10. Promesas y deseos

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Kohaku se despertó por la mañana calentita en los brazos de Stan, con la paradisíaca vista del océano frente a sus ojos. Sin tener que levantarse siquiera, ¿podía ser más perfecto? Y después de la maravillosa noche que pasaron juntos, parecía un sueño. Pero no había sido un sueño, Stan lo había vuelto real, ese hombre que no parecía de este mundo. Había sido romántico, divertido, apasionado, osado... no podía pedir nada más. Sabía dos cosas: Que se amaban más allá de la razón, y que era mujer más suertuda del mundo, al menos en el plano romántico. No pudo contenerse, y levantó una mano para acariciarle ese rostro tan bello que tenía. Lo vio abrir un poco los ojos e inspirar profundamente, y una sonrisa se expandió por su rostro progresivamente, seguramente él también estaba pensando en lo increíble que era despertarse de esa forma y en ese lugar.

Se miraron largamente, diciéndose los buenos días con los ojos y una dulce sonrisa. Kohaku entrelazó sus dedos con los de él, y fue entonces que sintió algo extraño, y ligeramente frío. Miró de reojo, y fue cuando notó algo que no había visto ahí antes.

- Stan... ¿desde cuándo tienes un anillo en tu dedo?

- Tú también tienes uno, preciosa.

- ¿Eh? –Frunció el ceño, ante eso– No... yo no uso ani...

Soltó el agarre de su mano y levantó ambas frente a él para mostrarle, y fue entonces cuando vio en el dedo índice de su mano derecha un anillo exactamente igual al de él. Se quedó congelada y boquiabierta, procesando el sinsentido de eso. ¿Estaba soñando? Se sentía muy real. A veces había soñado que soñaba, pero estaba bastante segura que estaba despierta. Esa escena no tenía ningún sentido. En ningún momento Stan se le había declarado ni le había regalado un anillo, lo recordaría, vaya que sí. Lo miró a los ojos, y podía verle una fina sonrisa en sus sensuales labios, lo cual decía que no estaba loca, que algo raro pasaba.

- Esto no estaba aquí anoche.

- No, no estaba.

- ¿Eh?

- Mi bella durmiente tiene un sueño profundo cuando se agota de tanto placer.

- ¿Me lo pusiste mientras dormía?

- Sí

- ... ¿Por qué?

No sabía si era la pregunta correcta, pero fue la que pasó por su mente. Se imaginaba que, si Stan algún día le proponía comprometerse, iba a ser una escena inolvidablemente romántica, no que iba a hacerlo a escondidas y esperar que ella se diera cuenta por sí sola, casualmente. Eso la desilusionó un poco, y no podía terminar de creerlo. ¿Y no había dicho él que era demasiado pronto como para pensar en un anillo de compromiso? Pero ahora no era como el error con la llave en la cajita, la noche después de comenzar su noviazgo oficial, esta vez SÍ era un anillo, y estaba en su dedo... y había otro en el de él. El anillo era sencillo y fino, de plata, con un diminuto zafiro en el medio... mientras que el de él era igual, sólo que tenía una piedra amarillenta... un ámbar quizás, como el nombre de ella. Lo miró, expectante de la respuesta, no sabía cómo sentirse al respecto.

- Me dio la impresión que te habías desilusionado y quedado con las ganas la otra vez, cuando te confundiste la llave con un anillo, así que pensé en cumplir con tus expectativas esta vez. Y es el verdadero regalo de navidad.

- Pero... ¿así? –No sabía cómo decírselo sin hacerlo sentir mal, pero realmente no era lo que esperaba, ni que hablar que ella no le había dado el "sí". Era extraño... estaba más cerca de aceptar que de rechazarlo, pero la forma en que lo hizo no le terminaba de convencer, no se sentía bien.

- ¿"Así" cómo?

- No sé... me esperaba que sucediera de una forma más especial. Perdón, te estoy juzgando, con todo lo generoso que fuiste en este viaje, y...

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