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Zhan entendió su estado de ánimo y fue especialmente sensible con él al iniciar sus caricias. Le quitaba la ropa lentamente, entre besos, mirándole a los ojos. Cada trozo de piel descubierta era besada con dulzura y, cuando su torso estuvo desnudo, dibujó aves de sus poemas con los dedos en él y también en la espalda. YiBo gemía, suspiraba, se abrazaba a él con fuerza mientras le desnudaba a su vez. Al intensificar los besos, lo hacían también las miradas, estableciéndose un dialogo entre ambos sin palabras en el que se lo decían todo: lo que querían, lo que sentían... Deseos, sentimientos, sensibilidad a flor de piel donde, la imaginación, les llevaba a su mundo utópico, poblado de obras de arte en el que ellos se sumergían a diario y que, ahora, estaba cobrando vida entre sus manos y sus cuerpos, como si fuesen a pintar un cuadro sobre un lienzo en blanco o a escribir un poema sobre el papel. Las tintas negras y los colores brillantes eran las caricias, los besos apasionados, las palabras de amor susurradas al oído.

YiBo escribía poemas amorosos sobre la piel de Zhan, lo que lo hacía estremecerse bajo tan especial contacto. Recordó los cuadros íntimos sobre los amantes de Toulouse-Lautrec y los veía a los dos en medio de ese ambiente y sus colores. En cambio, la blancura de la piel de YiBo en la penumbra de la habitación, le evocaba también a Caravaggio; un cuerpo hermoso y amado surgiendo de entre las sombras con el dramatismo del claroscuro.

Zhan aumentaba la pasión en los besos por allá donde depositaba sus labios, como si estuviera sosteniendo el pincel para dejar su rastro de color en el lienzo. YiBo agitaba su respiración debajo de él, cerrando los ojos, dejándose llevar hacia su mundo de creación febril que le hacía arquear la espalda, levantando el torso apoyado en los codos mientras echaba la cabeza hacia atrás. Su amante succionaba su sexo ahora, mirándole, lamiendo toda su extensión erecta hasta la punta para después engullirlo hacia la garganta. Esta entrega de YiBo satisfacía tanto a Zhan que acrecentaba aun más su erotismo y sus ganas de él. Alargaba las manos sobre su cuerpo en todas direcciones, tocándolo, presionando la piel con las yemas de los dedos dejando leves marcas rosadas, acelerando el movimiento de su boca sobre la polla de su amado hasta que la notó latir tras un gemido prolongado que salió de sus labios, mientras el liquido viscoso y caliente se vertía en su ansiosa boca.

Rápidamente, se fue directo a besarlo envolviéndolo entre sus brazos, susurrándole que lo amaba sobre todas las cosas mientras YiBo le sonreía. Sacó de su mesilla un preservativo y lubricante, necesitaba una pausa para recuperar el aliento, y, evocando uno de sus poemarios occidentales preferidos, aunque le resultase tenebroso a veces e inquietante, nunca dejaba de atraerle su lectura: "Las Flores del Mal" de Charles Baudelaire. Le recitó con voz sensual, grave y baja:

EL VINO DE LOS AMANTES (Le Vin des Amants)

¡Hoy, el espacio está esplendido!

Sin freno, ni espuelas, ni brida

Cabalguemos a lomos del vino

Hacia un cielo mágico y divino.

Como dos ángeles torturados

Por un implacable placer,

En el azul cristal de la mañana

Sigamos tras el lejano espejismo.

Suavemente balanceados sobre el ala

De un torbellino inteligente,

En un delirio paralelo.

Hermano, navegando juntos,

Huiremos sin tregua ni reposo

Hacia el paraíso de mis sueños.

Zhan, visiblemente emocionado, se esforzaba por ser especialmente cuidadoso a la hora de preparar a YiBo, masajeando su abertura, introduciendo sus dedos, aumentando besos en su cuello, mandíbula y torso y caricias en todo su cuerpo. Buscaba una especie de perfección en sus acciones que hizo sonreír ampliamente a su amante, mientras pensaba que, ese hombre, era demasiado perfecto en sus imperfecciones y, abrazándolo con fuerza, él mismo se introdujo su pene haciendo que se sentara en la cama, subiéndose después en su regazo y pasándole los brazos alrededor del cuello, en tanto que Zhan, le sujetaba por las caderas y ambos iniciaban el movimiento hacia arriba y hacia abajo que acabó con un orgasmo casi a la vez, sonrientes, mirándose a los ojos todo el tiempo, pensando que, de pronto, el mundo era un lugar maravilloso y que ya nada los podría separar.

A la mañana siguiente, muy temprano, se pusieron en camino los cuatro hacia el almacén, tras haber degustado un desayuno abundante. Una vez allí, estuvieron revisando un poco por encima todo lo que había, que no era ni la cuarta parte de lo que tenían en la mansión de Kenji. Xiao Zhan sacó de su bolso de lona las gafas lupa y se fue directo hacia una pintura que había apoyada en el suelo, cerca de la entrada, mientras YiBo y su padre, se entretenían con algunas cerámicas y muebles. Lo primero que inspeccionó fueron los sellos de las firmas, que es lo más difícil de falsificar porque son únicos. En la época, estaban tallados a mano en cilindros de madera, bronce, jade o mármol y, al ser poco porosos, dejaban un ligero borde irregular de tinta corrida. Éstos estaban claros y definidos, lo que le hizo sospechar que eran falsificaciones pero, no podía estar seguro sin antes desmontar el cuadro, mirarlo al trasluz o bajo una pantalla de rayos X y, ahora, no disponían de tiempo ni era el lugar adecuado para eso.

Entretanto, YiBo sostenía un jarroncito de exquisitos dibujos en color azul en el que, hacia la parte baja, encontró un punto minúsculo y su intuición le dijo que también podría estar falsificado. El Sr. Wang examinaba un mueble lacado en rojo y, al fijarse en el lateral, una de las bisagras ornamentales exteriores de bronce, estaba rascada ligeramente para envejecerla, algo imperceptible para los poco expertos y, bajo un pequeño desconchado, cosa habitual en el deterioro de las antigüedades debido al paso del tiempo y los golpes, la madera que se veía estaba demasiado rugosa, lo que no era propio de los materiales usados en la dinastía Quing.

Observaron unos cuantos objetos más, algunos de los cuales les parecieron auténticos o muy difíciles a la hora de verificar su autenticidad. Tal vez fueron robados o comprados legalmente pero, no se podían vender sin los certificados ni las facturas de transacción, no en sus tiendas al menos.

EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora