Capítulo veintiséis

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TYLER

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TYLER

Debía estar soñando. Sí, debía ser alguna clase de alucinación porque la imagen frente a mis ojos no podía ser real. En una mesa cercana a la cocina, la chica de mis sueños y la chica de mis pesadillas conversaban con buen ánimo y compartían una pizza tamaño familiar. Para mí resultaba imposible que Genesis hubiese viajado hasta Nueva York sin avisar y, en lugar de buscarme, hubiese decidido salir a comer con mi compañera de habitación de la cual había desconfiado terriblemente por días.

Sentí la necesidad de pellizcarme, de hacerme doler para poder despertar. No lo hice porque si ese era un sueño, seguro era mejor que la realidad.

—Hola —saludé al llegar a su mesa.

Dos pares de ojos sumamente diferentes entre sí recayeron sobre mi rostro. Genesis me sonreía con cariño mientras Emma lo hacía con un poco de vergüenza. ¿Qué le había dicho mi mejor amiga para que me sonriera de esa forma? ¿Qué le había dicho para que me sonriera y punto?

—¡Ty! —soltó G con emoción y se puso de pie de un salto para rodearme en un fuerte abrazo.

—Hola, G. ¿Está todo en orden?

Dejé un beso en su mejilla a la vez que correspondía su abrazo que duró pocos segundos. Me sorprendió a mí mismo que no quisiera seguir rodeándola con los brazos porque unos meses atrás habría hecho todo lo humanamente posible para tenerla cerca de mí.

—Claro que sí, ¿quieres pizza?

Se sentó en el sillón estilo cafetería de los setenta y se deslizó hacia un lado para hacerme lugar. Emma estaba frente a nosotros, comiendo en silencio y con la mirada fija en su refresco sabor cola.

—No, gracias. Estoy lleno.

Acababa de salir de una cena con Ezra y mi editora, les había presentado la idea de otro libro y les había gustado. Debido a los nervios había comido una cantidad impresionante de carne con patatas y sentía el estómago a punto de explotar.

—Mejor, más para mí.

Se llevó la porción a medio comer a los labios y me sonrió con un rastro de salsa en los labios. No dudé en tomar una servilleta descartable y limpiarle la cara, siempre se embarraba cuando comía porque estaba más concentrada masticando que fijándose lo que hacía.

Uno y medioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora