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Hacía ya cinco años que estaba trabajando para la casa de subastas Sotheby's Asia con sede en Beijing, su ciudad natal. Él, Wang YiBo, 30 años recién cumplidos, uno de los marchantes más jóvenes de la empresa pero, desde que comenzó, ya venía con un amplio curriculum por ser hijo de uno de los mejores anticuarios de China.

Había desarrollado su labor en varios campos pero, su especialidad, era el mobiliario en general y los objetos decorativos, sobre todo los pertenecientes a los siglos XVII, XVIII y XIX, con la dinastía Qing, que se mantuvo en el poder durante trescientos años y que estuvo precedida por la dinastía Ming, de la que también poseía suficientes conocimientos para reconocer tan valiosos y apreciados enseres. En lo que no se había documentado lo suficiente era en la pintura y la escritura, ambas muy importantes también en el mercado del arte y muy solicitadas tanto por los nuevos multimillonarios asiáticos como por los occidentales  pero, por fortuna, la misma casa Sotheby's siempre le proporcionaba algunos ayudantes, colegas suyos, más versados y expertos en este área.

Últimamente, le habían encomendado tareas de mayor responsabilidad y mucha más envergadura de lo habitual porque, ahora, la empresa se encargaba de inventariar y evaluar todo el contenido de mansiones enteras, pertenecientes a coleccionistas de arte y antigüedades, que se veían obligados a subastarlo todo por motivos diversos, ya sea por herencias, bancarrota del propietario, embargos, etc. Esto no era un problema en sí pero, había tantos acaparadores entre los nuevos ricos que, muchos de ellos, adquirían falsificaciones sin enterarse y, dado que una gran casa puede contener innumerables objetos, era muy laborioso y largo el período de verificación y documentación de las cosas y, por supuesto, él no debía cometer ningún error al respecto a la hora de extender los certificados de autenticidad y confirmarlos.

Dentro de tres días debía salir de Beijing para dirigirse a la ciudad de Chongqing, donde le esperaba la tasación completa en una mansión y, por lo visto, ese trabajo le iba a llevar unos dos meses o tres de dedicación plena. Le habían asignado un colaborador, un famoso pintor figurativo, muy de moda, cotizadísimo en el país pero que, al mismo tiempo, era uno de los mejores expertos en arte pictórico y escritura con los que contaba la empresa, sino el mejor, y esto le preocupaba un poco.

Recordó que estuvo una vez en una exposición suya, "Identidades", una serie de retratos de hombres de todas las edades y apariencia física, muy coloristas y expresivos, en los que obviaba los fondos para tratar las figuras que integraba en manchas cromáticas diversas y, cuyo resultado, era original al menos aunque, él no estaba acostumbrado a admirar ese tipo de obras o a comprarlas, prefería las antigüedades y a los puristas, que aún los había en China. Xiao Zhan cree que se llamaba -su memoria era impecable- y también sabía que, cuando estuvo en esa inauguración, no conoció al autor, no fueron presentados.

Esperaba que no fuese un pedante colgado de su fama que se perdía entre la modernidad del arte contemporáneo y no hiciese bien su labor de evaluación o comprobación de autenticidad. En fin, por lo menos, si se llevaban bien entre ellos, la tarea sería más fácil y cómoda a la hora de finalizar el trabajo encomendado y que era verdaderamente importante para su prestigio en un futuro no muy lejano.

Tres días después, estaba en el aeropuerto dos horas antes de la salida del vuelo, cargado de maletas. Era así de meticuloso, cosa que tenía muy contento a su padre del que, en apariencia y según le decían los que le conocían, había heredado la mayor parte de los rasgos de su carácter y que exasperaba a su madre, mucho más flexible y divertida, desenfadada, moderna a pesar de la edad, que se integraba en cualquier círculo social sin importarle las clases ni las procedencias de nadie. Valoraba a cada individuo por su personalidad y su carisma, teniendo en cuenta otros rasgos que les hacían atractivos a sus ojos para buscar su compañía. Fue ella la que le llevó a la exposición de Xiao Zhan, le conocía, le apreciaba, le tenía entre su círculo de amistades y le hubiese gustado mucho presentarles en aquella ocasión pero, el pintor también tenía sus rarezas, no le gustaba la expectación que se organizaba ante estos acontecimientos ni tener que estar pendiente de unos y de otros comentando sus obras. Por eso, esperaba a recorrer las salas cuando no había casi nadie en ellas y tampoco se dejaba fotografiar o entrevistar por los periódicos o revistas especializadas; prefería preservar su intimidad y su anonimato a cualquier precio aunque, eso sí, entre sus selectos círculos de amigos, era una persona extrovertida, muy comunicativo y simpático y tan juerguista como el que más.

Tal vez era un espanto de tío y por eso intentaba con todas sus fuerzas pasar desapercibido, pensó YiBo con una media sonrisa irónica mientras llamaban a los pasajeros para subir al avión. Sea como fuere, al día siguiente se verían las caras y todas las dudas quedarían despejadas al instante bajo su duro e implacable ojo de halcón.

Al llegar, tras casi dos horas de vuelo, se quedó muy sorprendido por el tamaño de la ciudad; desde el aire se veía inmensa y salió del aeropuerto para tomar un taxi. Había alquilado un apartamento en una zona céntrica pero, en la agencia inmobiliaria, le habían asegurado que era un barrio muy tranquilo; los residentes eran predominantemente artistas o jóvenes empresarios a los que no les gustaba el bullicio de otros distritos llenos de bares de moda o locales de ocio. Es el lugar ideal para mí, pensó YiBo muy contento, no le gustaba la gente tampoco y eso no iba a cambiar. El edificio era bonito y antiguo pero, estaba completamente remozado y modernizado, con toda clase de comodidades en su interior, tal y como le había mostrado la chica de la agencia en unas fotos, por si al final no estaba de acuerdo y deseaba cambiar de lugar. Constaba sólo de ocho plantas con ascensor, el estaba en la séptima y por la ventana tenía unas buenas vistas sobre el río Yangtsé. Salió al balcón para admirarlas y escuchó que alguien hablaba y reía por encima de su cabeza; sería el vecino del ático, cosa que le hizo dar un respingo. Si iba a ser tan ruidoso no tardaría mucho en mudarse aunque, cuando entró, no escuchó nada. Bien, se dijo, si me molesta, ya me encargaré de pararle los pies y, si no lo consigo, me marcho.

EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora