viii. La dama purpura

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    EL EVENTO CONCIDERADO COMO EL MÁS ENTRETENIDO de los Juegos del Hambre estaba por comenzar. Las entrevistas de manos de nada más y nada menos que de Caesar Flickerman, el presentador aquel año llevaba su lustroso cabello rosado, sus parpados y labios pintados del mismo color y como no, ese famoso traje de ceremonias que nunca cambiaba, azul marino salpicado de miles de diminutas bombillas que centellean como estrellas. Era todo un ícono de moda y entretenimiento por su carisma ante las cámaras, no por nada llevaba dirigiendo desde hace treinta y cinco años las entrevistas a los tributos anuales.

    Las trompetas resonaron en el Círculo de la Ciudad y las luces iluminaron su rostro más que un día de verano, Caesar se mantenía expectante a su presentación para dar esa sonrisa lustrosa. Malvina respiraba pausadamente, pero mantenía una expresión neutral, aunque de vez en cuando sonreía medianamente, pero no por jubilo, era más una gatuna, una que dejaba expectativa como el de un misterio.

   — ¡Damas y caballeros, su maestro de ceremonias, Caesar Flickerman!

   El presentador se levantó sonriente con micrófono en mano, saludando a su eufórico público.

   — ¡Gracias, gracias! — dio una reverencia moderada —. ¡Bienvenidos, bienvenidos, bienvenidos a los sexagésimos novenos Juegos del Hambre! ¡Ahora, en cinco minutos, todos van a estar aquí. ¡Todos los tributos de los que han oído! ¿Están emocionados? ¡Qué se escuche!

    Y una ola de gritos eclipsó su risa, fue como una ola sónica que estabilizó los oídos y el cuerpo de Malvina, que sentía que en cualquier momento podría dar un paso en falso con esas zapatillas y quedar en ridículo frente al país entero.

   Ese discurso para ella, sabía que era el verdadero principio del final; porque incluso, la cuarta mañana que despertó temprano mirando el techo blanquecino de su habitación, no lo sintió así. Se levantó hasta tarde, no porque quisiera dormir, sino porque quería sentir la comodidad de esa cama para que, al levantarse, no olvidara lo que quería.

   Una vida cómoda y lujosa. No se atrevía decir que sería tranquila, porque la vida de un vencedor, ya fuera por su mentoría, sus asistencias y deudas con el Capitolio, nunca los dejaba tranquilo; pero estaba segura que al menos no se quedaría sentada en casa. Ella jamás quiso una vida normal, por eso alzó la voz de entre todo los jóvenes de su distrito, fue ella la que no titubeó en gritar su deseo más oscuro a los cuatro vientos.

     Había pasado cuatro horas con Rocky, donde el castaño había repasado con ella de modales, posturas, formas de hablar e incluso algunos gestos para ganarse al público. Básicamente como actuar frente a la audiencia y Gaius también tomo las clases después de ella; con sus mentores fue diferente, Cashmere se encargó de él mientras que Gloss se quedó con Malvina para repasar el contenido de la entrevista, o lo que diría.

     Los tacones no fueron una tarea fácil y tampoco eran tan cómodos como las como las botas de plataforma que solía usar en casa, pero no negaba que la hacían sentirse importante y confiada. De hecho, le dio el toque de elegancia que solía portar su madre, la recordó a ella, Malvina esperaba que esa noche hiciera un esfuerzo para ver su entrevista y que no guardara ningún rencor hacia ella por su decisión.

KNOCKING ON HEAVENS DOOR¹ ─── GlossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora