Dýo

221 28 5
                                    


20 de Mayo, 3060. República de Euonia, Tribu Kinu.

Por las calles de una ciudad derrumbada, Ara caminaba cargando en su espalda un conjunto de cables y alambres de hierro, mientras vigilaba discretamente los movimientos de sus cinco hermanos a su lado. Desde que Ara había vuelto a su lugar de origen, había comenzado a odiar cada vez más los días conforme iban pasando.

La particularidad de no tener a dónde ir, porque en Kalon Ara no tenía el suficiente dinero para comprar comida de buena calidad; y en Euonia, el gobierno no tenía dinero para proveer a su nación esa comida. Vivían en tierra infértil, entre aire gris contaminado y lluvia ácida que pudría las pocas cosechas al año que podían hacerse. Lo poco de lo podían hacerse eran los enlatados que proveía el gobierno y cosas que su madre compraba e intercambiaba en mercados locales con otras tribus.

Llegando a su pequeña casa, los hermanos de Ara corrieron hasta el viejo comedor de madera roída y enlamada. Dejó cerca del taller de su padre el material que había juntado en el tiradero de basura y se sentó en la mesa frente el plato de comida. Miró directamente la mínima porción sobre esta. Un pedazo de pitaya con algunas partes cafés y a su lado una mezcla de algunas legumbres en forma de puré.

—. ¿Por qué no comes?—preguntó su madre observando cómo la muchacha no tocaba su comida, a diferencia de sus hermanos que devoraban con prisa el pequeño plato.—. Seguro comías mejor en Kalon, pero no podrás hacerlo más.

—. Mitéra, no hay comida en Euonia.—reprochó la joven mirando a su madre con desesperación y tristeza—. La gente está muriendo de hambre.

—. Y tú también lo harás si no comes. Come.—ordenó la mujer señalando el plato de la muchacha. Ara frunció su ceño y comió sin ganas de la agria mezcla.

—. Sabe horrible.—se quejó Ara completamente asqueada. Entonces, su madre estrelló su mano hecha puño contra la débil madera de la mesa, espantando a los niños sentados en el comedor.

—. ¡Si no te gusta, deberías salir a conseguir comida tú!—exclamó en un grito molesto la mujer.

—. ¡¿Y qué crees que he estado haciendo toda la tarde?!—respondió Ara de la misma manera en la que su madre había gritado.—. ¡¿Crees que me gusta ver gente moribunda en la central o en el tiradero?! ¡¿Crees que es un pasatiempo deambular sin protección alguna?!

—. ¡Entonces dime qué quieres que haga! ¡Consigo lo que puedo y deberías decir gracias!—repuso la mujer.

—. ¡Comemos sobras! ¡No tengo por qué agradecerlas!

El próximo estallido que se había escuchado en la casa, era la mejilla de Ara siendo azotada por la mano de su madre. La muchacha había caído al suelo, retorciéndose del dolor en el suelo en medio del llanto profundo. Sus hermanos hace unos segundos habían dejado de observar su discusión para abrirse paso a su habitación. Una sola habitación compartida por seis niños.

La mujer se arrodilló a donde estaba Ara tirada en el suelo y le observó llorar con sus ojos profundos llenos de odio hacia su persona. Su madre observó con pura maldad y gracia cómo la muchacha intentaba contener su llanto y sostenerle la mirada sin derrumbarse frente a ella.

—. ¿Como piensas controlar una crisis alimenticia cuando no puedes ni siquiera controlar tu propio llanto?—soltó con desdén la mujer observando a Ara desafiante.

—. No te has atrevido a hablar con el jefe Baku.—respondió Ara en un hilo de voz.

—. ¿Crees que hablar con el jefe Baku solucionará todo esto?—preguntó escupiendo en la cara de la joven—. No le importamos en lo más mínimo al gobierno. Y es momento de que sepas tu lugar, Ara.

Fire Drill; K.thDonde viven las historias. Descúbrelo ahora