Lucas.
Horas.
Solo quedaban horas para que estuviera fuera de mi vida definitivamente. Todavía quedaba tiempo para recuperarla. Si se lo pidiera una vez más, puede que esta vez me escuchara.
¿A quién engaño? Ella nunca va a perdonarme. Me lo dejó bastante claro anoche cuando vino para despedirse de mí. Dejó que le hiciera el amor sólo para decirme adiós. Un adiós nunca había sido más doloroso.
Sentado en los escalones que suben a mi departamento y jugando con una tapita de botella en mi mano, observo a las personas pasar. Algunas me ven con lástima y sé que luzco terrible cuando una niña se me acercó para ofrecerme de sus galletas, pensó que estaba triste porque tenía hambre. Le dije que estaba triste porque me sentía solo y se quedó unos minutos para hacerme compañía hasta que fue llamada por su madre; quien la regañó por quedarse hablando con un desconocido.
Llegué hace más de una hora del trabajo, pero no sentía nada de fuerzas para subir al departamento y me he quedado aquí. Subir y encerrarme allí, sólo me hará sentir más dolor cuando me rodee de cada uno de sus recuerdos. Allí dentro hay tanto de ella.
—Hola —levanto mi rostro del suelo, hayandome con la pequeña pelinegra pecosa que vive en este mismo edificio, aunque no sé donde.
—Hola —digo como puedo. No recuerdo su nombre.
—Soy Daniela, sé que lo has olvidado y tú eres Lucas, ¿Estás bien? —carga una mochila a su hombro y se sienta a mi lado.
—Sí —contesto.
—Mmm, esa respuesta no me convence. ¿Qué tienes? No creo que tengas fiebre otra vez —toca mi frente y se ríe, dejándome admirar más sus pecas. Es muy bonita y aunque es un poco atrevida, también me parece agradable —Puedes desahogarte conmigo. Soy todo oídos y acá tienes un hombro donde apoyarte —toca su hombro —si lo necesitas.
—Gracias.
—¿Qué tienes? Porque dejame decirte, te ves muy mal.
—Pues, tengo un corazón roto y estoy seguro que ni tú ni nadie puede arreglar esto.
—Oh —ella hace un gesto de sorpresa con su rostro muy chistoso —Y yo que pensé que los chicos como tú no sufrían por eso.
—Creeme que sí lo hacemos. Los chicos como yo —hago énfasis en sus palabras —También nos enamoramos y sufrimos por amor.
—Cuéntame, ¿Qué ha pasado?
—La chica a la que amo me ha dejado, pero me lo tengo bien merecido porque le jodí bastante la vida. Intenté arreglar las cosas, pero igual me dejó y justo ahora se tiene que estar comprometiendo con otro —hablo lleno de sufrimiento y no puedo dejar de pensar en ella junto a Erick y esa imagen me mata.
—Pues yo no te veo muy interesado en recuperarla.
—Ya no se puede hacer nada.
—¿Quién dijo que no? Esa es la respuesta de los cobardes, ¿o es qué acaso eres un cobarde? —niego —¿Entonces que haces aquí todavía? Ve e inténtalo de nuevo y si fallas lo haces otra vez y todas las veces que sean necesarias —se pone de pie.
—Gracias, Daniela.
—No es nada, chico. No me gusta ver a nadie sufrir por amor. Sé perfectamente como se siente —sonríe un poco triste —Eh, ahora ya debo irme porque acabo de llegar de la universidad y entro al trabajo en una hora.
Me despido de ella y la veo subir el camino de escalones.
Me quedo pensando en sus palabras y entonces me doy cuenta que tiene razón. No soy un cobarde y aunque ya nada se pueda hacer, voy a ir a ese compromiso aunque sea solo para ver como la pierdo y se va con otro. Seré un masoquista, pero tengo que ir.

ESTÁS LEYENDO
Tú, eres mi perdición. #prettyawards1e #UniversalAwards2021#
Dla nastolatkówMónica es la sirvienta en la casa de la familia Colton, donde solo vivía el señor Jack, el dueño de la casa, luego de un año; Lucas, el hijo de Jack decide regresar de su viaje por Inglaterra. Lucas ha estado siempre acostumbrado a no hacer nada y a...