𝓹𝓻𝓸𝓵𝓸𝓰𝓸

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El sonido de los tacones encontrándose suavemente con el mármol de las escaleras era lo único que se escuchaba en el edificio. La chica intentaba no hacer ruido para no despertar a sus vecinos, pero sobre todo, para no despertar a su padre. Por esa razón no había cogido el ascensor: el antiguo motor del siglo pasado despertaría a medio vecindario, casi sin lugar a dudas.

Cuando al fin llegó a su piso, sacó las llaves de su bolso, con cuidado. Rodó el llavero entre sus finos dedos, presa de esa vieja costumbre, antes de tomar la llave correcta. Abrió la gran puerta de roble, y la cerró con todo el mimo del mundo.

Se agachó para quitarse los zapatos y caminar en silencio hasta su habitación, pero su misión se vio truncada al ver la luz del estudio de su padre encendida.

Suspiró. Ya nada había que hacer.

Caminó, tacones en mano, hasta la estancia. Observó a su padre antes de entrar. Los últimos años le habían pasado factura: su antigua cabellera castaña había ido degradando a un gris claro, salpicado de canas completamente blancas. Sus ojos parecían haber perdido el color que de niña fascinaba a sus hijas. "El color del mar". Ahora, eran de un azul apagado, triste. Aunque sus ojos siempre sonreían cuando miraban a sus polluelos. Siempre.

Se encontraba sentado en el sillón granate, con una pila de papeles en la mesilla que tenía a su derecha. Con las gafas apoyadas en la punta de la aguileña nariz, leía una y otra vez los dos mismos currículums desde hacía más de treinta minutos. Tomar decisiones nunca había sido lo suyo. Era esa una de las razones por las que había amado tanto a su mujer: siempre le ayudaba a disipar sus dudas en la toma de decisiones.

No le hizo falta alzar la vista para saber que su hija se encontraba en el umbral de la puerta, observándole con una media sonrisa. Pese a los esfuerzos de su hija por no hacer ruido, y a la avanzada edad que le acompañaba, su oído seguía perfecto.

–Llegas un poco tarde, ¿no crees? —se bajó las gafas, dejándolas colgar alrededor de su cuello por un fino cordel de cuero. Miró a su pequeña, que ya no era tan pequeña. Reprimió una sonrisa al ver sus tacones en su mano.

–Lo siento, papá. Nos lo estábamos pasando muy bien y se nos hizo tarde. —respondió con una sonrisa, entrando descalza en el estudio. En silencio, disfrutó del olor a madera, papel viejo y whiskey. Esa mezcla era uno de los olores de su vida. Se había pasado incontables horas en aquella habitación.

–Pasarlo bien es importante, pero ir a la Universidad también. —la señaló con la pluma Montblanc que siempre utilizaba para corregir exámenes.

La risa dulce de la muchacha lleno el silencio del piso. Se acercó a su padre, y besó su mejilla. Apoyó su mano libre en su hombro y observó por encima los papeles. El sello de la universidad en la que trabajaba adornaba todas las cabeceras.

–Tú también tienes clase mañana. ¿Qué haces despierto tan tarde?

–Tengo que decidir quién es el becado.

–¿Hay empate de notas? —preguntó sorprendida.

–Ha habido doce empates. —murmuró su padre, pesaroso.— He conseguido reducirlo a estos dos jóvenes, pero no consigo decidirme.

La muchacha sonrió de lado, tratando de ocultar la tristeza que se había apoderado de ella al escuchar esas últimas palabras. Sabía que, aunque no lo estuviese diciendo de manera explícita, le estaba pidiendo ayuda. La ayuda que su madre solía brindarle. El hombre, a veces, disfrazaba las peticiones para no sentirse débil. Ella jamás había tenido que hacerlo. En su familia habían aprendido que un grito de auxilio no era de débiles, pero aun así, su padre estaba chapado a la antigua en muchos aspectos.

–Ambos se merecen la beca. Ambos han trabajado como nadie. Son dos currículums estupendos.

Miró ambos documentos. ''Solicitud para la beca Alberti''. Su padre, junto con amigos cercanos de su círculo, habían decidido a finales del curso pasado crear esa beca. Amantes y apasionados de la cultura como eran, querían ayudar a unos pocos afortunados a completar su formación con las mejores mentes.

Su padre era una de esas mejores mentes. Catedrático desde hacía más de veinte años. Un intelectual. Un luchador por la cultura y por las libertades individuales. Un filántropo conocido en todo el país. Viviendo en el barrio de Salamanca, desde fuera muchos podrían pensar que los valores de esa familia eran bien distintos. Nada más lejos de la realidad.

Un afortunado sería el elegido de ser el ayudante de Marcos Médici durante todo el curso escolar. Y este supervisaría su trabajo de fin de grado.

Alessia leyó con detenimiento el primer currículum. Sin duda, era extraordinario. Las mejores notas, las mejores referencias, la mejor elección de palabras en su expresión escrita.

El segundo, en cambio, captó más su atención. El alumno era de la Complutense de Madrid. Las mismas notas. Referencias distintas, pero igual de buenas. Tuvo que leer dos veces su carta de presentación, sorprendida por su manejo de las palabras y por lo profundo de la temática.

–Sin duda este, papá. —le dio ambos documentos.— Raúl Soria es perfecto sobre el papel, pero Javier Bonet tiene algo especial. Su carta es muy buena.

–¿Verdad que sí? —la chica asintió.— No consigo identificar el porqué.

–Quizás el registro. No parece que se esté esforzando por escribirlo a la perfección, y aun así ha quedado impecable. El desarrollo del tema está muy bien plasmado, también. —dio un toquecito con el dedo índice encima de su nombre, reafirmando su opinión.— Este es tu chico. Además, es un puntazo que haya escrito la carta a mano. —observó todavía había duda en los ojos de su progenitor.— Pero es tu decisión, papá. Vas a ser tú el que pase casi un año con él. —sonrió. Le había prestado su ayuda y su opinión, pero era él quien tenía la última palabra. Se agachó para besar su mejilla, y acarició su brazo. Reprimió un bostezo, antes de despedirse.— Me voy a la cama. Estoy agotada. Buenas noches.

–Mañana a clase. —dijo con voz firme.— Buenas noches, hija.

Mientras ella se ponía el pijama, se desmaquillaba y se metía en la cama, el hombre volvía a leer los nombres, a punto de tomar una decisión. La decisión.

¿Raúl Soria o Javier Bonet?

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora