13. DESAHOGO

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Roman la miró dirigirse al interior de la casa, entraron por la puerta trasera.

—Miranda, el dolor que siento no se compara con el daño que te hice —dijo siguiéndola.

—Yo apenas soporto la gastritis —respondió andando despacio. Se agachó a recoger un bat de béisbol, que había en el suelo y una pelota de softbol.

Roman admiró su belleza, en esa enorme camiseta y las hermosas piernas que tanto extrañaba.

—¿Tienes gastritis? —inquirió viéndola tocarse con la mano que empuñaba la pelota.

Miranda se quejó.

—Parezco un globo —contestó volteando a mirarlo.

Ella lo recorrió y un brillo en sus ojos le recordó aquellas veces en que cruzaban ideas por su mente. Sin embargo, un escalofrío sacudió su espalda cuando la vió acercarse despacio.

—¿Y a ti, te duelen mucho las costillas? —su voz sonó dulzona.

—No tanto como a ti lo que te hice —señaló arrepentido —, por favor Miranda, perdóname.

—¿De verdad, cariño?  —dijo con ternura exagerada.

Roman dejó de respirar. Su cuerpo ansiaba estrecharla, fundirla en él y olvidar los momentos tan desagradables que vivieron por su causa y su maldito arrebato. Levantó una mano hacia su barbilla. Acarició su piel con la punta de los dedos.

Miranda cerró los ojos cuando le besó la frente y se quedó allí.

Puso sus manos en la cadera masculina y aspiró profundo, sintiendo la rabia subir de sus entrañas hasta nublar su cabeza. Enseguida, le pegó con la bola empuñada en un costado con tanto odio que lo escuchó quejarse.

Miranda retrocedió un paso, y se llevó las manos a la boca, sin soltar el bat, ni la pelota.

—¡Perdón! —exclamó viéndolo tocarse la costilla—. Roman, lo siento tanto —aseguró soltando los brazos. El hombre tenía unas gotas de sudor en la frente.

—Lo merezco, no te preocupes... Entiendo...

—¿De verdad? —inquirió y se le acercó otra vez.

Roman asintió. Miranda hizo un puchero de ternura.

—Dios, eres tan considerado.

Roman por fin se calmó. De repente una ráfaga de golpes en ambos costados, que hasta Petrov, el amigo de su padre en sus mejores tiempos, habría deseado tener, lo atacaron sin piedad y a una velocidad envidiable.

Roman cayó de rodillas ante ella, doblado por el intenso dolor, al grado que los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Ay cielo mío, lo hice otra vez —agregó con una ingenuidad cargada de malicia que resultó diabólica. Soltó la pelota y empuñó el bat.

—¡Miranda! —gritó Roman al verla levantar el bat y recibir en la muñeca herida un golpe. Era la muñeca o su cabeza.

—Ay Roman, no fué mi intención hacerte daño —gruñó haciéndolo consciente de que sus palabras disculpándose no serían suficientes para curar sus heridas.

La miró volver a tomar el bat con ambas manos, Miranda lo vió llena de rabia, de coraje e iba a asestarle un gran golpe en la cabeza cuando alcanzó a ver a Josh acercándose.

MIRANDA BUSCA NOVIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora