Capítulo 43: Lo estoy olvidando (Maratón 6/6)

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Lo estoy olvidando. Creo que lo estoy olvidando. Estoy olvidando a Aaron Zygasil, olvidando la triste desilusión de mi infierno propio.

Fracaso rotundamente al ser feliz. Cada día pienso que no puedo estar peor, pero me equivoco.

Odio cuando Elif abraza o besa a Aaron. Y él la recibe, como si nada sucediera. Y luego de recibirla, me mira a los ojos, implorando un perdón que nunca recibirá de mí completamente.

Todos parecen estar felices menos yo. Christine no para de presumir el compromiso de su hijo y la belleza de su novia. Thomas sonríe al decir que su hijo está comprometido y que administra acciones e inversiones que dan sus frutos, Elif no para de mostrar a mi Aaron en todas partes, al conocido, millonario, playboy aunque vacío tío del cual no puedo esperar nada cierto.

Y cuando me mira a los ojos, siento que podríamos estar lejos, lejos de todo lo que conocemos, sin extrañar a nadie ni necesitar nada. Sólo yo y él. Pero mi tío ama demasiado la vida que le otorgan mis abuelos. Ama los lujos, sus caros autos, su mesada, ama la reputación y lo que diga la gente, preferiría morir a fracasar, era esa clase de gente que vivía de la opinión de los demás, además era egoísta.

Lo amaba. Lo amaba. Le pertenecía a otra mujer, a otro mundo. Pero lo amaba.

Amaba a aquel llamado tío que sonreía mientras caía, o escuchaba o contaba chistes. Amaba el contacto de su piel, su silueta trabajada, la estirpe que emanaba, Amaba todo de él.

Quizá por eso estaba viviendo en una desesperante agonía.

Porque yo era la única que mantenía aun esto en pie, era la única que insistía, porque no podía vivir sin sus besos. Era la única suficientemente mala como para aceptar y motivar un acto de aquellos, pero quiero dejar claro que lo hacía por una simple razón, que no era perjudicar a mi tío, ni mucho menos robar algo o sacar provecho, la simple razón por la cual seducía y lo necesitaba, era que lo amaba.

Junto a él, todo estaba bien. No existía el bien o el mal. Éramos unos náufragos en una isla llena de libertad, con un gigantesco mar de preocupaciones y desesperación.  No era un amor sano; en sus ojos siempre había sufrimiento y culpa, cerrábamos nuestros ojos para fingir que nada alrededor sucedía.

Lo intenté; créanme que intenté ser feliz junto a él, intenté llevarlo lejos, intenté poder sacar su codicia y su perfecta vida. Pero no pude. No pude alejarlo, no pude ser feliz, no pude herir a los demás.

Paola lo sabía bien; el día en que quisiese hablar, la familia Zygasil que ella tanto estimaba, se iría a la mierda. Pero siempre sentía ganas de abrir su boca  y contarlo todo, aunque Aaron la sobornaba con dinero arrugado pasado en su mano vieja.

Me dediqué a probar todo lo que se pasaba por mi camino; desde el simple vodka o cigarrillos de mi mochila, hasta marihuana y pastillas extrañas de las cuales jamás había oído hablar.

Y siempre lo hacía cuando le preguntaba a Amanda si podía irme a quedar a casa de Christine, siendo que me marchaba a casas desconocidas de gente desconocida. Y no sabía de mí, recuerdo  haberme acostado con un par de chicos y luego tomarme unas cuantas píldoras rojas tal cual la sangre.

Y mi vida pasaba así; pistas de bailes, besos, alcohol, luego dolor de cabeza, y no sabía dónde estaba mi casa, ni tampoco quienes eran las personas que me rodeaban, y la música era tan fuerte que apenas podía escuchar las voces de la gente conversando, y bailaba, y un cigarrillo o una cerveza, y por más rebelde y suelta que estuviera, no podía sentirme realmente libre. Porque no sabía de mamá, de mis abuelos ni de nadie, si es que me estaban buscando, o no se habían dado cuenta de que salí, ni tampoco sabía de mí misma, nada me importaba. Pero no era libre.

Jamás lo sería. Siempre amaría a Aaron Zygasil. Siempre estaría atada a él.                                       

Quedaban tan pocos días. La desesperación me carcomía.

Si tan sólo me diera una señal microscópica, una oportunidad, un mínimo deseo de escapar y estar juntos, correría hacía él. Nos iríamos tan lejos… Continuaba pidiéndole a Dios, a todos los seres que pudiese conocer, que Aaron no se casara, que se arrepintiera, pero nada de aquellos sucedía. ¿Qué sentido tenía pedirle a Dios algo así, si Aaron es mi tío?

¿Qué sentido tiene ir al infierno si es que no puedo estar con él?

(…)

Julián acarició mi cabello, admirándose del cobrizo que ahora se transformaba en castaño.

Sus manos grandes tomaron mi rostro, como poseyéndolo. Acercó sus labios a los míos, y olió mi cuello.

Por alguna razón intenté disfrutarlo. Aunque fracasé.

De mi rostro, las manos bajaron hasta mi cintura, y volvió a besarme con una tierna desesperación.

Creyó que era de él, quizá. Se aferraba a una mínima esperanza de que pudiese quererlo tanto como a su ex mejor amigo.

Quizá el destino estaba escrito en mis labios, besados tantas veces por gente que no quiero, o que no debo.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora