Busco una forma de iniciar con letras que no son capaces de generar palabras, carezco de la fuerza necesaria para componer versos a partir de las sensaciones abstractas que buscan la divina liberación.
Es probable que dentro del intento jamás logre descifrar el sentimiento real que acompaña el movimiento de mis dedos que, desesperados, teclean a discreción. Es acertado decir que me es imposible entender la complejidad de lo simple, el caos de la calma. Mi respiración se embriaga de la ironía que disfruto y que detesto.
Mi mente procrastina y yo cedo, cualquier distracción será siempre bienvenida para huir de la luz que la verdad provoca; muchas veces lo que menos se busca es la resolución a los hechos, a nadie le gusta llegar a sus propios finales. Quizás, lo que mi piel busca es solamente otra razón para llenar el vacío con otro vacío, encerrando la verdad y tergiversándola de tal forma que no quiera reconocerla jamás. Lo más probable es que no quiera llegar a mi resolución.
Es que, ¿Cuál es la gracia de una verdad encontrada?
Probablemente no debería ser ni siquiera una pregunta, pero no puedo decir que le encuentro sentido al hecho de no cuestionar lo ya establecido como correcto.
De todas formas, encontrar algo conlleva una relación de responsabilidad con lo encontrado. Es necesario trabajarlo, formarlo, aceptarlo e implementarlo; no realizar lo descubierto significaría una cobardía mucho mayor que no tener el valor de buscar. De ahí viene la preferencia universal de vendar a las razones como un acto de decisión propia.
Vivir dormidos y sufrir por ello, así es como nos gusta.