7. Dulce sorpresa

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- ¡ACHIS!

Kohaku se sentía horrible. Era obvio que haberse empapado bajo la lluvia toda una tarde, y nunca haberse cambiado las ropas hasta casi un día entero después, iba a tener sus consecuencias. Pensaba que aquel delicioso baño de agua caliente de la tarde anterior le había reconfortado el cuerpo, pero más bien parecía que los síntomas de la gripe estaban esperando a que ella baje la guardia para atacarla. Producto de lo cual, por la noche había sentido su cuerpo muy pesado, aunque estuviera cómoda y aliviada por la presencia de Stan abrazándola, y ya sospechaba que estaba incubando algo. Y ese "algo" se manifestó medio día después como una potente gripe, y el cansancio y dolor muscular se sumaba al dolor de cabeza, los estornudos y una leve fiebre.

No ayudó para nada el modo pulpo humano de Stan, que inconscientemente en sus sueños se enredó en ella, empeorando la sensación de calor y de pesadez, pero no quería despertarlo ni protestar porque él había sido quien peor lo había pasado esa última semana. No dejaban de venírsele a la cabeza las imágenes de él llorando abiertamente, completamente quebrado, llegando al límite de sus emociones. Y minutos después, la forma en que se le había declarado... no había sido un cuento de princesas romántico, pero le llegaron al corazón cada una de sus sinceras y dolorosas palabras. Se le llenaba el corazón de una sensación cálida cuando pensaba en lo primero, y al mismo tiempo se le rompía de pensar qué tan solo se había sentido tanto tiempo como para pensar tan miserablemente de él mismo.

Y había algo más que se había dado cuenta cuando se encontró con él, que su mente procesó pero dejó en un segundo plano, y era que la ropa de Stan tenía un apestoso olor a humo. La casa estaba limpia porque él la iba a dejar en perfectas condiciones, pero estaba más que segura que se había fumado una generosa cantidad de cigarrillos en el balcón, porque antes de darse ese baño juntos, en él y sus ropas se podía sentir ese desagradable olor. Incluso en su boca, cuando se besaron pudo notarlo. Sabía que Stan seguía fumando, pero como él respetaba que a Kohaku no le gustaba sentir el rastro del humo y del olor, ya no lo hacía en su presencia o dentro de la casa. Y ella se imaginaba que todos esos días que pasaron separados, sumados a la inestabilidad emocional que él había sufrido, lo habían vuelto una chimenea andante.

Pero ahora Kohaku estaba para él, para ayudarlo. Ser su pilar, compartir el peso de su mochila, y tomarle fuerte la mano para sacarlo a la luz que tanto se merecía. El problema estaba en que Stan era el que tenía que querer y desear eso, ella no podía forzarlo, o sería todo como una máscara, una falacia temporal. Los demonios de Stan eran grandes, sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesta a todo con tal de verlo sonreír y que deseara vivir una vida plena él mismo, en vez de resignarse a lo que quedaba. Alzó una mano para apoyarla en el bello rostro de él, tenía una expresión tan pacífica ahora que lo único que quería era abrazarlo muy fuerte y prometerle que todo iba a estar bien. Esos momentos eran cuando una emoción indescriptible brotaba de su pecho, una certeza de que ese era el camino que ella quería recorrer. Se abrazó al pecho de él lo más fuerte que pudo, queriendo transmitir su decisión y confianza a los sueños de aquel maravilloso pero atormentado hombre que le había vuelto patas arriba su mundo, y cómo.

Cuando despertó, lo hizo bajo el reconfortante contacto de Stan, que le acariciaba el pelo, el cuello y la espalda de una forma que sólo invitaba a seguir descansando todo el día ahí junto a él. Si era día de semana y tenía que ir a la escuela, no le importaba en lo más mínimo en ese momento. Sentía la cara arder, y no era por vergüenza, sino por la ligera fiebre que tenía. Pensándolo mejor, no era que no le importaba no moverse de ahí por horas, sino que realmente no podía, de lo pesado que sentía su cuerpo. Ella era fuerte y tenía buenas defensas, rara vez se enfermaba, pero cuando lo hacía era un tormento sentirse así. Por lo menos en ese momento tenía el consuelo de estar muy bien acompañada, y sospechaba que igual de bien cuidada y mimada.

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