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Luego de que William Pennington se retirara de la mansión Black junto con sus dos queridos primos, el señor Chester Phillips parecía encontrarse increíblemente alterado, y por supuesto, en el mal sentido

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Luego de que William Pennington se retirara de la mansión Black junto con sus dos queridos primos, el señor Chester Phillips parecía encontrarse increíblemente alterado, y por supuesto, en el mal sentido.

—¡Desgraciado señor Pennington! —Exclamaba Chester en el salón principal—, Y pensar que tuve la audacia de invitarlo aquí, y no sólo eso, sino que él tuvo el inmenso descaro de aceptar venir a mi velada, aún sabiendo que me negaría cualquier oferta de trabajo.

—Bueno, no entiendo cómo podías esperar tanto de un hombre que a penas conociste el día de hoy. —Comenta Bernard, sentado en el comedor.

—Lo aborrezco, en serio aborrezco a ese hombre. —Manifiesta Chester—, Es un ser humano despreciable, patán, detestable, cretino, e ignorante, cabe mencionar.

—O quizás sólo muy orgulloso y poco codicioso como para aceptar este desafío. —Vuelve a comentar Bernard.

—¿Se puede poseer mucho orgullo y poca codicia?  —Pregunta Chester extrañado, caminando de lado a otro—, En ese caso, creí en verdad, me convencí a mí mismo de que William Pennington aceptaría mi trato, mi negocio, mi proposición.

—Pues estuviste errado, querido hermano. Y de hecho creo que ni toda la fortuna del mundo haría que el señor Pennington regrese a su campo de investigación privada. —Dice Bernard, murmurando esto último.

—¿Qué dices? ¿Y por qué no existe acción alguna que pueda convencerlo de volver a su profesión? —Pregunta Chester con tono de inestabilidad.

—¿Qué acaso no conoces la historia? —Pregunta Bernard con tono de obviedad—, El señor Pennington renunció a su trabajo para siempre, y esto debido al último caso que experimentó, y que tuvo la mala fortuna de lograr resolver.

—¿Mala fortuna de lograr resolver? —Pregunta Chester repitiendo la última frase dicha por su hermano—, ¡Es ridículo! Pues todo caso policiaco se desea resolver.

—Pero, probablemente William hubiese deseado no llegar a su resolución. Ya que, según sé, su último caso conllevó un trauma para él... —Bernard hace una pausa más o menos larga—, Un trauma muy grande.

Chester ríe a carcajadas, y luego contesta:

—Entonces el aclamado señor William Pennington posee la misma sensibilidad que una jóven señorita.

—Eso no lo sabemos.

—Pero lo podemos intuir mediante esta historia. Así que cuéntame, querido Bernard, ¿De qué trata el último caso que resolvió el señor William, y que trajo estas graves y permanentes consecuencias psicológicas para él?

—Nadie lo sabe.

~~~

Watford, Londres.

—William cumplirá años en dos días, creo que deberíamos de visitarlo en su mansión en Hunsford. —Sugiere Claudia.

—Sabes muy bien que él considera bastante ordinaria la ocasión de su cumpleaños, personalmente. —Dice su padre, el señor Thomas Pennington.

—Es cierto, pero nosotros no. —Dice la chica—, Somos su familia, y debemos visitarlo en cuanto antes para hacerle una placentera compañía.

—Yo estoy de acuerdo contigo, querida Claudia. —Dice la señora Rosanna Pennington—, Debemos visitar a mi amado hijo, pues, en el fondo le haría realmente felíz que estuviéramos allí. Es un hombre muy apegado a su familia, muy en el fondo, aunque casi siempre se muestre como un ser insensible o altamente frío.

—Entonces no se discute más, mañana mismo vamos a Hunsford para estar antes de su cumpleaños allí. —Ordena Claudia felizmente—, ¡Que sea una sorpresa!

—No le gustan las sorpresas. —Murmura el señor Thomas, mientras toma su té de limón.

—¡No importa! —Exclama Claudia aún sonriente.

~~~

En la limusina camino a Hunsford, William se encontraba recostado de la puerta derecha, casi dormido.

Entonces, Lilia le dice a su hermano:

—¡Qué modales tan repugnantes tenía esa señorita Blair!

—A mí me pareció bastante tolerable. —Comenta Samuel.

—Y además, ¡Su vestido!

—¿Qué tenía de particular su vestido? —Pregunta Samuel con poco interés en conocer la respuesta.

—¡Nada! Ese es el problema. Era un vestido de lo más barato y ordinario, carente de toda elegancia que sin duda ameritaba la reunión. —Expresa Lilia Rotsenburg—, Y me parece además que, el señor Chester Black se dió cuenta de lo inferior que resultaba la presencia de esa jóven.

—A mí me parece que tú eres excesivamente prejuiciosa, y casi me atrevería a decir que odiosa.

—¡Oh! ¡Cómo puedes hablar así de mí! ¡Soy tu propia hermana! —Exclama Lilia con sorpresa fingida.

—Es que a menudo sueles hablar mal de cualquier chica que no esté a tu rango. Debes de adaptarte al mundo, no todas las personas tienen mucho dinero y apellidos prestigiosos. —Le sugiere Samuel.

—Es que la insignificante presencia de esa muchacha provocó que yo me sintiera incómoda, ¡Me gusta estar rodeada de gente rica! —Manifiesta la mujer.

—A mí en lo personal me pareció que ella era singularmente preciosa.

Lilia voltea los ojos con desdén.

El Caso Blair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora