Capítulo 11.

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— Hola —responde una voz grave.

— ¿Qué puedo hacer por ti? —pregunto intentando que mi voz suene sensual.

— Te has dejado unas cosas en mi casa, estoy delante de tu edificio para dártelas —la voz de Miles suena tan masculina por teléfono.

Ay, mamá. El dios de las nalgas de oro está frente a mi casa con mi ropa interior en la mano.

— Sube —respondo rápidamente—. Es el ático. Nos vemos.

Le cuelgo antes de esperar su respuesta y me apresuro a peinarme, ponerme rímel y un toque de brillo de labios. No me da tiempo a cambiarme la ropa interior de nubecitas que llevo, aunque tampoco es que eso importe mucho. Poco tardará en acabar en el suelo.

Cuando suena el timbre salgo corriendo escaleras abajo lanzándoles miradas asesinas a mis amigas para que no abran ellas. Las empujo a la cocina poniendo seguro para que no puedan salir. Ahí no van a molestar.

Me miro en el espejo y sonrió triunfal. Abro la puerta y me encuentro con un Miles mucho más arreglado que antes, pero aún con un look informal. Lleva unos vaqueros ajustados negros y una camiseta blanca con el cuello en v.

¿Hay algo que no le quede bien a este hombre?

— Hey —sonríe un poco nervioso.

— Hey —repito su expresión pero más sexy.

— Esto es tuyo —me entrega una bolsa de papel en la que está mi ropa.

— Muchas gracias, Miles —sonrío coqueta y la pongo en el perchero.

Los dos nos dedicamos a intercambiar miradas por unos segundos. Noto sus mejillas sonrosadas en cuanto me muerdo el labio inferior.

— Bueno, ya me voy —comenta dando un paso atrás.

— Espera —busco desesperadamente algo para tenerlo a mi lado un rato más—. He puesto tu ropa a lavar. Ahora está en la secadora. ¿Te parece si salimos a tomar algo mientras está lista?

— Claro —sonríe de lado.

Mi diosa interior hace un baile funk para celebrar que salgo con el atractivo hijo de mi jefe.

— Cojo la cartera y vamos —le digo con una sonrisa de oreja a oreja.

— Tranquila, yo invito.

— Oh. Gracias.

Meto las llaves en el bolsillo de mis vaqueros y me dispongo salir de casa.

— ¿Eso que se escucha son gritos? —pregunta al sentirse unos gritos de mis amigas desde la cocina.

Cierto. Siguen encerradas.

— Son imaginaciones tuyas —río lo más natural que puedo y cierro la puerta del apartamento—. Me apetece helado.

— Qué raro —el sarcasmo es notorio en su voz y le doy un pequeño puño en el brazo—. Se lo diré a tu jefe —me amenaza como un niño pequeño.

Puedo notar en su mirada que tiene ganas de jugar, y yo estoy dispuesta a ser su juguete personal. Quiero provocarlo hasta que no resista más y me quite esta frustración sexual. No puedo pagarme un gigoló, pero tengo a Miles.

Plan exprés en marcha.

— Díselo. Soy una chica mala.

— ¿Sabes lo que le hago a las chicas malas? —pregunta con una ceja levantada y con un clarísimo tono de broma.

— ¿Azotarlas? —respondo a su pregunta con otra pregunta, ladeando la cabeza y con un sonrisa pícara— Adelante, azótame. Lo estoy deseando.

Las 10 reglas sobre el sexo [L10RSES] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora