xviii. Epifanías

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    LOS FUNERALES ERAN EXTRAÑOS, A MALVINA NO LA PONÍAN TRISTE, simplemente le hacían sentir un vació infinito. Cuando el ataúd baja, ella se quedaba mirando la tapa, pensando en ¿Cuándo llegaría su momento? Tal vez el único alivio que consiguió en el funeral de Terra fue que ya no tenía que preocuparse por su mayor miedo, estaba segura que ahora sería recordada por mucho, mucho tiempo... Al menos que Panem pasara a la historia como el resto del mundo.

   De la noche de esa cena que terminó en tragedia, ya habían pasado dos meses. A veces los días eran largos, otros cortos, pero cuando terminaban, sentía una extraña presión en su pecho, como si algo faltara. Relativamente el tiempo había sido tranquilo, no había tenido noticias del Capitolio o el presidente Snow, lo único que sí había llegado, era el guardarropa de Mantis, algunos modelos hechos por ella y otros más comprados a su buen ojo en las boutiques.

   Lo único que perturbaba su serenidad por las noches, eran esas pesadillas. Algunas a veces más tranquilas que otras, en los mejores escenarios, sólo aparecía ella reviviendo las muertes de sus juegos, en las peores y eran las que la hacían despertar por madrugada era Gaius apretando su cuello o donde una serpiente gigante le mordía la garganta hasta cortárselas y se desangraba sin hacer nada, sólo se quedaba ahí, tirada y mirando al cielo como si esperara que las puertas del cielo se abrieran para ella.

   Había estado aprendiendo a controlar sus reacciones después de oír a un par de chicos en la palestra decir que sus traumas eran como una señal de debilidad, y que los del Distrito 2 los superaban por eso. Sí había debilidad, entonces no era un verdadero vencedor. Se había mordido la lengua para no responder, pero estaba convencida de que, en verdad, lo que no la hizo hablar fue que, en el fondo, ella también lo creía.

   Cuando despertaba del golpe, reprimía el grito ahogada y se aferraba a las sábanas ante la desesperación, eso en las primeras dos semanas, aunque hubo un par de veces que fueron inevitable, luego, su respiración se hacía fuerte y sus ojos se abrían temblorosos mirando la claridad del techo, como si un punto fijo la ayudara a pensar en cualquier otra cosa, pero al final; sólo reprimía el sentir, porque los tormentos nocturnos no paraban.

   — Ya casi son tres años de tus juegos... ¿Aún las tienes? — le preguntó a Augustus cuando él se sentó en el sofá a su lado, estaban en la casa del rubio, pues habían descansado tras días de maestría.

   — ¿Qué? — le miró confundido, pero tras captar esa mirada vagante, lo entendió—. ¡Oh!... Eso. ¿Las pesadillas? Sí.

   — Mi padre me dijo que es algo que nunca se va

   —Pues es cierto, no se van a menos que las trates — Malvina le miró curioso y él torció su sonrisa—. Tampoco paraban por los primeros meses, la pase muy mal y tenía que lucir fresco para la Gira de Vencedores. Así que tuve que ponerme en forma... Mentalmente.

   — ¿Mentalmente? ¿Y cómo hiciste eso?

  — Ya veras, ven conmigo.

   Malvina asintió y se puso de pie, siguiéndolo hasta uno de los cajones de su habitación, de donde sacó un pequeño bote medio lleno de píldoras rojas — Son tranquilizantes, los tomo por las noches y duermo sin mayor problema.

KNOCKING ON HEAVENS DOOR¹ ─── GlossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora