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—Muy bien, llamaré a este número en cuanto pueda para poder apreciar un encuentro personal con Albert Robson. —Dice William. 

Y, cuando el detective William y su cuñado estaban a punto de salir de la casa, ambos se tropiezan con Anastasia y con Henry que venían llegando.

—Detective. —Dice Anastasia al ver al mismo—, ¡Qué gusto encontrarle!

—Señorita Blair, íbamos recién saliendo. —Le dice William—, Así que adiós y buen día.

Luego ambos se retiran.

Anastasia se encuentra desconcertada ante tal comportamiento un tanto frío y un poquito insolente de parte del detective hacia ella, pero decide ignorar la cuestión.

—Me parece que William Pennington es un hombre que puede tener una agradable apariencia y una agradable fortuna, —Comenta Henry—, Pero, sus modales pueden parecer arrogantes.

—A mí me parece que es muy gentil, sólo que está muy enfatizado en un determinado tema, al caso policial, me refiero. —Responde Anastasia.

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Unas horas más tarde, Chester Phillips Black se encontraba llegando a Hunsford junto a su hermano Bernard, ambos en una lujosa limusina oscura.

—Es asombroso que haya yo aceptado a acompañarte aquí. —Dice Bernard a su hermano mayor.

—Mi mansión de verano aquí es sumamente agradable, solíamos pasar las vacaciones allí cuando niños. —Comenta Chester.

—Pero, no estamos nosotros de vacaciones ahora, ¿O sí? —Bernard sonríe burlonamente al preguntar esto.

—¡Oh, querido hermano mío! —Exclama Chester Black—, Cuánto desearía que tú y yo compartieramos más ideales.

—En ese caso, yo sería un poco más arrogante de lo que soy. —Dice Bernard.

—Y un poco más rico, también. ¡Ve el lado positivo! —Le pide Chester.

Bernard ríe a carcajadas ante el comentario de su hermano.

—Recuerda siempre esto, —Dice Chester—, En un mundo egoísta, el egoísta triunfa.

—¿Dónde leíste eso? —Pregunta Bernard aún riendo.

—En una revista cuando esperaba al dentista. —Contesta Chester.

—Ya, en serio, ¿Por qué me has traído aquí?

—Pues, ya te dije que quise venir para estar mucho más cerca de el caso Blair, y estar más al tanto de lo que suceda. Además de que también me gustaría ir a la iglesia. Pero, sobre todo, he venido por asuntos amorosos.

—¿Has quedado flechado por Lilia Rotsenburg?

—Indudablemente. Ella es un ángel encarnado en el cuerpo de una bella mujer. Así que, me esforzaré en hacer parecer que mi llegada aquí ha resultado fortuita para armar una relación con ella. Y... La quiero invitar a salir. Quiero conocerla mejor.

—Bueno, últimamente no he tenido muchos asuntos de trabajo en qué disponer mi tiempo, así que me parece bien venir aquí algunas semanas. —Expresa Bernard.

Ahora ambos se bajan del automóvil y, mientras el chófer les baja sus posesiones, los dos hombres se adentran a la pintoresca y no muy grande mansión.

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Por otra parte, William Pennington ya se había comunicado por teléfono con Albert Robson, y ahora tocaba la puerta de su casa.

—Este lugar es poco agradable. —Admite Pedro.

—Lo que es poco agradable es hablar mal de una propiedad ajena. —Le dice William—, Y más aún, cuando te encuentras frente a la puerta de esa propiedad.

—¡Oh! Lo lamento. —Pedro se disculpa—, Es que el terrible olor que aquí habita no me proporciona el lujo de pensar adecuadamente.

—Entonces siempre hay un terrible olor en todas partes. —Dice William riendo.

Pedro también ríe, aunque el chiste en realidad sea un poco ofensivo para él.

—¿Qué quieren? —Les pregunta una mujer casi anciana, gorda y repugnante al abrir la puerta.

—Soy el detective William Pennington, y él es mi acompañante Pedro Smith. Venimos a hablar un momento con el señor Albert Robson.

—No se encuentra. —Responde la insolente y horrenda mujer.

—¡Déjalos pasar, mamá! —Grita Albert desde dentro de la casa.

Entonces la mujer permite la entrada a aquellos dos sujetos desconocidos para ella, aunque ya había escuchado antes el nombre del detective.

William y Pedro llegan al patio trasero de la pequeña y humilde propiedad, en donde se encontraba Albert comiendo granos y pollo frito con sus dedos sucios.

Al lado de Albert se hallaba un perro sin raza aparentemente mascota de ellos.

El desnutrido perro chillaba a cada momento pidiéndole comida al hombre junto a él, pero, Albert sólo le da una fuerte patada cerca del cuello y le grita:

—¡Aléjate de aquí, criatura hedionda!

El perro parece no hacer caso; hasta que Albert vuelve a darle otra patada, el animal se queja del dolor y luego se aleja.

—Señor detective, puede sentarse. —Le ofrece Albert.

Las sillas se encontraban algo sucias y cubiertas de pelo, con algunas moscas volando al rededor. Así que William responde:

—No, muchas gracias. No debemos aprovecharnos así de su gentileza. Será una conversación rápida.

—De acuerdo, adelante. —Albert muerde con brusquedad el hueso de su pollo, y parece estar tratando de ingerirlo también.

—Hábleme sobre Christina Blair y cada detalle de la relación que tenían ustedes. —Le pide William. 

Pedro no puede evitar mirar con repugnancia la casa donde se encontraba, pues esta yacía increíblemente asquerosa, y parecían haber más moscas que buenos modales. 

—Esa mujer era una completa zorra. Me alegra que haya muerto, en realidad. Solía venderle droga y alcohol, sus mayores vicios. —Explica Albert—, Ah, y también teníamos relaciones sexuales a veces. Aunque he de confesar que Christina desconocía de las técnicas favorables para efectuar un buen sexo oral. ¡Y yo amo el sexo oral! Hacia mí, claro. Pues hacerle sexo oral a una mujer no me parece muy gustoso, sólo lo hice una vez y casi vomito.

—Entiendo. —Contesta William con tono serio—, Pero dígame, ¿Por qué le alegra saber que Christina Blair ha muerto? Basándome en sus palabras y su forma de hablar sobre ella, me figuro que usted no la apreciaba mucho, ¿Y eso a qué se debe?

—Ella me debía mucho dinero. —Al decir esto, Albert termina de comer y aleja su plato. Luego, comienza a chupar sus dedos.

A Pedro esto le resulta de lo más repugnante, pero William no presta atención a nada que no lo requiera.

El Caso Blair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora