VII

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—¿Qué demonios pasó aquí?—sus ojos se abren por la sorpresa de lo que ya sabía, todo vuelto un desastre.

—Un huracán—contesto sin más.

Se voltea a verme con una ceja alzada—¿Un huracán? ¿Sólo en tu piso?

Asiento sin mirarla, dejando su bolso en el sofá—¿Ah sí?—se cruza de brazos en su pecho—: ¿Cómo se llama?

Con una ansiedad que me supera, me apresuro a acortar la distancia que nos separa para dejarle un beso en la frente.

—Tu ausencia—digo y escucho como ahoga un suspiro. Bajo levemente la mirada y compruebo lo que ya sabía, tiene los ojos cerrados.

Aprovecho para mirarla, detalle a detalle. Sus pestañas levemente húmedas por las lágrimas derramadas en plata baja junto con el color rosado de sus mejillas, color que no se iba y que no quería que se fuera. Su boca estaba ligeramente abierta y me llamaba, me aclamaba a gritos que la comiera a besos.

Y lo iba a hacer, claro que sí, pero abrió los ojos. Su ojos me recorrieron desde el pecho hasta detenerse en mis ojos y fui yo ahora el que ahogó un suspiro. Estaba seguro que ninguno de los dos estaba parpadeando, por mi parte lo que quería era grabarme cada rasgo de su rostro, no quería que se me pasara por alto nada. Sus pómulos se elevaron y sabía que estaba sonriendo porque el brillo que había en sus ojos lo delató, por años pensé que eso era una simple mentira; que el brillo que dicen tener los ojos es sólo una simple expresión llena de fantasía de escritores.

Pero no, es verdad.

La persona que amaba tenía un brillo en los ojos y se me hinchó el pecho de orgullo al saber que ese brillo era por mi.

—¿Yo también lo tengo?—se me escapó.

Sus cejas se juntaron—¿El qué?

—Ese brillo en los ojos cuando te veo—murmuré dejando un leve beso en la punta de su nariz.

Su sonrisa se agrandó al enfocarse con mayor detenimiento en mis ojos y supe que sí. Mis ojos brillaban. No era algo que podía controlar pero creo que es mejor así, lo mejor es lo incontrolable.

Tomándola desprevenida la abracé por la cintura y nos lancé de espaldas en el sofá, el grito que emitió por la sorpresa me hizo reír a carcajadas bajo suyo, lo que recibí ante mi arrebato fué un golpe inofensivo en el brazo que la rodeaba. Ahora mismo si ella quería me podía pegar con un bate, no importaba, estaba feliz.

—Deberiamos limpiar esto—dijo al dejar caer la cabeza en mi pecho.

«¿Eh?»

—No quería que vinieras para limpiar.

—Lo sé, pero este cochinero se tiene que limpiar.

—¡Oye!—me quejé.

—¿Qué?—se hizo la desentendida—: Esto no estaba así.

—Te tenía que impresionar—murmuré mirando hacía el techo.

Sentí su mirada clavada en mi cuello pero me negué a girar, no eran muchos los momentos de mi vida en los cuales sentía timidez.

—¿Sólo eso vas a decir?

—¿Funcionó?—ignoré su pregunta.

—Si, pero...

—Entonces todo bien—el segundo manotazo del día no se hizo de esperar.

Me quejé como un niño cuando se alejó de mí para meterse en la cocina, me quedé entre los cojines contando los segundos hasta que apareciera.

Cuando estaba por llegar a los 30 una pequeña toalla aterrizó sobre mi rostro y dispuesto a comenzar una guerra de tela me levanté.

—A limpiar—ordenó.

«¡Aborte misión!»

—No quiero—me crucé de brazos.

—Si quieres—se le escapó una sonrisa antes de apoyar las manos en su cadera.

—Que no quiero dije—dejé caer la toalla.

Tras segundos de silencio se acercó hasta quedar a milímetros de distancia, su mirada estaba en mi boca, un sonrojo más oscuro ocupo sus mejillas y supe que estaba pensando. Cerré los ojos al instante esperando que su boca tocara la mía.

—Vamos a limpiar mi amor—murmuró sobre mi boca antes de salir corriendo de nuevo hacia la cocina.

—Pero que...—al bajar la vista a mis manos maldije en mi mente en todos los idiomas posibles.

El trapo volvía a estar en mis manos.

«¡Demonios!»

¿Lo quería hacer? No, claro que no. ¿Tenía pensado hacerlo en algún momento? Quizás, pero no ahora.

Ella al ver que la estaba observando me sonrió sin mostrar los dientes y estiró la mano para prender la radio, sonreí inconscientemente al verla mover la cabeza al ritmo de las típicas bandas sonoras que ponían de fondo en cualquiera de esos programas.

—Hero.

—¿Qué pasó con el Mi amor?—interrumpiendola, noté como valentía de hace momentos parecía haberse ido por dónde vino.

Se sonrojó y me reí—: Dime.

—¿Por qué hay vidrios rotos?

«Mierda»

—Tropecé—mentí.

¿Por qué? Porque no quería que pensara que iba a destrozar todo el piso cuando se llegara a presentar más de un problema entre nosotros.

Se preocuparía.

Y si, es mi manera de lidiar con la ansiedad pero no quería que se hiciera alguna imagen que no era correcta y mucho menos que me tuviera miedo.

Eso sí no me lo perdonaría.

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¡LA SEGUNDA PARTE ESTA CERCA DE LLEGAR A 3K NO LO PUEDO CREER! ¿EN TAN POQUITO? ¡¡¡MUCHAS GRACIAS!!!

I'm Your Hero || Hero Fiennes Tiffin #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora