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"Está bien amar y respetar algo, pero todo en exceso es malo."

Anastasia y Henry habían llegado recién a Hunsford. Y, la relación de ambos no se encontraba en completo buen estado.

Ella no se despidió de él cuando la dejó frente a su casa, y a él esto pareció importarle muy poco, o nada.

Al llegar a casa, Anastasia saluda a su hermana y sobrinos, y por supuesto también a Emily Rutt, la jóven criada.

Charlie no se hallaba en casa, debía estar en el trabajo. ¡La casa sí que tenía un poco más de paz con su ausencia!

—¿Y cómo te fue? —Pregunta Christina desinteresada.

—Muy bien, excelente. Henry es encantador y, todos en la velada me trataron dulcemente, sin excepciones. —Responde Anastasia, por supuesto con cierta falacia.

—Me sorprende, por momentos creí que estando rodeada de tanta gente rica, por lo menos uno te trataría con intolerancia. —Comenta Christina.

—¿Y eso por qué? Son gente inmensamente educada. Los han criado sabiamente para convivir y para no prejuzgar a nadie. —Dice Anastasia.

—Yo no estaría tan segura de ello. —Responde su hermana—, Son gente, mayormente, arrogante.

Anastasia no contesta nada.

—Ahora por favor lleva un rato al parque a Lucy y a Rory. —Le ordena Christina—, Yo debo ayudar a Rubius con su tarea, y Emily se encuentra ocupada como siempre.

Anastasia suspira expresando agotamiento, y sale con sus dos pequeños sobrinos a caminar.

El día estaba cálido, bonito, agradable.

Y, mientras aquella jóven solterona caminaba con sus dos sobrinos corriendo en diagonal, un extraño hombre algo inmundo se aproximó hacia ella.

—¡Hola! ¿Puedo servirle de algo? —Pregunta Anastasia amablemente.

—¡Sí, dile a tu hedionda e inútil hermana que me pague el dinero que me debe! —Le exige el hombre quizás ebrio.

—No sé de qué me está hablando, se ha confundido usted. —Sugiere la jóven.

—No, no estoy confundido. Me llamo Albert Robson, soy un antiguo amigo de Christina, ¡Pero la muy imbécil no me ha pagado! —Le grita el hombre.

Ni Rory ni Lucy parecen percatarse de la presencia de aquél tipo, pues sólo se encuentran corriendo, gritando y jugando amargamente.

—¿Y por qué le debe mi hermana dinero a usted?

—La droga, no la ha pagado como prometió que lo haría.

—¿Ella se droga? —Anastasia se sorprende al instante.

—Por supuesto, ¿Es usted tan estúpida que no se había percatado antes?

Anastasia abre la boca con sorpresa ante semejante actitud grosera por parte de un hombre totalmente desconocido para ella, así que sólo le responde, aunque firmemente:

—Si tiene usted algo que resolver con mi hermana, pues hágalo con ella, no tiene derecho a molestarme a mí, y mucho menos a estorbar la escasa paz que puedo tener aquí.

Albert la mira con desdén, y luego se larga.

~~~

Al día siguiente, todos se hallaban muy regocijados por el cumpleaños de William Pennington, un hombre que por supuesto todos adoraban.

Era muy temprano, así que, mientras desayunan, la señora Pennington sugiere:

—Deberíamos de visitar una iglesia el día de hoy, debe haber alguna misa. Hay que agradecer a nuestro amado señor que William ha cumplido un año más de vida.

—No hay iglesias cerca de aquí. —Señala William con frialdad.

—¡Desde luego que sí! —Responde su madre—, He visto una iglesia el día de ayer cuando llegabamos aquí. Se llama Santa Rita.

—No está disponible para las personas. —Dice William.

—¡Sí lo está! —Exclama su madre—, Deja de excusarte tanto para visitar la casa de Dios, hijo mío.

—Hemos visto personas ayer en la iglesia, había una misa, y comentaron que habría otra hoy. —Señala Pedro.

—¿Qué? ¿En serio? Esa iglesia ha estado cerrada durante algunos años. —William parece extrañarse mucho.

Así que, con la utilidad de dos caros automóviles, todos se dirigen a la iglesia.

La familia Pennington era altamente religiosa, y aunque William no estaba tan obsesionado por el tema como algunos fanáticos de la iglesia, de igual forma tenía una creencia intacta en Dios y en Jesucristo.

Al entrar allí, todos toman asiento, escuchan las palabras del papa, y luego realizan unas que otras oraciones diversas.

Pero, mientras el papa hablaba, Claudia dibujaba en una pequeña libreta. Pedro se asoma con interés, y nota que está dibujando al papa, con una precisión increíblemente enorme.

Las aptitudes de Claudia para el piano o para el dibujo eran innatas, eso era seguro.

Al terminar la misa, todos salen, excepto William quien queda adentro conversando un rato con su padre Thomas.

Y mientras la gente se retiraba en sus autos, William sale de la iglesia y puede percibir con cierta facilidad cómo su madre le da una bofetada más o menos fuerte a Claudia en el rostro.

Pedro, Lilia y Samuel estaban por otra parte conversando, y no pudieron ver tal escena.

Rossana se aleja de su hija entonces.

Naturalmente, ahora Claudia se encuentra un tanto desanimada, una tenue lágrima recorre su mejilla, su hermano se acerca a ella e inmediatamente le pregunta:

—¿Por qué te ha pegado?

—Por nada.

—Sólo dime.

—Fue porque estaba dibujando al papa en la iglesia. —Hace una pausa, y solloza—, Madre piensa que es una grosería hacia el padre y hacia la iglesia, dice que no debí hacerlo.

William se queda callado al escuchar tales palabras, le parecía excesivo el afán de su madre por Dios, y así siempre le había resultado. Y aunque se sorprendió, más se sorprendió al escuchar lo siguiente por parte de su hermana:

—Pero madre tiene razón. Lo que hice fue una completa insolencia, no lo haré de nuevo. ¡Fue una burla! ¡Que Dios me perdone!

Entonces, su hermana se retira, y William sólo piensa: ¡Cielos! Está bien amar y respetar algo, pero todo en exceso es malo.

El Caso Blair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora