« Estrella »•
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Su mente se nubló por un momento, sólo un segundo por aquel aroma. No es que fuera un experto, o que pudiera reconocerlos todos, o que fuera un genio chico normal capas de reconocer los diferentes aromas de los híbridos, nada de eso. Pero, si aprendió algo en su tiempo con Haku, y eso fue reconocer lo dulce de un momento, y no cualquier momento.
Lika ya estaba sentada sobre él, con el miembro cerca a su húmeda entrada lista para ser penetrada en aquel cuarto de limpieza, fuera del campo del entrenamiento y a unos metros de los dormitorios donde estaban.
Un día lluvioso, el sonido de las gotas sonando en las ya pequeñas lagunas del cemento sólido. Ambos salieron, no juntos claro, pero si llegaron a aquel sitio que presenciaba aquel futuro acto.
—Ibuki... no eh pedido nada, eh defendido a otros... ahora... sólo te pido una cosa... –le susurró Urabe al chico, bajando hasta sentir el escalofrío al tacto con la punta del miembro de Munemasa.
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Llevaba una hora dentro de la ducha, sin mentir entre shampoo, jabones y todo lo más aromático que pudiera haber a la mano para quitarle antes de llegar a casa el aroma de la Batracon.
Dos horas más atrás se encontraba a punto de realizar acto que sólo experimento con Haku, un placer que invadía a ambos y que no les cansaba, un suceso que los unía como uno.
Regreso en si al encajarse en la mano ante aquella oscuridad, en el cielo pedazos de vidrio rotos, abrió los ojos con sorpresa y no dio tiempo de nada saliendo corriendo de ahí y subirse como podía los pantalones. Agradecía que nadie viese ese acto tan vergonzoso.
El agua de la tina bajo la ducha ya se había enfriado, al igual que la erección que cubrió con su sudaderos al entrar corriendo a los dormitorios sin dar explicación, aunque al parecer unos ya sabían de aquella idea por parte de la Batracon.
El entrenador pidió a todos apoyar a la chica, y es que aquello solo era para hacer un bien al equipo, si Haku seguía tomando más en la vida de Munemasa, su carrera por la cual tanto se esforzó se vendría abajo.
Minutos más tarde, Urabe entro con las ropas algo húmedas e ir directo al comedor y ser como ella sola sabe. Ser ella.
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Claramente podía detenerlo ¿que sería para ella detener a un chico? Pero limitaba, como todos, su fuerza. Desde niña deseaba ser alguien normal, jugar con los niños de su cuadra, patear la lata y salir corriendo.
Pero, no culpa a nadie de haber nacido híbrida, simplemente tuvo que buscar otra manera en la cual distraerse.
Y alguien salió.
Encontró un día cualquiera un balón en la cancha de baloncesto, lo tomó y no ajena a ello jugó con el, saltando al aro y metiendo el balón varías veces desde diferentes puntos.
—Nada mal –aún terminando la frase, ya se encontraba sobre el chico con un gruñido en la garganta. Sin temor alzó la ceja y prosiguió —¿a que escuela ingresarás?
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Ibuki fue parte esencial de ella desde ese día ¿porqué no lo marcó como suyo? ¿Porqué espero tanto tiempo?
Sabía la respuesta, y aún así no cambiaba de opinión si pudiera regresar el tiempo. Por qué Ibuki no era una "pareja", no era un "momento de calentura" o "deseo", sino que Munemasa es un trampolín que la hizo no estar sola, integrarse como ella quería.
Sonrío, su cuerpo seguía caliente por querer el acto con aquel chico, así que manualmente se dio placer pensando en cómo aquel chico logró salir. Rio derramando lágrimas de felicidad, no había sentido ese placer antes.
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Lejos de donde el equipo de casa pasaba el torneo que los definiría para entrar al nacional, Hakuryuu observaba el cielo desde el tejado de su casa, así como tantas veces lo veía con Munemasa.
—¿Qué puedes saber tú si jamás haz tenido una pareja? –Kirina y Kariya estaban al cien de detener a los otros en caso de querer cometer asesinato contra Kyousuke —¿te crees el líder de una manda? ¡Por que no lo eres!
Una sola mirada de Kyousuke le hizo bajar esos ánimos y solo gruñir bajo —sólo les abriré los ojos a lo que han dejado de estar viendo por aquel mujerzuela, lo verdadero importante de todo.
Frunció el ceño y suspiro relajándolo de nuevo, las estrellas brillaban hermoso aquella noche.
—¿Porqué amo a Ibuki?