CAPÍTULO 20.

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La camarera golfa.

—Yo dije que no, ¿Por qué estoy aquí?

—Porque soy muy persuasivo.

—Querrás decir fastidioso.

Despliega una sonrisita.

Luego de varios minutos viendo el menú en silencio, me digno a hacer la pregunta.

— ¿Cómo supiste mi nombre?

—Yo también tengo mis contactos.

Lo medité un minuto, viendo a Brayden ponerse ridícula cara de chico arrogante.

—¿Fue Isaac?

—¿Cómo sabes que fue él?

Arquee una ceja.

—Me lo acabas de decir.

—Tu cerebro no es divertido —se tiró en la silla como un niño—. ¿Cómo supiste que fue él?

—Hoy en día es uno de los poco que quedan del kínder de Belmont y el único que lo recuerda.

—¿Y alguien más lo sabe? —pregunta con interés.

—Mi ex, que al igual que tú fue un metiche.

Baja el menú y se cruza de brazos sobre la mesa, haciendo que sus hombros se agranden y me mire fijamente.

—¿Puedo preguntar por qué lo cambiaron?

—Confórmate con saberlo.

Brayden niega con cabeza, manteniendo esa sonrisa. Estira la mano y baja mi menú para que lo vea a los ojos.

— ¿Por qué "Nova"?

Me encojo de hombros.

—No lo sé, mamá siempre quiso ser astrónoma, pero el abuelo no la dejó.

— ¿Y tú estás de acuerdo con eso? Es tu nombre, lo tendrás para toda la vida—volví a encogerme de hombros.

—A estas alturas no me importa, me da igual, con tal de que no me vuelvan a decir Yenyei estoy bien.

Brayden guardó silencio por unos momentos, analizando la situación.

— ¡Pues, te queda bien! Combina contigo —un bufido se cuela por mis labios, ya me estoy acostumbrando a su labia barata.

—¿Combina? —repito divertida.

— ¡OOH!

Suelto el menú de pronto a causa del grito, la abuela de Alice, la señora Meredick dueña de la pastelería, se acomoda los lentes y se acerca a toda velocidad a nosotros.

— ¡Mi niña! trajiste a un chico, y muy apuesto—exclama la anciana, maravillada de Brayden e irrespetando su espacio personal.

—No es lo que piensa, señora Onisse—intento negar lo que sea que le esté pasando por la mente, pero mis intentos son echados a la borda cuando siento unos dedos recorrer el dorso de mi mano.

— ¡Ay, muñeca! No lo ocultes más, no creo que esta linda abuelita diga algo ¿o sí? —inquiere con un tono seductor que me causa terror.

Pero lo más angustiante de todo fue ver cuando le guiñó un ojo a la vieja como si se conocieran desde hace años.

— ¡Oooh! Su secreto está a salvo conmigo.

Golpee mi frente con mucha fuerza.

La anciana camina al mostrador—feliz y contenta como Beta—. De no ser porque tiene setenta años hasta saltaría como conejo. 

Los secretos de Nova. |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora