8. FAMILIA & AMOR

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Mientras conducía por la carretera libre escuchaba los lamentos de Miranda acerca de lo esponjado que iba a estar su cabello recogido en una cola de caballo y de lo pálida que lucía sin maquillaje, porque enseguida de ella, él también se metió la ducha y la obligó a no ponerse más maquillaje que un brillo de labios. La miro de reojo por un instante y tan sólo se topó con el rostro más hermoso que había conocido.

—Ya casi llegamos.

—¿A dónde? ¿Quién vive cerca en este desierto? ¿No es una reserva natural protegida?

—Ya verás de quién se trata y no viven adentro, es alrededor.

—Roman...

—No te preocupes por cómo te ves, eso no importa y créeme que a ellos tampoco les interesará.

—¿De quienes hablas?

—Tranquila curiosa.

Dos horas después de que pararon a desayunar y al baño, Roman condujo por un camino polvoriento que la hizo toser y después de andar varios minutos con las ventanas cerradas se detuvo en la entrada de un pequeño rancho cerca de cerro rocoso.

—Llegamos —dijo con los ojos brillantes.

Miranda amaba los paisajes como el que tenía frente a sus ojos. No había gran vegetación.
Tan sólo un gigantesco árbol a pocos metros de la casita de madera y láminas, parecía un lugar abandonado aunque limpio y el único toque colorido eran unas pequeñas macetas con flores en distintas tonalidades. Amaba las flores.

Había un gran silencio y en lugar de inquietar sus nervios, sumado al aire puro que se respiraba, lejos de la ciudad de los Ángeles, la vista la llenó de paz.

Roman la observó callado y le gustó su evidente admiración al ver cosas tan sencillas. De repente una punzada alteró su concentración y ésa fué: la culpa. Tenía que decirle la verdad y pedirle perdón. No quería perderla.

Apenas tenían un mes de relación, en el que la pasión los abrazó sin control, pero en medio de todo ese remolino de sensaciones, cuando ambos quedaron satisfechos, descansando uno al lado del otro Roman experimentaba la misma paz que ella estaba sintiendo en ese momento y no deseaba apartarse de su lado.

Miranda era una chica dulce, inteligente, con carácter fuerte, pero amaba a su trabajo como luchador. Lo apoyaba, lo admiraba y este último detalle era algo que siempre había deseado encontrar en una mujer. Respeto por lo que él hacía de corazón. ¿Estaría esa hermosa chica también interesada en compartir su vida?

—¡Qué hermoso lugar! —por fin reaccionó entusiasta —¡Cuánto silencio! —comentó la joven con un suspiro —. ¿Oyes los pájaros? —inquirió cerrando los ojos un instante.

—Me alegro que te guste.

—¿No me digas que rentaste lugar? —inquirió mirándolo con ojos brillantes y una sonrisa que en su rostro desmaquillado lució casi infantil por la honesta felicidad.

Roman la miró totalmente perdido.

—No —respondió sintiendo que su corazón iba a estallar de amor por ella —Te traje a conocer a mi familia —declaró inclinándose a tocarle una mejilla antes de besarla en los labios.

Miranda se emocionó por lo que sus palabras implicaban y se lo demostró rodeando su cuello para corresponder al beso.

Luego se apartó.

—¿Estás seguro? —inquirió ella —Lo que te dije cuando tuvimos sexo... ya sabes —miró alrededor para comprobar que nadie oyera —de que quería que te casaras no es verdad, aunque si era virgen —bromeó nerviosa.

MIRANDA BUSCA NOVIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora