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Poco más tarde, Henry Bastor acompañaba a su novia Anastasia y a algunos presentes más durante el funeral de la pobre e indefensa Emily Rutt.

—Parece un muñeco de plástico, ¿Verdad? —Le comenta Henry.

—¿Qué? ¿Te estás burlando del aspecto físico de su cadáver? —Le pregunta Anastasia.

—Tampoco es que los cadáveres luzcan muy atractivos. Son tan quietos que eso parece estorbar la paz de quién les mira. —Dice Henry.

—¡Oh, Henry! ¿Cómo puede un estado de quietud ser contrario a la paz? —Pregunta Anastasia.

—Pues, cuando ese estado de quietud perturba la vista y los sentidos de terceros, créeme que es contrario a la paz. —Expresa Henry.

Habían personas al rededor llorando desconsoladamente. Lo extraño es que eran familiares que nunca quisieron atender, cuidar o compartir momentos con Emily Rutt en vida, pero, ahora que aquella mujer estaba muerta, sí que le lloraban y le manifestaban al cadáver cuánto la amaron y cuánto aprecio le tuvieron.

Era hipocresía, ¿O acaso algo más?

O, ¿En realidad la mayoría de los humanos son así? No se preocupan por tu estado cuando vivo estás, pero en cuanto dejas de respirar y de sentir, entonces sí desean manifestar cuánto te adoraron, y cuánto afecto existía allí.

El cadáver de Emily Rutt se parecía mucho a ella en vida, sólo que estaba más pálido, rígido, tieso y petrificado.

Henry a veces expresaba comentarios extraños o muy peculiares, pero cierto era que Emily Rutt parecía un muñeco de plástico, de esos que vienen bien peinados y vestidos en sus empaques.

Los muñecos siempre sonríen, pero el cadáver de Emily estaba serio, demasiado serio.

Al alzar un poco la vista, Anastasia Blair logra ver a un hombre que se acerca a ellos, con un semblante de no muy agrado.

—¿Mi prima trabajaba para usted, verdad? —Le pregunta el oficial.

—Precisamente. —Responde Anastasia—, Pero además de mi empleada era mi amiga, de veras que le quería.

—No es cierto. Tu hermano la asesinó, y a tí parece no importarte, estás aquí pretendiendo sentir dolor cuando en realidad no sientes nada, como una estatua o un mar quieto. —Dice el oficial Rutt—, Las mujeres falsas como tú me repugnan, en un nivel tan alto que prefiero no determinarlo con exactitud.

—Tal vez debería reservar sus insultos para cuando se encuentre frente al espejo, oficial Rutt. —Le dice William Pennington, llegando hacia ellos—, ¿Sabía que es una técnica bastante útil? Se para frente al espejo, finge que esa persona que detesta está allí parada con los labios sellados y los ojos abiertos, y luego le expresa cuánto le odia y le detesta.

—Desconocía de esa técnica para la correcta mitigación del desdén en público, detective Pennington. —Le dice el oficial Álex Rutt—, Pero agradecería que no me interrumpiera otra vez cuando le esté diciendo las verdades a una jóven en su cara.

—Pues ya le dije. Si pretende ofenderla, mejor diríjase al espejo, y no a ella. —Le sugiere William.

—Como sea. —Alex Rutt voltea los ojos con cólera—, En poco tiempo haremos que Charlie Blair confiese, y entonces estará en la prisión estatal por un mínimo de quince años.

—¿Podría dejarme a solas con el señor Bastor y la señorita Blair, por favor? —Le pide William al oficial.

Alex Rutt se retira de inmediato, con su petulante actitud y su carácter enfadado.

—¿Podríamos salir afuera un momento? —Pregunta el detective.

Los tres salen y caminan un poco por las afueras del velorio, Pedro, quién esperaba afuera, se une a ellos, y luego, se encuentran con Joanna Simnet, quién llega, saluda, y abraza a Anastasia con notable sentimiento.

—Les quería informar que tengo nuevos detalles sobre el asesinato de Christina Blair, por desgracia no les puedo hablar más detalladamente, pero es probable que se relacione con el asesinato de Emily Rutt. —Les dice el detective—, Probablemente Emily Rutt salió de casa, vió a la persona que guiaba a Christina a la muerte, le reconoció el rostro, pero decidió volver a casa e ignorar lo acontecido. Luego, el asesino descubrió que ella podía saber algo, la forzó a hablar, y en cuanto le sacó la verdad, la mató para no dejar ningún cabo suelto.

—Es como deshacerse de esas piezas del tablero que nadie necesita. —Comenta Pedro.

—Entonces, ¿En qué podemos contribuir? —Pregunta Joanna.

—Con un poco de veracidad, podrían ayudar mucho. —Les pide el detective—, Anastasia, ¿Por qué ha actuado usted tan sospechosa y tan inquieta y ansiosa últimamente? ¿Sabe algo que yo ignore? ¿Ha recapacitado y podría decírmelo ahora?

Anastasia piensa unos segundos, y luego contesta:

—Creo que Rubius mandó a su madre afuera porque en realidad sabía lo que pasaría, sabía lo que le harían, y... La quería muerta.

William abre los ojos cuál platos, y pregunta:
—¿Está usted segura? ¿Qué la hace pensar que un niño de doce años podría contribuir para la elaboración de un asesinato contra su propia madre?

Pedro mira directamente a Anastasia, Henry y Joanna también, todos esperan su respuesta.

Ella baja la mirada, y contesta:

—Porque él mismo me lo dijo.

El Caso Blair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora