Capítulo 19.

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No puedo resistir ni un segundo más, estiro el cuello besando esos labios que llevan tentándome toda la noche de un modo muy pecaminoso. Nos quedamos quietos estirando de los labios del otro, intentando fusionar algo que desconozco. Su mano se presiona en mi nuca alargando este glorioso y dulce beso con sabor a olimpo.

Solo sé que un beso nos lleva a otro, a uno más, y otro; hasta que su lengua, suave y húmeda, se adentra en mi boca bailando un lento tango con la mía, recorriwndo cada rincón.

Despierto con mucho calor. Al intentar moverme, me doy cuenta de que estoy aprisionada. Miles sigue dormido, con sus piernas enredadas a las mías y la cara escondida en la almohada.

Me tapo la cara con la sábana ante los recuerdos de la noche anterior: nos besábamos en el sofá, me levantó en sus brazos enrollada a su cintura y me trajo a su dormitorio, el maratón de besos siguió en su cama y sus manos me pegaban a su cuerpo a más no poder.

Juro que intenté acostarme con él, pero era tan tierno el modo en el que me trataba que no pude; preferí disfrutar de sus labios.

He sido una niña buena, a mi manera.

No diré que no aproveché la noche para tocar, por que mis manos, codiciosas, estuvieron encantadas apretándole el culo y entrando dentro de su camiseta mientras nos besábamos. Por fin le había tocado las posaderas al dios de las nalgas de oro, y debo decir que hubiese preferido tocar sin la ropa de por medio.

Este chico es la persona más adorable que había visto nunca. Jamás me imaginé que un chico de veintidós años con semajante sex-appeal pudiese ser tan dulce de invitar a una chica a su casa y pasarse las horas solo besbesándola. Ni una sola vez intentó propasarse, solo me besaba, me acariciaba y susurraba cosas que no logré comprender pero que sonaban jodidamente sexys.

Intentando no despertarlo, me zafo de su agarre y voy a hacer pipí al baño. Que frase más tonta acabo de decir, no iría a hacer pipí a la cocina.

Una vez ya he 'evacuado', me lavo las manos, mi mirada se desvía al espejo. Sonrío triunfal al verme en ropa interior y con una camiseta del hijo de mi jefe puesta. Huele malditamente bien, a colonia, a menta o hierbabuena, en conjunto huele a hombre y testosterona.

Me arreglo el pelo en un moño y, caminando de puntillas, me escapo al salón desde el que puedo ver la cocina estilo americana.

El reloj marca que son las diez, y mi estómago informa de que tiene hambre, mucha hambre. Como si estuviese en mi casa, me arremango la camiseta (de Miles) y me pongo manos a la obra. No tardo mucho en encontrar los ingredientes en la despensa y la nevera. Tarareo una melodía inventada por mi misma nientras le doy la vuelta en la sartén a las tostadas francesas.

— Que bien huele —susurra una voz en mi oído.

Una sonrisa se me escapa sin darme cuenta al sentir sus labios sobre mi mejilla.

Estoy cocinando el desayuno en la casa del hijo de mi jefe vestida con su camiseta y con el detrás mío. A esta situación solo le falta un poco de sexo sobre la encimera para ser perfecta.

— ¿Tienes hambre? —le pregunto girando el cuello para mirarlo.

Mis ojos bajan por su cuerpo y me sonrojo al ver su torso al descubierto, solo lleva unos pantalones de deporte que se le ciñen a las caderas de un modo que debería ser ilegal.

— Mucha —sonríe anchamente.

— En cuanto estén las tostadas, haré el zumo —informo señalando con la cabeza las naranjas sobre la encimera—, ¿o prefieres café?

—Mejor café —se acerca un poco a mi—. Las naranjas del frutero son artificiales, no creo que saliese un zumo muy rico.

Bravo, Lara. Siempre haciendo el ridículo.

Las 10 reglas sobre el sexo [L10RSES] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora