Prólogo + Capítulo 1: Química

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PRIMERA'PARTE'
Delta

Prólogo

Londres, 15 de septiembre del 2019

Abro el diario. Tengo que leerlo, necesito saber a qué atenerme:

Para mí, ella es lo más importante y por nada del mundo la pondré en peligro. Estoy muy preocupado por lo de la otra noche, cuando iba de camino al laboratorio para ver a Claus. Lo que me contó me dejó frío. Palpé mi pecho por encima de la chaqueta, algo nervioso; no lo localizaba, pero ahí estaba, en el fondo del bolsillo interior. Respiré hondo al ver el tubo de vidrio de laboratorio con el componente dentro.
En ese instante fue cuando escuché el sonido de unas motos aproximándose, cada vez más cerca. Sabía que me estaban persiguiendo, no era la primera vez. No podía ver sus rostros, ya que los cascos tenían pantallas ahumadas. Al llegar a la esquina de la vía eché a correr, cada vez más apresurado; tanto que los motoristas tuvieron que utilizar el gas al máximo para no perderme de vista. Me metí en un callejón sin salida. No escuché ningún motor, eso me tranquilizó. Caminé despacio hacia la salida de la calle, pero los motoristas aparecieron de nuevo. Uno de ellos, que estaba algo más adelantado, sacó una especie de pistola anestésica. En su lateral había una ventanilla transparente que dejaba ver cómo se agitaba un líquido azul. Dirigió la pistola hacia la parte izquierda de mi torso y disparó. El líquido salió a gran velocidad. Apenas logré verlo, no conseguí esquivarlo y llegó hasta mí. Llevé los dedos hacia el pecho y me quedé mirándolos, perplejo; estaban llenos de sangre. Vi el rostro de un hombre de piel oscura que se quitaba el casco y caí al suelo...

Capítulo 1
Química

Barcelona, cuarenta y siete días antes Aeropuerto El Prat, 10:09.

Esperaba con muchas ganas que llegase este día. Acabo de finalizar el último curso de la carrera de Química. Solo me queda presentar el proyecto final el próximo año académico. Llevo esperando este momento siete largos años, ya que he compaginado los estudios con el trabajo, y la verdad es que ha sido algo duro.
Hoy comienzo un curso intensivo que realizaré durante este verano y en el que lograré aprender lo que necesito para completar el proyecto.
Me despido de mis padres, que han venido a traerme al aeropuerto. El tráfico aquí es horrible.
—¡Buen viaje, cariño! —sonríe mi padre.
—Gracias, os escribo cuando llegue —digo, lanzando un beso con los dedos de la mano derecha.
—Vale. Pásalo bien y ten cuidado con el sol.
—Sí, mamá, no te preocupes.
Ella está un poco obcecada con el sol del Caribe. Sabe que allí
la temperatura es mucho más elevada y que el sol aprieta fuerte. Tiro de mi maleta naranja, que hace juego con el estampado del pañuelo de cachemir que llevo puesto, ya que no soporto los aires acondicionados. Leo en las pancartas de los amplios pasillos: «Terminal 1», hacia la derecha. No puedo evitar sonreír cuando miro mi billete: «Destino: Aeropuerto Internacional de Cancún. Asiento: A». ¡Bien, al lado de la ventanilla! Tengo la sensación de que va a ser un gran verano. «Hora de salida: 14:25».

Llegamos al Aeropuerto Internacional de Cancún, México. Bajo por las escaleras del avión e inspiro hondo el aire de la ciudad. Huele a naturaleza, a tierra húmeda, a hierba fresca, como si estuviese recién cortada. El aroma de este país es delicioso. La temperatura es alta y, como tengo mucho calor con estos botines blancos, mis pies comienzan a transpirar. Me quito la chaqueta, también blanca, y me quedo con el vestido de algodón, que lleva un estampado de topos amarillos. En el vuelo nos han informado de que la temperatura actual en la ciudad es de treinta y seis grados. Estoy impaciente por llegar para poder cambiarme, porque no creía que el calor fuera a ser tan molesto con este calzado. Mientras bajo, una brisa mueve mi cabello castaño, pero no me preocupa demasiado, ya que mi melena ondulada no se va a despeinar. Intuyo que mi estancia en este curso va a ser muy agradable y me siento muy feliz de haber acabado las clases por fin.
A escasos metros del avión, diviso un autobús. Nos espera para trasladar a los pasajeros a nuestros respectivos alojamientos. En mi caso, será, durante cuatro semanas, el hotel Extreme Tauret.
Después de un sinfín de horas de viaje, al final llego al hotel. Acabo de poner los pies en el mismo paraíso... Todo lo que veo a mi alrededor está envuelto en naturaleza y solo se escuchan agradables sonidos de animales. Está ubicado en un parque natural, rodeado de árboles y palmeras, en zonas con puentes de madera para poder pasar entre la selva. Está muy cerca de la orilla de las aguas turquesas y tranquilas del Caribe. Los árboles parecen brillar. Los colores me resultan los más intensos que haya visto nunca; el aire es cálido, dulce, acaricia mi piel y también puedo oler la sal. En este lugar se respira paz y tranquilidad. Es una sensación indescriptible.
Me encamino hacia la recepción y compruebo que comienzan a llegar algunas personas. Las contemplo una a una, ya que podrían ser mis posibles compañeros. Me siento en un sofá de color crema que hay en la entrada y saco de mi bolso los documentos del curso para repasar el programa mientras espero. Siento un cosquilleo por el cuerpo. Será de la emoción.
Al cabo de una hora y media esperando en el vestíbulo del hotel, nos reunimos los diez participantes que nos hemos inscrito a este programa. Todos somos jóvenes, con edades comprendidas entre veinticinco y treinta años. En este curso estudiaremos diferentes materiales, minerales y componentes que solo se obtienen en algunas cuevas de países que poseen una temperatura elevada durante todo el año.
Jane se presenta como la monitora y tutora, y nos da la bienvenida.
—Bienvenidos, alumnos, a nuestro programa de investigación. Este curso se impartirá en inglés, aunque realizaremos alguna expedición en español, como ya debéis de saber. Os comunico una noticia de última hora: a dos de vuestros compañeros les ha sido imposible asistir al programa, por lo que seréis diez personas en total en lugar de doce. Tomad vuestros documentos para que los podáis leer con calma mientras os recuperáis del vuelo. La primera salida la realizaremos mañana. Tenéis libre vuestro primer día para que os presentéis y descanséis del viaje. Ahora os enseñaré cuál será vuestro alojamiento. Recordad que la entrada cierra a las doce de la noche. Si llegáis más tarde, debéis avisar al vigilante. Seguidme. Por aquí.
Caminamos detrás de Jane durante unos minutos hasta llegar a los alojamientos. En realidad, no era el típico hotel con habitaciones individuales, sino una casa compuesta por dos plantas. Desde fuera parecía desmesuradamente grande.
—¡Ohh! No me imaginaba que fuese tan bonito, es una residencia preciosa —dice Jess.
Es una de las chicas más atractivas del grupo y es de origen ruso. Su cara perfecta, sus ojos azules y su pelo rubio hacen que todo hombre se vuelva para mirarla. Y su voz es muy sensual.
—Sí, es impresionante... —confirmo lo que acaba de decir Jess, sin tener apenas aliento en mis palabras.
Estoy asombrada y observo cada detalle de la casa, boquiabierta. Dispone de un gran comedor dividido en dos ambientes. En uno hay una gran mesa y sillas y, en el otro, un sofá de doce o catorce plazas. La cocina es enorme y todo el decorado es flamante. El suelo es de mármol, color crema.
—¿Podemos elegir habitación? ¡Yo elijo esta! —dice Jess con una sonrisa impactante.
Es extrovertida; demuestra impaciencia por dejar sus cosas y comenzar la aventura.
Jon asiente, sonríe embobado. Creo que se ha quedado prendado de la belleza de Jess. Es un ingeniero canadiense, también extrovertido, y muestra mucha inquietud por los nuevos materiales.
—Yo me pido aquella habitación, la primera que hay al entrar —dice Stephan, señalando una puerta.
—Sí, me parece perfecta la idea. Si no os importa, ¿podemos dormir nosotros dos en esa habitación? —dice Jon, respaldando la propuesta de Stephan.
Han coincidido en el vuelo, cuando Jon ha hecho escala en San Francisco, de donde es Stephan. Han conectado y quieren compartir habitación. Prefieren una de las que están ubicadas más cerca de la entrada porque, según ellos, van a trasnochar en exceso y de esta forma no molestarán a ningún compañero al entrar a esas horas.
—Por mí, no hay ningún problema —respondo.
El resto también está de acuerdo.
—¡Chicos, tranquilos, hay dormitorios de sobra! —escuchamos, atentos, lo que explica Ian—. Dos compañeros finalmente no han podido asistir al programa, así que tenemos camas desocupadas, aunque estoy seguro de que este hotel posee habitaciones de sobra.
—Disculpadme. Como dice nuestro compañero, quedará más de una habitación disponible y, si no os importa, me gustaría ocupar una para mí solo —dice Dave al mismo tiempo que se quita las gafas de sol, reaccionando de inmediato al comentario de Ian. Algunos se han quedado extrañados por la reacción tan apresurada que ha tenido Dave al saber que una de las habitaciones quedaba vacía—. La verdad, me cuesta mucho dormir y tengo trastornos de sueño. Si no tenéis inconveniente, me gustaría estar solo para no incomodar a nadie —concluye, de manera convincente.
Me he dado cuenta de que su voz es muy grave; además, tiene unos ojos de color azul intenso mezclado con turquesa. Cualquiera que los mire se queda atrapado en ellos, sin duda.
—Como prefieras, por mí no hay ningún problema —responde Ian.
—Sí, por mí tampoco —dice Stephan.
Dave respira hondo. Su cara denota alivio.
—A mí no me importa que me despiertes por la noche. Si quieres, podemos compartir la misma habitación —le propone Jess con cara coqueta.
—No, de verdad, muchas gracias. Insisto, prefiero estar solo por las noches.
—¡Vale, como quieras! —digo en automático.
Por alguna insólita e incoherente razón, esas palabras se han escapado de mis labios. El resto de compañeros asienten. Dave afirma con la cabeza y me mira fijo a los ojos. Coge la maleta y camina hacia su habitación individual, ubicada en la segunda planta.
—¡Con lo guapo que es y quiere dormir solo! ¡Mmm! Creo que no le durará mucho —afirma Jess con mirada lasciva.
—Ya veo que le has echado el ojo... —le dice Zoe, con acento argentino.
Jess sonríe y se dirige hacia su habitación para dejar el equipaje.
Estas cuatro semanas compartiré habitación con Cristine, ya que hemos sido las únicas que no hemos elegido dormitorio. Las habitaciones son dobles, tienen un gran armario y un escritorio.
—Nos ha tocado juntas, Catherine. ¿Qué cama prefieres? Por cierto, ¿de dónde eres? Yo soy de aquí, de México, de La Paz, Baja California, para ser más exactos. ¿Y tú? —me pregunta Cristine, eufórica.
—Soy de España, de Barcelona. Me he inscrito a este programa para completar mi proyecto final de grado en Química. ¡Tengo unas ganas enormes de acabarlo! —respondo sin lograr reprimir mi excesiva alegría por haber terminado por fin el curso—. ¿Y a ti qué te ha hecho inscribirte?
—La verdad es que me encantaría estar en tu situación, en último año. Llevo tres años de carrera, también en Química. El temario de este curso lo encontré muy interesante y, como hacía mucho tiempo que estaba deseando pisar la Riviera Maya, cuando vi el programa no dudé ni un segundo en apuntarme. ¡Y aquí estoy, deseando salir a tomar unas copas! Podríamos salir esta noche, tengo muchas ganas de verlo todo.
—¿Esta noche? Estoy exhausta del viaje.
—Vamos, aunque sea aquí, en el hotel.
—Vale, está bien, pero primero descansamos.
—¡Genial!
—Voy a ducharme. Utilizaré el baño mixto —digo, imaginando la placentera ducha y poder cambiarme de ropa por fin. Estas botas me tienen agobiada.
—Perfecto, te acompaño, así veo cómo es el baño. Yo también me ducharé en este, es el que tenemos más cerca de la habitación.
El lavabo tiene dos duchas principales, una junto a la otra, y los inodoros se encuentran a los lados: izquierda, señores; derecha, señoras.
Estoy terminando mi deleitosa y prolongada ducha. No sé el tiempo que llevo aquí; el agua está espectacular. Oigo que alguien ha entrado. Resoplo al ver que, con las ansias de tomar este fabuloso baño, se me ha olvidado traer la toalla para el cabello y solo tengo para el cuerpo.
«Muy bien, Catherine».
Salgo con cuidado, el pelo me gotea. Me cae agua por la melena y moja el suelo. Piso, pero de pronto mis pies no consiguen tener estabilidad y me resbalo. En ese instante, veo a Dave; llega hasta mí con una rapidez y reflejos indescriptibles, y me coge del brazo para evitar la caída.
He sentido cómo el tiempo se congelaba. Una corriente pasa por todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Dave observa mis ojos con fijeza atrapándome con los de él. No soy capaz de apartar la mirada. Los corazones laten muy deprisa, noto cómo nuestras respiraciones se han acelerado, descontroladas. Su mano sigue en mi brazo y soy incapaz de moverme. Tampoco consigo desviar mis ojos de sus pupilas, estoy inerte.
—¿Estás bien? —me pregunta, apartándose con rapidez.
—Sí, eh... Gracias por evitar mi caída. —Bajo la vista, desconcertada, y pestañeo varias veces.
«¿Qué demonios ha sido eso?».
No consigo respirar con normalidad. Solo veo su camisa blanca tirada en el suelo y sus vaqueros ajustados algo mojados por las gotas de mi cabello.
«Aparta la mirada, Catherine».
—Ha sido un placer. Bueno, quiero decir que... no ha sido, que... —Suspira—. ¡Te recomiendo que utilices zapatillas para evitar caídas! —propone, aturdido, con un tono más alto de lo habitual.
Parece que está algo irritado, no sé si conmigo.
—Sí, gracias —respondo, frunciendo el ceño, sin entender su última reacción.
Tampoco ha sido para tanto. No sé por qué se molesta; al fin y al cabo, no he llegado a caerme.
«Claro. No te has caído porque te ha cogido...». Le entrecierro los ojos mentalmente a mi subconsciente.
He podido observar que su voz se agrava todavía más cuando parece molesto. Tiene una voz muy potente y particular; jamás he escuchado ninguna parecida, ni siquiera en los mejores tertulianos de radio.
Acudo a la habitación, desorientada, para secarme bien el cabello y poder vestirme.
—¿Qué haces, Catherine? Tienes el pelo goteando —dice Cristine con tono alarmado, nada más entrar.
—Es que... —Inspiro hondo. Me siento algo confundida.
—¿Qué?
—No, nada.
—Dime, ¿qué pasa? ¿Qué te sucede? —insiste.
—Que..., en el baño, al salir de la ducha, me he resbalado porque el cabello me goteaba, ya que se me había olvidado la toalla para la cabeza. En ese instante, Dave, que ha aparecido allí, me ha cogido muy rápido. Si no, me habría... caído —susurro con la voz entrecortada, al recordar la situación.
A Cristine se le forma una sonrisa en los labios, observando mis mofletes. Me he sonrojado mientras explicaba lo sucedido.
—¿Dave?, ¿el chico de los ojazos?
—Sí, ese.
«¿Quién no se ha fijado en esos ojos?».
—Vaya, vaya. Pero no ha dejado que te cayeses y estás bien, ¿cierto? —dice con tono divertido.
—Sí, ¡claro!
—Pues ahora voy a ducharme yo. A ver si también me deslizo y alguien evita que me caiga... —Me guiña un ojo con cara de pícara mientras sale de la habitación.
Sonrío.

Después de reposar del viaje durante un rato y hacer una breve siesta, nos reunimos todo el grupo en el comedor del hotel.
—Bueno, ahora que ya estamos todos duchados y descansados, ¿vamos a cenar y luego a tomar unas copas? —dice Jon, emocionado.
—Perfecto, ¡me muero de hambre! —Stephan responde de inmediato, impaciente por comenzar a disfrutar de este lugar.
Durante la cena, algunos de nosotros contamos el motivo por el que nos hemos inscrito al programa, Dave está muy atento a mis palabras, pero, incluso cuando no hablamos, la mirada se me va de forma automática hacia él. Rememoro la escena del baño y noto un cosquilleo en el estómago. Maldita sea. No sé a qué viene esta reacción que provoca en mí. ¡Ni siquiera lo conozco! Lo he visto hoy por primera vez. Esta situación me exaspera y, de pronto, recuerdo que Dave parecía molesto en el baño. Me gustaría saber por qué.
Incapaz de desviar mis ojos de los de él cuando me miran, mi pecho comienza a latir súbitamente. Aparto la mirada, me siento absurda. Aunque, en realidad, pienso que seguro que no soy la única a la que se le aceleran los latidos. Lleva puesta una camisa azul con los puños rosas. El color de la camisa enfatiza todavía más sus ojos. Su mirada posee una especie de imán. Cualquier persona que la perciba, se queda clavada en ella. Y qué decir de su boca, con los labios carnosos, o de las manos, con unos dedos grandes y largos. Me doy cuenta, mientras conversamos, que todas las chicas de la mesa no apartan la mirada de él cuando habla de cualquier tema. Claro, qué decir de esa voz.
«¡Basta ya! —me reprendo a mí misma—. ¿Qué diablos me pasa con este chico? Por Dios».
Cuando acabamos de cenar, no sé por qué razón decido acercarme a él, pero sin conseguirlo. Ahora parece que evita hablar conmigo, pero no le doy mayor importancia.
Al final, decidimos ir a tomar algo a la discoteca del pueblo. Por el desfase horario hemos cenado por la tarde y aún es muy temprano.
Ya es la hora. En breve nos iremos, y no veo a Dave por ningún sitio. Sin detenerme a pensar demasiado, porque no le encontraría lógica alguna, cuando paso por el pasillo de mi habitación decido acercarme hasta su dormitorio. Desde la situación que vivimos en el baño, siento una extraña necesidad de hablar con él.
La puerta de su habitación está abierta. Puedo verlo sentado en una silla delante del escritorio, está escribiendo. Decido tocar dos veces a la puerta y esperar fuera.
Toc, toc. Dave se vuelve y me observa, asombrado. Por su expresión, deduzco que no esperaba mi visita.
—Hola —digo, tímida.
—Hola.
—¿No vas a venir a tomar algo a la discoteca del pueblo? Vamos todos, salimos ya.
—No, no. Estoy leyendo el programa para prepararme la excursión de mañana, pero ¡gracias!
—Vale. Si lo piensas mejor, estaremos en el pueblo, en la Fusion Beach. A Owen le han comentado que está muy bien.
«¿Y a él qué le importa?». Me dice mi subconsciente. Le lanzo rayos láser, aunque tiene razón.
—¡Perfecto! —responde y devuelve la mirada a la lectura. ¿Quién prefiere leer el folleto de la expedición del día siguiente el mismo día de llegada en lugar de salir?
¿Y a mí que más me da?
Resoplo.
Finalmente, no pienso más en lo sucedido y subo al autobús con
el resto de los compañeros para dirigirnos a la discoteca.

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