¿Qué puedo hacer? se preguntaba Miranda ignorando el mundo alrededor.
Lo amo, no quisiera que se fuera, pero sé que al final ambos saldremos heridos. Roman no es diferente de cualquier hombre. En el fondo su deseo por ser padre será más grande y... Fingió acomodarse el cabello para esconder el llanto que ansiaba soltar.
¿Qué iba a hacer sin él? Se preguntó. Jamás había sentido tanto temor. Había llegado a quererlo con tanta fuerza y con tal velocidad como se dió la intimidad entre ellos y sabía que no era puramente el glorioso sexo que tenían. Era amor. Lo miraba y compartían magia, una sensación de calma y confianza que no creyo que pudiera sentir con nadie
El motivo era claro. Con Roman se mostraba tal como era, sin poses, sin deseos de impresionarlo. Nada de ella lo asustaba, sino todo lo contrario. Con Gustav jamás pudo siquiera estar sin maquillaje porque se lo hacía notar. Roman tan solo la consideraba infantil y se reía mucho. Incluso le prometió unirse en el verano para ser parte de esos juegos absurdos. Especialmente el de lucha de lodo.
—Dios mío, Roman —musitó extrañándolo.
—Miranda —dijo Gustav de pronto y ella lo miró aún perdida.
—¿Qué? ¿Ya me toca?
—No —dijo el productor sentándose a su lado—, es que te noto preocupada.
—¿A mi? ¿Y por qué habría de estarlo?
—Tus ojos brillan como si quisieras llorar.
Miranda intentó sonreír, pero sólo una mueca apareció en sus labios.
—Me siento bien. Es solo molestia por el clima en esta ciudad, ya ves como es... tan cambiante: frío, calor, viento...
—¿Segura?
—Totalmente.
Su respuesta no lo dejó satisfecho. Días atrás, la había visto radiante, hablando como nunca, como cuando la conoció y luego apareció esa sombra de tristeza que tenía días acompañándola.
Gustav sospechaba que la razón era una sola: Miranda se había enamorado y su nuevo amor la había dejado, tal como hizo él.
Mientras más días pasaban más débil se sentía, pero aún así estaba decidida a dar el paso más doloroso de su vida: dejar a un hombre maravilloso.
Una noche en que no podía dormir, se cansó de mirar por la ventana, esa casa que él habitaría algún día, tal vez con otra familia, otra mujer que sí podría brindarle la dicha de ver su nombre y apellido replicado.
Salió de la casa y tomó las llaves del auto. Condujo hasta el desierto, rumbo a donde vivían sus padres. Se detuvo casi al amanecer y bajo del coche.
—¿Por qué me tiene que pasar ésto, Dios? —empezó a decir—. No soy mala, siempre me porté bien. Fui una buena hija, buena hermana y sabes que he sido la mejor tía del mundo... Fuí una buena esposa —se le quebró la voz—. ¿Y que recibí como premio antes de casarme? ¡Un maldito diagnóstico de infertilidad! Casi imposible de embarazarme; casi, porque solo un milagro podría conseguirlo. Ni siquiera in vitro, ni siquiera cogiendo como loca con un semental como Roman. Porque ése hombre produce y en serio¿sabes? —después de ese chiste nervioso sintió que algo se quebró—. ¡¡Maldita vida, hija de puta!! ¡¡Eres una maldita perra asquerosa y sucia!! ¡¡Te odio, te odio y quiero que te mueras, ¿oíste?!!
La garganta le dolió, se quedó sin aire y las piernas le temblaron. Estaba tan cansada de esperar un milagro. Estaba harta de pensar que algo bueno podría pasarle. Lo de Gustav y su traición ya no era importante al lado de la frustración de perder a Román.
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MIRANDA BUSCA NOVIO
RomanceRoman Watson es el nuevo y molesto vecino de la famosa Miranda Cross. Tiene 33 años Es arquitecto... entre otras cosas... Por salud, tomó un largo periodo vacacional de una actividad que es su pasión. Se compró una propiedad y está decidido a remod...