

Me sentí tan jodidamente asustado.

No puedo entender cómo pudiste llamar enfermo a alguien en nombre de tu dios de amor. No entiendo cómo pudiste sentir asco de alguien que tu dios de amor creó. No creo en tu dios imperfecto, injusto, semejante a ti y a tu falta de humanidad. No te creo.

No entiendo cómo preferiste armar un escándalo por no usar la mascarilla, cómo tenía mas valor para ti tu deficiente razonamiento que la vida de las demás personas. No entiendo cómo fuiste capaz de ignorar a todos los que te miraron mal pero no pudiste ignorarme a mi, que estaba evitando tu mirada.

Cuando comenzaste a burlarte de mi ropa, de mi pelo, de mi postura, de mi cuerpo. Cuando me escupiste los pies, cuando  intentaste quitar mi  mascarilla para escupirme en el rostro. Cuando me empujaste para que cayera. Cuando tu rostro tomó mil formas de odio distintas, cuando te transformaste en todas las personas que me hirieron por ser fiel a mi mismo.

Salí de esa estación con el cuerpo de cristal roto, con ojos de mar y garganta de plomo. Con el miedo uniendo mis partes en un ansioso caminar. Sólo te tomó tres estaciones.

Cuando la gente me preguntó por qué no hice nada, por qué no te insulté de vuelta o te golpeé como si fuera la respuesta correcta y natural, me sentí avergonzado. Sentí vergüenza de mi mismo al verme tan débil, tan roto. ¿Por qué sentía vergüenza si no había hecho nada malo?

Estuve pensando bastante en eso. En el hecho de no poder odiarte.

No creas que no te detesto (porque lo hago), eres la última persona en el mundo que salvaría de la muerte si esta me diera la oportunidad, pero... ¿Por qué te salvaría de todos modos?

Creo que una parte de mi quiere que sufras lo mismo que yo lo hice y un poco más. Que la vida te pague con la misma moneda para que estés en mis zapatos, para que haga la labor que tu empatia no está cumpliendo.

Y mi mejor parte hace que te compare con mi madre. No puedo evitar pensar en ella con todo lo que pasó, todo lo que un dios intolerante puede dañar la mente de las personas, los actos horribles que desencadenan en nombre de la salvación. No puedo odiarte porque no odio a mi madre.

No puedo odiarte ni desearte la muerte porque yo se que una persona buena puede hacer cosas horribles en nombre del amor.

Me resulta curioso... Cuando pensé en escribir esta carta no pensé que terminaría de este modo. Empecé odiandote, temiendote... Pero me permitiré decir que soy mejor que tú. Elijo serlo.

Porque a pesar de todo lo que hiciste, del dolor y el miedo que me causaste, te dejo ir. No te perdono porque nunca dijiste que lo sentías. Pero ya mi mente te retuvo por mucho tiempo.

Te digo adiós, con esta carta apago tu ira, te miro a los ojos y me bajo del metro.


Miedo y valentíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora