1. EL MONSTRUO DEL PANTANO

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Ese tranquilo día de enero, el sol brillaba en todo su esplendor a las diez de la mañana. Aunque a la sombra Miranda seguía sintiendo frío

La helada temperatura del invierno calaba hasta sus huesos. Ni llevando encima una pesada bata de algodón verde, ni la cálida y gruesa pijama de blusa y pantalón, de suave tela caliente; además, de unas enormes pantunflas con aspecto de pata de monstruo podían ayudarla a sentir alivio.

Sería fácil salir al patio trasero y disfrutar del delicioso calor que ya brillaba en el exterior, pero no podía hacerlo si tenía trabajo qué hacer: vigilar al tipo del convertible que acababa de llegar.

Roman Watson bajó su metro noventa de estatura del auto gris. Sus pies cargaron relajadamente los cien kilos de músculos de ese cuerpo, esculpido a base de una rutina diaria de ejercicios.

La piel bronceada contrastaba con el traje gris claro que usaba. Sus ojos estaban cubiertos por unos lentes tipo aviador, lo cual le daba a su distinguido aspecto, un aire misterioso.

El cabello castaño, ligeramente aclarado, hablaba de esos días en la playa, practicando uno de sus deportes favoritos en las hermosas playas de California, el surf. Estaba peinado hacia atrás con el cabello largo recogido en una coleta baja. La barba que una semana atrás fuera larga, ahora estaba recortada casi en su totalidad. Jamás debió apostar con su hermano.

Miranda hizo una mueca de disgusto al verlo quitarse el saco para delatar su envidiable figura musculosa.

—Presumido —musitó, asomándose entre las cortinas de su recámara.

El hombre caminó hacia la acera con calma y seguridad. Desde allí le dió la espalda, provocando que la espía de la casa de al lado se quedará sin aliento, al contemplar un trasero realmente atractivo.

—¡Basta Miranda! —se dijo entre dientes—. ¡Parece un stripper! —. Seguramente a éso se dedica, pensó entrecerrando los ojos azules—. Corriente.

Replicó echándole un último vistazo a ese cuerpo monumental.

Aunque, desde ésa distancia no podía verlo bien, pensó retrayéndose. Recordó que tenía unos binoculares pequeños. Corrió a buscarlos a un cajón, donde había entre otras cosas: ropa interior.

Regresó a la ventana. Ahora solo faltaba que el invasor se quitara los lentes... lo cual ocurrió milagrosamente.

—¡Sabía que era feo! —se dijo mirando su rostro de rasgos muy masculinos, morenos, mas no era su tipo. Escuchó una voz conocida y miró al que llegaba—. Con que ya llegaste Teddy... —musitó viendo al conocido y regordete corredor de bienes raíces bajando de su auto, hablando por teléfono.

Miró al extraño nuevamente. Abrió la boca al verlo sonreír. Se había equivocado. Cuando sonreía, no era feo. Era el dueño de la sonrisa más encantadora que había visto. Sus ojos hablaban de un hombre abierto, amigable... y de nuevo esa sonrisa de dientes lindos. Le pareció hipnótico lo expresivo de sus gestos al hablar, dándole tiempo al gordito de continuar su llamada.

Miranda se alejó de la ventana, al darse cuenta de que lo estaba calificando como un hombre muy atractivo con finta de vividor, con una sonrisa encantadora que era capaz de conquistar a un témpano de hielo, se dijo.
Tiritó, en ese momento, ella era uno.

Roman miró del lado opuesto de la calle, a un grupo de adolescentes pegando lo que parecían ser unos volantes en los buzones de las viviendas.

Le llamó la atención ver atorado en el barandal de la casa a sus espaldas, una hoja pero no le dió importancia cuando llegó. Ahora sí. ¿Qué andarían promocionando esos niños?

MIRANDA BUSCA NOVIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora