Sentada en el piso, descalza,
Apoyada en las paredes blancas que yo misma pinté,
Escuchando melodías fuertes con letras deprimentes.
Frente a mí, un cuarto que esconde un desastre pulcro,
Ni tan pulcro, ni tan desordenado.
Sentada con un cuaderno sobre mis piernas,
Con el deseo de plasmar la sensación que emerge de mi pecho.
Puesta la tinta en la hoja, no sé identificar lo que siento.
Maquiavelo, ¿eres tú?
No puede ser tan complicado.
No puedo ser tan ignorante.
No puedo comprender mis latidos.
¿Cómo encuentro lo que no conozco?
No necesito ayuda para intentar,
Sin embargo, requiero de otro latido para comprender el mío.
Qué ironía, ¿no?
Necesitar aquello que se tiende a evitar.
Lidyce R.M.