Capítulo 5

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Serenity, acompañada de su prima Gisela, estaba entrando en la morada de la diosa Ran, ésta ahora estaba muy ocupada con sus nuevos prisioneros, torturándolos, y no pudo percatarse de la presencia de sus nuevas visitantes.

-¿Dónde... dónde estamos? -preguntó Ian con la mano en la cabeza, pues acababa de despertarse y le dolía -el golpe que me di ha debido trastornarme... ¿qué pasa? ¿es que estamos ya en el Valhala?

Estaban en un lugar iluminados por un brillo fosforescente y dorado y era una especie de palacio con un techo de plata y de azul celeste. Realmente ese lugar era muy hermoso, radiante y resplandeciente.

-¡Más quisieras, vikingo! -le respondió la diosa Ran

-¡Por Odín, tú eres la diosa Ran! -exclamó Ian

-¡Vaya, un mortal inteligente! creí que esa especie no existía... -contestó Ran -bien, ¿tenéis algo de oro o algunas riquezas? -preguntó directamente sin andarse con rodeos

-Sí, hemos saqueado muchos barcos... tenemos botines hasta reventar... -contestó Ian

-Muy bien, así me gusta, un vikingo obediente...

La diosa Ran miró en el barco de Ian y sacó todos los tesoros que tenían y los guardó en su cámara donde poseía el tesoro más grande jamás visto en toda la historia, pues tenía de todo.

-¿Crees que no la molestaremos? -le preguntó Gisela asustada a su prima

-No creo...

espero... -dijo Serenity ya insegura mientras se acercaban más hacía la luz fluorescente

-No estás nada mal, vikingo... podrías llegar a ser mi prisionero especial... -dijo Ran ronroneando -eres muy atractivo...

-¿Pero tú no estás casada con el gigante Aegir*? -preguntó Ian burlándose de la diosa

-Ese es sólo un anciano loco... me casé con él sólo por obtener más poder y gobernar el océano, recuerda que no sólo soy su esposa, también soy su hermana...

además, él no tiene porque enterarse de si tengo o no amantes... de hecho, tú no serías el primero... y deberías estarme agradecido de haberte encontrado antes que mi marido... porque él seguro ya te habría matado... -le dijo Ran

Ian le dedicó una sonrisa burlona.

-No me vendría mal un buen revolcón ahora, pero no contigo... porque ¿sabes? a mí me pasa exactamente lo mismo que a ti con tu esposo, sólo me fijaría en ti porque eres una diosa y por los poderes que podrías proporcionarme... -le respondió Ian descaradamente

-Muy bien, vikingo... eres sincero y eso me gusta, y eres diferente a los demás vikingos... tú tienes un corazón puro y eres noble y honorable...

¡pero acabas de insultar a una diosa y eso es un crimen! es una lástima, podrías haberte salvado si me hubieras dicho lo contrario de lo que me has dicho...

-¿Quieres decir si te hubiera mentido? -preguntó Ian con descaro interrumpiéndola

-Pero ya es demasiado tarde y te has condenado a ti mismo y a toda tu tripulación... ahora no habrá nada ni nadie que pueda salvarte de la muerte...

-¡Mejor! ¡así podré llegar al fin al Valhala! -dijo Ian con frescura y chulería

-O al infierno...

El amor del vikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora