4: Una historia no contada.

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Todos yacían en el barco haciendo labores. Los hombres transportaban los barriles hacía el sótano, Drinian y Caspian se ocupaban de ver el mapa hacia las costas donde se dirigirían, Susan y Lucy costuraban la ropa que por ahora ya tenía unas cuantas aberturas.

En cuanto a nuestra querida "no oficial pareja" ellos se encontraban en la cubierta, sentados en una banca, tomando aire fresco. Edmund intentaba quitar las piedras que tenía su espada, ya iba a la mitad, se notaba lo bastante emocionado por al fin tener un arma digna de é. Idalia se limitaba a observarlo con regocijo, admirando su valentía, su entusiasmo, pero al igual observaba con ilusión su rostro: Tenía unas cuantas pecas que rodeaban su nariz y llegaban hasta sus mejillas, sus ojos color ámbar se iluminaban con el sol, su nariz completamente perfilada, su tono de piel tan claro como el día y esa magnífica sonrisa que hacía latir su corazón como ningún otro hombre había hecho.

Edmund se dio cuenta de la mirada de Idalia en él, así que dejó a un lado su espada.

-¿Por qué me observas tanto?- preguntó dejando relucir su magnífica sonrisa.

-Oh...- agachó la mirada.- No lo sé, supongo que...

-¿Crees que soy increíblemente apuesto?- dijo haciendo que ella soltara una risa nerviosa.

-Eres un crédulo.

-Y tú eres una orgullosa.

-Eso es algo que ni si quiera Aslan podría cambiar ¿Sabes?

-Lo sé.- suspiró.- Pero sigues siendo hermosa.- dijo. Idalia le sonrió y sin darse cuenta él tomó su mano.- Quiero que sepas algo, Idalia.

-¿Qué cosa?- murmuró entrelazando su mano con la de él.

-No existe, persona, lugar o cosa, que me haga dejar de pensar en ti.- espetó.- Y si alguna vez llego a faltar, quiero que jamás en tu vida dejes de pensar en mí.

Idalia suspiró, ella sabía que esta era su última aventura, sabía que pronto se irían y no podrían volver. Había pensado seriamente en la idea de que él se quedara en Narnia como Susan pero... ¿Qué hay de sus padres? ¿Qué hay de Lucy y Peter? No podría ser tan egoísta, sus hermanos los extrañarían y se imaginaba que sería un golpe duro para la familia Pevensie perder a otro hijo. Simplemente el quedarse no era ni sería nunca una opción. No obstante, ¿Qué hay de que ella se vaya? ¿Qué hay de dejar todo para irse con el hombre a quien ama? ¿Era eso posible? Un amor entre mundos separados era aún más difícil que millones de guerras por delante.

-Edmund, yo jamás dejaré de pensar en ti, entiende eso. Pero nada puede suceder entre nosotros.- dijo con la voz quebrada. Esto pareció entristecer al joven, sabía que diría eso.

-Ah, no tienes idea de cómo me duele eso.- tragó saliva. Soltó su mano y se dirigió al camarote de reunión, dándole a entender que sería mejor hablar eso a solas, sin ningún testigo presente que pudiera observarlos. Ella entendió y lo siguió a paso corto, cerró la puerta y se encontró con Edmund apoyado en la mesa de madera donde estaban los mapas y todas las cosas necesarias para la embarcación. Idalia se acercó y lo tomó por el hombro.

-A veces pienso que fue un error conocerte ¿Sabes?- susurró sin mirarla. Ella apartó la mano.- Después me digo a mi mismo que eres una de las mejores personas que he conocido en toda mi vida.

-Edmund yo...

-Escucha.- se volteó y le tomó el rostro.- Eres todo lo que pido, sin ti créeme mi vida no sería igual, detesto la idea de tener que irme y jamás volver a verte. Pero yo quiero que tú seas feliz, no tengas miedo de encontrar a alguien más, eres hermosa, fuerte, valiente, todo lo que un hombre quiere. Solo, no te olvides de mí.- dijo mientras las lágrimas salían de los azulados ojos de Idalia.

el principe caspian y la princesa idalia ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora