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Salió del edificio y tuvo que rodearlo para buscar las calles traseras. Enfrente había una avenida poblada de árboles, parterres con flores y bancos que daba al río. Un buen lugar para pasear y relajarse, se dijo mientras enfocaba una estrecha callejuela en la que divisó el letrero de un restaurante. Le gustó su aspecto a primera vista, era pequeño y acogedor. En la carta se anunciaban platos tradicionales del país pero también algunos de "nouvelle cuisine" junto al nombre del chef. Esto promete, afirmó contento, creo que he ido a parar el barrio indicado, sin duda alguna. Al entrar, había pocas mesas ocupadas; el local estaba decorado al estilo vanguardista: líneas rectas, escasa ornamentación llamativa, cristal negro, acero y cuero en los muebles y unos cuantos lienzos grandes en las paredes. ¿De Xiao Zhan?, al menos recordó uno de ellos, lo había visto en la exposición de Beijing, el retrato de un hombre joven, con el torso desnudo. Se sentó junto a la ventana y, al momento, acudió un camarero que le preguntó si deseaba un aperitivo mientras le sonreía ampliamente. Pidió un vino blanco y, mientras se lo traían, vio que en la mesa del fondo, estaba su vecino sentado de espaldas en compañía de una pareja, chico y chica, los tres en animada conversación. Supongo que será inevitable que nos encontremos a menudo, pensó con una media sonrisa irónica, a menos que empiece a conocer cuanto antes esta enorme ciudad y sepa cómo desplazarme a otros lugares en el polo opuesto. También hacia el fondo, había una pareja de hombres bastante agraciados físicamente, bien vestidos con traje y corbata, seguramente de marcas de diseñadores europeos por la sobriedad de líneas y colores. Uno de ellos le estaba observando igualmente, lo que le hizo desviar la vista hacia la calle. Su vanidad le llevó a imaginar que le había gustado al momento; ni se le ocurrió que podía sentir simple curiosidad por ser una cara nueva en la zona. Si su madre hubiese estado ahí en ese momento, le habría puesto los pies en la tierra enseguida pero, él no; estaba tan acostumbrado a que se le acercase la gente de uno u otro sexo que... pensó seriamente que había ligado.

Sin embargo, la voz baja y algo ronca, la espalda, el perfil y la figura de su vecino eran lo que a él le atraía sin poderlo evitar, mientras que, el otro, no había girado la cabeza ni una sola vez para mirarlo o saludarlo desde que estaba ahí, ni siquiera cuando atravesó la puerta, como hizo el resto.

Le distrajo un hombre que se acercó a él presentándose, era el chef para recomendarle los platos especiales que había preparado para esa noche y pasó a describírselos. Cuando se fijó en su cara, vio con sorpresa que era el modelo del cuadro colgado enfrente y se sintió un poco cohibido. Le parecía extraña esta situación de la que su madre se hubiera reído a carcajadas sin dudarlo y le hubiese preguntado toda clase de cosas al respecto, sobre todo por su relación con el pintor.

Era curiosa la recurrencia a la personalidad de ella cuando no sabía cómo reaccionar ante estos casos. Eligió pescado al cava y una ensalada tibia. De todos modos, cuando se retiró con la orden, pensó en que él jamás se hubiese atrevido a colgar un retrato suyo en un lugar público; tal vez en su habitación y le hubiese dado la vuelta si tenía una visita sexual, por si se hacían ideas equivocadas sobre su persona y lo encontraban demasiado idealizado 'por el artista. Aun así, estaba orgulloso de su cuerpo y de su rostro, excepto por las pecas, ¡claro!, y no pudo evitar preguntarse cómo lo retrataría a él.

La cena estuvo deliciosa y, al acabar, regresó el chef para preguntarle su opinión, sintiéndose muy contento al saber que había sido de su gusto. Intercambiaron unas cuantas palabras más de cumplido y cortesía mientras le recomendaba su nueva y pronta visita. Se levantó para ir a casa y, fue entonces cuando, por primera vez, su vecino reparó en que estaba allí y se dirigió hacia ellos, dándole dos besos al dueño a modo de despedida mientras estrechaba su mano cordialmente.

-¡Qué sorpresa!, le dijo, si quieres podemos volver juntos, o te puedo dar una vuelta por el barrio para que te vayas familiarizando.

YiBo se sintió atrapado, no le apetecía lo más mínimo sentir de nuevo en su nariz el olor a aguarrás pero, como estaban al aire libre, no se notaría tanto y aceptó.

Dieron un pequeño rodeo hasta llegar a la avenida sobre el Yangtsé, tomando la dirección contraria a la del apartamento para pasear un poco, y lo hacían en silencio, ninguno sabía qué decir hasta que, el pintor, comenzó una conversación.

-Me gusta mucho esta zona, está tranquila a estas horas, puedes escuchar el sonido del agua en su camino hacia el mar.

YiBo no pensaba en eso precisamente, sino en las ruidosas sirenas de algunos barcos que transitaban corriente arriba o abajo aunque, no dejaba de ser bonita la iluminación de sus potentes focos sobre el caudal.

-¿Te fijaste en los cuadros del restaurante?, le preguntó.

-Por supuesto, es inevitable no hacerlo dada la escasa decoración del local.

El pintor rió abiertamente a carcajadas. Empezaba a gustarle la sorna del nuevo vecino porque, de entrada, no le caían nada bien los aduladores corteses e hipócritas que parecía que lo llevaban todo aprendido de un manual.

-Son míos, continuó de pronto mientras YiBo abría los ojos de par en par.

-¿Tú eres Xiao Zhan?

-Sí, ¿me conoces?, ¿eres capaz de reconocer mi obra?

-No tuve ese placer. Una vez estuve en una exposición tuya en Beijing a la que no acudiste; me llevó mi madre, que no deja de alardear por contarte entre sus amistades más cercanas.

-¡No me digas!, ¿cómo se llama?

-Meilin Wang.

-Por supuesto que la conozco, es una mujer adorable y nuestra amistad ya dura por lo menos unos tres años. Cuando voy a Beijing, siempre quedo con ella para salir. ¡Qué casualidad!, ¿no crees? De todos modos, alguna vez me habló de su hijo ¡y ahora lo tengo delante!


EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora