XV. EL PRÍNCIPE SE OFENDIÓ

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Tristán Morgesten

La tarde de ayer no había sido para nada emocionante, no entendía por qué me fastidiaba tanto, pero igualmente me fastidiaba, tampoco entendía por qué mi mal humor, pero estaba de mal humor y sobre todo, no entendía por qué confiar en un delincuente desterrado.

Todo iba bastante bien. Bueno en realidad todo iba bastante mal para mí, Clarissa me iba ganando, tenía unos buenos trucos, se había vestido como toda una chica mala y esas prendas de color negro resaltaban el cabello rubio platinado, el rojo de sus labios encendía como una luz en su rostro... Aunque lo importante es que ¡Es una tramposa de primera!

— Tristán solo dices que hice trampa porque eres un orgulloso— Estaba recostada de forma desinteresada sobre su motocicleta roja con dorado; era un modelo moderno, con buenas modificaciones, el manubrio estaba bien pulido, la moto bien encerada, su pintura brillante resaltaba en el lugar en ruinas en el que nos encontrábamos.

— Claro que no, me tiraste tierra en los ojos— Mi voz sonaba a reproche y se me había desgarrado al final en un grito agudo.

— Tristán no seas orgulloso y acepta que te he vuelto a ganar— La voz de la chica era fresca y relajada no necesitaba probarle nada y no lo haría de todos modos, eso yo lo sabía.

Escuché a lo lejos el ruido de música, ya me había recorrido la zona y sabía que era un antro callejero hecho por desterrados, humans deshonrados y exiliados que habían sobrevivido a la debilidad de haberles quitado su energía vital, la mayoría jóvenes que eran los únicos con la fuerza de sobrevivir.

Tenía música de un reproductor reconstruido a duras penas con chatarra y el alcohol era robado o traficado; el lugar no era tan malo, estas personas habían aprendido a vivir su vida, si no te metes con ellos, ellos no se meten contigo.

— Oye te apetece un trago— Mi petición no la sorprendió en realidad sus gestos neutrales me aburrían porque no podía desvelar nada de ella, no era fácil intentar descubrir un solo pensamiento de su cerrada mente.

— ¡Claro! ¿Por qué no?— Se encogió de hombros, pero nunca pensé que ir a tomar un trago sería toda una odisea.

Entramos en el bar. La primera vez que fui no me habían prestado atención, pero todos parecían reparar en nosotros ahora y no precisamente en mí, sino en Clarissa, estábamos tomando la tercera copa de ron, mientras charlabamos, no quería embriagarla y tampoco quería embriagarme, no era momento como para no acordarme de nada.

Estábamos en un ambiente pacífico en nuestros términos porque dudo que haya algo de pacífico en cómo nos hablamos, el efecto del alcohol era muy poco, no alcanzaba siquiera para que se me trabará la lengua y ella al parecer también toleraba bastante bien el alcohol pues no mostraba signo de que estuviera siquiera un poco ebria.

— Eres una maldita niña malcriada— Exclamé después de que soltara uno de sus absurdos comentarios irónicos respecto a cualquier cosa que haga.

— Si fuera una niña no estaría tomando a la par que tú— El sarcasmo tintaba las sílabas de sus palabras de una forma peligrosa su mirada era penetrante.

Me había dejado acorralado, pero no por mucho tiempo, no sé por qué, pero mi mente en vez de decirme "no lo digas" me dice: dilo a ver qué pasa.

— Sabes un día ser imbécil va a ser moda y no sé cómo podrás con la fama— La miré de arriba abajo y estalle con una carcajada fría, su ceño fruncido y sus labios apretados demostraban su furia, pero cambió la mirada a una desafiante.

— Pues si por ser idiota ganas dinero creo que ya eres multimillonario— Las palabras se deslizan suavemente por sus labios en un susurro venenoso, mis ojos se oscurecieron cuando terminé la copa de ron que tenía en la mano y acerqué mi rostro a ella.

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