Capítulo treinta y cuatro

6.1K 638 561
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

TYLER

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

TYLER

Me gustaba Emma. Sí, finalmente admitía que me gustaba y, mierda, sabía que no debería haberlo admitido porque eso complicaba mucho las cosas. Emma y yo estábamos igual de quebrados, lo supe al verla romper en llanto por una tormenta y lo confirmé cuando me contó lo de sus padres. Y en ese momento, mientras tocaba una triste melodía en un piano elegante, supe que lo que sentía por ella no era solo atracción.

Debía disculparme con mi amigo Taylor por haberle hecho perder tiempo, aunque, en verdad, yo sí había seguido su consejo. Él dijo que tenía dos opciones: correr o corresponder, y tenía intenciones de corresponder.

Tener una relación, incluso si era una relación sin títulos, no podía ser tan malo, ¿verdad? Taylor y Genesis se llevaban de maravilla, eran felices y se veían a diario por estudiar en la misma universidad. De hecho, tenían la idea de mudarse juntos cuando comenzaran el segundo año de estudios. Por el otro lado, Theo y Sophie también se habían visto bien al inicio de su relación y en ese momento estaban teniendo problemas. Así eran las parejas, una lotería en la que no era posible adivinar el resultado hasta que era muy tarde. Podía arriesgarme y tener algo como lo de Tay y G o como lo de Theo.

Había escuchado decir que era de valientes arriesgarse, pero también era de valientes saber cuándo dar un paso atrás. No todas las guerras se tenían que pelear, no todas las batallas se tenían que ganar. La pregunta era: ¿yo quería ir a la guerra con Emma y ganar?

—Ponte la camiseta, Tyler.

—¿Por qué? —pregunté divertido, inclinándome hacia ella.

Con rapidez puso sus manos en mi pecho para detener mi avance y al percatarse que estaba tocándome la piel, quitó las manos como si se hubiese quemado con fuego. Las manchas rojas que anunciaban un sonrojo comenzaron a verse en sus mejillas y cuello y no pude evitar sonreír con diversión.

—Puedes quemarte.

—No, claro que no.

—Puedes ensuciarte —balbuceó, desviando con disimulo la mirada hacia mi torso.

Uno y medioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora